Capítulo 13

267 67 43
                                    

Un corazón perdido y antiguo,
Volvió a latir con furor,
Esperando en el sitio contiguo,
Por su olvidado amor.

******

Como mis compañeros de viaje durmieron la mayor parte del día, por la noche cuando la esposa de Joran ya está en casa, somos una masa bulliciosa de actividad. La comida es sencilla pero deliciosa y todos la devoramos como si no hubiera nada mejor, algo que pone muy contenta a la cocinera.

—No puedo creer que me perdí un cuento —exclama Freya por enésima vez mientras Grimmes hace una mueca de desagrado.

Hay que admitirlo: la chica es tenaz, ha repetido lo mismo desde que despertó y logró escuchar el final.

—Además, era romántica —dice con la boca media llena—. La historia trágica en la que los dioses separan un amor humano.  Siempre creí que la muerte unía a los que se amaban, no que los separaba.

Meto la cuchara llena de habas antes de soltar una carcajada. Trago con dolor evitando escupirlas.

¿Escuchas eso, mi señor? Dice que sois un tirano.

El dios lanza un resoplido cuando la escucha.

Nunca he apostado ser lo contrario, mi dulce.

Lo dice con la suavidad de la seda del Este, con el embrujo que solo él puede generar. Es el dios del engaño, y sí, es un tirano que separó a dos amantes que se amaban. Entonces, ¿Por qué pienso en negar su afirmación? Que sea bueno conmigo no significa que sea benévolo ni tampoco que será así de amable por siempre. Debo poner distancia, el libro del conocimiento dice que no se debe confiar en él y eso es algo que no debería olvidar.

Aunque tu amiga se equivoca: la muerte los reúne a todos. Tanto a los que aman como a los que odian. Es lo hermoso de ella: tu cuerpo se pudrirá en la tierra igual que el de tu doncella sin importar el hilo de oro en tu mortaja.

Grimmes me regala una de sus miradas raras. ¿Acaso dije algo en voz alta? Los demás siguen conversando animosos por lo que supongo que no. Le regreso la mirada tratando de averiguar que quiere. La luz que nos da el fuego hace que sus ojos azules parezcan arder. Jamás había conocido a nadie con una mirada tan penetrante.

Ojos de lobo, cariño. Tantea el terreno. Aún no decide si te quiere en su manada.

Él agita levemente la cabeza hacia atrás para invitarme a acercarme. Se levanta y camina hacia la oscuridad, lejos de sus amigos y la luz. Luce casi de la realeza mientras se precipita hacia el bosque de los susurros. Dejo mi plato a medio comer en el suelo y acompaño al Cuervo al bosque. La luna es opaca esta noche, oscura y desolada como todo en este lugar. Grimmes está de pie observando a una distancia prudente los árboles rojizos del bosque maldito. Cuando me acerco a él, no se gira así que me limito a estar al lado suyo.

—¿Necesitas algo? —cuestiono.

Él no me mira mientras responde.

—Sí: quiero saber.

Doy un respingo involuntario. Me responde en sores, y en ese idioma no se distingue entre el verbo saber y conocer. Cuando sus ojos por fin me miran me dan escalofríos. Utilizó esa lengua a propósito. Y yo NO quiero saber el motivo.

—¿Por qué, Amia?

No profundiza su pregunta. No necesita hacerlo. Ambos entendemos que ese por qué no espera respuesta de algo es específico. Quiere saberlo todo y yo no quiero contarle nada. Ruego porque el temblor que está en mis manos se vuelva imperceptible.

Cuidado, bella flor. El pequeño lobo ya decidió.

No sé seducir a los hombres como mi madre, no tengo una conversación estimulante como la de Freya y mi tono no es tan suave como el de Sania. Me educaron para cuestionar, no para ser cuestionada, pero jamás me dieron el poder necesario para creer mi papel de Alteza. Así que hago lo único que sé: trato de conocer tanto como él.

Un cuento amargo |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora