Capítulo 14 (Especial)

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¡Llegamos al 1k de vistas! Para celebrar, el capítulo continúa la trama actual contado desde el punto de vista de Sania. Este es un capítulo con mucha información ;)

En el bosque de rojos cipreses,
Un cuento fue despacio narrado.
Contado sin adornos o creces,
A la triste niña que había salvado.

Sania entró a la habitación cuando el comandante de la Guardia real se abrochaba la camisa, Clarisa seguía desnuda sobre la cama. La antigua concubina casi rio con la ironía de la situación. Veinte años atrás, ella también servía a una Clarisa desnuda que acababa de complacer a un hombre que se iba, solo que en aquel entonces se trataba de un joven rey Stares. Pero los años solo pasaban sobre ella. Aunque Nereus estaba muerto, Clarisa seguía siendo la mujer hermosa que entró como concubina.

Sania vació el agua en la palangana y mojó un pañuelo mientras Darío salía de la habitación. Nunca le dirigía una palabra, era tan invisible como un fantasma para la mayoría.

—Buenas noches, Clarisa.

Saludó a la reina más por costumbre que por respeto. Cuando la reina no se levantó estirándose como un gato, supo que era momento de volverse precavida.

Se volvió hacia la cama, la reina seguía recostada enredada entre las sábanas. Generalmente, con las visitas de su amante la reina mejoraba su humor, pero en esa ocasión parecía incluso melancólica, un sentimiento que ni las muerte de sus dos hijos pudo provocar y que solo aparecía cuando la reina se daba cuenta del tiempo.

Algo malo.

—¿Pasa algo, majestad? —preguntó precavida.

Clarisa apretó los labios pero no se levantó.

—Quiere un hijo.

Y con una simple frase, Sania fue incapaz de respirar. Cientos de cosas pasaron por su cabeza, pero trató de racionalizar la mayoría de ellas y quitar de su rostro cualquier vestigio de incertidumbre. Con la reina no se debía mostrar debilidad jamás. Pensó en qué era lo adecuado para decir, ¿Tal vez mostrarse indiferente?, ¿alegre mejor?
Por fortuna, la reina siguió hablando sin esperar su respuesta.

—Soy vieja Sania, me marchito con cada respiro.

No, no, no.

Esa línea de pensamiento era peligrosa, mucho.

—No es verdad, eres preciosa.

Y la reina la miró con los ojos llenos de odio. Esperó los gritos, pero no los susurros.

—Siempre has sido una amiga, Sania, nunca esperé que me mintieras a la cara. ¿Por qué otra razón me pediría un niño si nunca antes lo hizo? Estoy vieja, mi belleza muere a cada momento. Darío lo sabe al igual que todos.

Durante su parloteo, la reina no le prestó atención, pero con la pregunta siguiente vaya que lo hizo. Fijó su dura mirada en sus ojos y le preguntó sin más rodeos.

—Oh, amiga mía, dime la verdad. ¿Cómo me veo?

Clarisa jamás preguntó eso antes. Pero era porque nunca intentó la validación de alguien más que de ella. Pero antes, Amia y su belleza eran como capullos de rosa sin expandir esperando un halo de luz y amor para crecer. Ahora, su amada princesita tenía la hermosura balanceada que a su madre le faltaba. Claro que la reina estaría paranoica, se acababa el tiempo, debía pagar al señor de los muertos por la antigua promesa. Y Amia estaba lejos. De todo corazón, esperaba que estuviera lo suficientemente alejada.

—Hermosa, majestad, igual que siempre.

Clarisa aplastó la cara contra el colchón triste. Ambas sabían que mentía. Su belleza fue un ave enjaulada que, por fin, sin Amia cerca comenzaba a alejarse.

Se sentó a su lado y trató de consolarla de sus pensamientos. Estaba melancólica pero no enojada y la vida de su dulce princesa dependía mucho del estado de ánimo de su madre.

—Podrías tener más hijos, reina mía, sois joven y fuerte para parirlos. No llevarían la sangre Stares, estarían libres de la maldición.

La reina negó con fervor.

—Hay muchas cosas que no entiendes, amiga. Y son tantas que morirás antes de conocerlas todas.

Sus palabras no le provocaron reacción alguna, por lo que agregó:

—Príncipes, príncipes, príncipes. Podrían ser varones. Tal vez no con la sangre de Nereus, pero príncipes a final de cuentas. Serían mis hijos, descendientes de una reina. Y los príncipes ladivos no son buenos.

Fue ahí cuando una idea surgió en la mente de la criada. Algo torcido en lo que jamás pensó.

—Podrías dar a luz a una niña. Una tan bella como tú.

Una a la que matar en lugar de a la mía. Pensó.

Clarisa rio descubriendo su mentira mientras se levantaba de la cama a toda prisa.

—Te lo dije con claridad, Sania. No te encariñes con ella. ¿Es que acaso no lo entiendes? — preguntó todavía riendo—. Nunca fue nuestra para amarla, cariño, jamás.

Y con esa simple negación, la antigua concubina al fin explotó y dijo las palabras que, durante tantos años, calló.

—Es mía —gritó—. Mía, mía, mía. Lo fue desde que la pusiste en mis brazos y la arrullé cuando lloraba por las noches. Fue mi hija desde que la consolé la primera vez de tus desprecios, desde que curé sus heridas y limpié sus lágrimas. Siempre mi hija.

Lo último lo dijo llorando y con la voz ahogada. Pero tenía mucho que decir, años y años de estar callada le sirvieron de munición.

—Es una niña inocente, Clarisa. Lejos de tus venganzas y su rencor. Ajena a lo que le ha tocado por suerte. Y de todo corazón, espero que no la encuentres jamás.

Rio incluso con más fuerza que antes.

—¿Inocente dices? Que su carita de mosca muerta no te engañe, amiga mía —le gritó mientras se ponía una bata y buscaba algo entre sus cajones.

—Mira lo que tu dulce angelito leía por las noches.

El libro que arrojó sobre la cama era pesado y enorme. Por desgracia, muy reconocido por Sania.

Conocexnizm etc hivré: le histoir non contr etc duexes.

La reina se acercó a ella y le abrazó tratando de calmar el temblor ajeno de sus manos.

—Ladivia necesita pagar su deuda. Nuestro campos necesitan agua y nuestras mujeres hijos. Así que dime, ¿Quién de este reino es tan hermosa como yo?

Y aunque quiso mentir y creer en su propia farsa, ambas sabían que la historia estuvo escrita mucho antes de que ellas vivieran.

—Solo vuestra hija.

Y a pesar de  sentir el abrazo de Clarisa, Sania sintió un escalofrío al ver el libro tendido sobre la cama.

Dioses, siempre lo arruinaban todo.

Un cuento amargo |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora