Capítulo 7

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A la reina amada, una hija le dieron,
Perfecta, hermosa en todo sentido.
Más los dioses en paz, no cumplieron,
Y la bella flor murió, sin haber crecido.

Crónicas de la Casa Real
Capítulo VI Sobre la segunda reina.

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El tiempo no pasa por mucho que mi corazón lata. Invoqué al dios Extraño, ahora tengo que lidiar con él. Las bayas de las que mi madre habló cubren por completo el suelo. A simple vista parecen manzanas pequeñas y normales, al menos es así hasta que noto el jugo de la fruta y su enorme parecido con la sangre.

El libro del conocimiento decía que los fieles del Extraño eran llamados antes de tiempo, no leí tanto para averiguar a qué se debía. Sin embargo, siempre son los jinetes de hueso quienes vieron por ellos, jamás el dios. Algo no está bien. Tal vez se deba a quién soy, después de todo dudo que el dios ignore mi existencia.

¿Te comieron la lengua, mi dulce amargura? Todo el tiempo que has invertido buscándome para quedarte callada, no parece muy lógico. ¿No lo crees?

Quiero mover mi lengua para buscar las tantas respuestas que necesito. El Extraño otorga conocimiento. Posee la información que los oídos de los muertos escuchan, tiene la sabiduría que cada hombre y mujer que ha fallecido a lo largo de la historia. Y como he descubierto gracias a la vida de mi madre, el conocimiento es poder. Si ella no tuviera la información del dios, jamás hubiera logrado ascender al trono. Necesito cualquier palabra que el dios quiera susurrarme para vencerla.

Sin embargo, sí llegué a la parte del libro en donde aconseja cómo negociar a él. Las reglas son muy claras:

- No escuches todo lo que el Extraño te diga. Siempre prometerá lo que desees, siempre será verdad y siempre guardará una parte para sí mismo.

- No creas sus dulces promesas. Al divino embaucador le gusta jugar de forma retorcida. Le gustan los juegos, aprovéchalo. El señor del submundo es caprichoso con sus promesas, siempre las cumplirá más no del modo en que deseas.

- Si buscas su ayuda, advierte que la magia tiene un precio. Siempre alto e impagable. Imposible de renegociar y evitar.

Y lo más importante:

- Nunca le muestres tu corazón. El dios es caprichoso, ambicioso y soberbio, cuidado en enseñar algo que pueda desear. Quiere alabanza, y le gusta más verla en directo, así que cuídate de sus jinetes.

Quiero tomar cada enseñanza y no hablar sin olvidarme de alguna. Aunque sé que esto es un sueño, el frío mortal que experimento me hace creyente. De algún modo, la oración maldita funcionó, y ahora tengo un dios pendiente de mí. Sí ya ayudó a Clarisa, estará dispuesto a ayudarme a mí. Espero ser suficiente para tentarlo.

—Mi nombre es Amia, señor —me arrodillo en la tierra húmeda, se siente pegajosa y tiene el olor de la sangre—. Ruego por tu divina ayuda, dios mío.

Una niebla tenebrosa lo cubre casi todo a mi alrededor. No veo nada escasos metros más adelante. Y aunque no logro verlo, la sensación de su mirada recorriéndome, ansiosa de medir mi valor me genera escalofríos. Al dios le gustan las chicas hermosas.

Interesante uso de la palabra, dulce amargura. Pero ya sabía quién eras, Clarisa me susurró tu nombre la noche en que naciste.

Claro que lo hizo, tenía que prometerle algo. Darle adelantos y pruebas de que podía cumplir su parte del trato. Mi madre, siempre tan astuta. Lástima que haya tomado muy en cuenta mis lecciones en la torre.

Un cuento amargo |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora