Capítulo 18

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Helena, la reina hermosa,
Un hijo dio al dios que navega.
Y él, con una ley imperiosa,
Otorgó poder que no relega.

Extracto de “Las doce horas”, oda compuesta en honor a la Casa Soros.

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Las grandes revelaciones suelen venir acompañadas de momentos incómodos debido a que son, por lo general, con potencial mortal. Bueno, al menos en mi vida, así acostumbran. 

Hemos estado en silencio durante lo que parecen horas, aunque sé que no deben de rebasar los cinco minutos, sentados viendo al lago y arrojando piedras. Es muy estúpido, pero Grimmes parece necesitarlo en serio, apenas señalé sus habilidades especiales, él se quitó de encima y se sentó frente al agua. Y yo, sin pensar en mi camisola mojada y mi piel de gallina, me senté a su lado en solidaridad.

Ambos necesitamos un momento de introspección, a su vez, concordamos en que en era de dioses no se debe pensar en ellos sin compañía. Probablemente, él está pensando en cómo contarme su verdad sin mostrarse por completo mientras yo ideo respuestas ingeniosas para cuando me cuestione por sumergirme en el agua sin saber nadar. Dudo mucho que él como yo estemos en condiciones de envalentonarnos y admitir que conocemos mucho más del otro de lo que nos gustaría. A estas alturas, estoy muy segura que el comienza a sospechar del dios del bosque y yo, del mismo modo, me estoy quemando de la curiosidad sobre su ascendencia.

Él parece cansado, como si exponerse lo convirtiera un poco más en un siervo que en un señor. Ser un Soros es  difícil en estos tiempos tomando en cuenta quien es su ancestro, no se diga su pariente. Arián Soros tiene una fama terrible que rebasa las fronteras de su patria y juventud, ser un asesino de esposas no es apreciado en ningún sitio.

—¿Quieres contarme? —pregunto ignorando el escalofrío y la sensación de náusea que me provoca—. Como alguien que soporta el peso de un gran apellido, sé que no es fácil sobrellevar el abolengo. 

Grimmes sonríe con una mueca cínica, nada típico es su perfil conservador y austero.

—¡Quién lo diría! La persona que me parece más extraña es aquella que terminará siendo mi confidente. No lo tomes a mal, Amia, pero es un tema que no comparto ni con mis amigos, mucho menos lo haré contigo.

—Eres un Soros, creo que esa parte la entienden.

Él niega con la cabeza y lanza un suspiro. Se está cayendo a pedazos, toda esa faceta de ecuánime héroe se despedaza frente a mis ojos justo ahora. Parece derrotado, acabado por completo antes de continuar para negar mis afirmaciones.

—Soy un Soros, aunque en la práctica vengo siendo un auténtico bastardo no reconocido.

La peor parte es que ni siquiera me lo dice a mí, es como si se contara la historia a sí mismo admitiendo algo que le cuesta mucho expresar. Luego de un momento, se vuelva hacia mí y me observa largo y tendido con esos ojos tormentosos.

—Pero tienes razón, guardarme las cosas comienza a ser abrumador. —Arroja otro puñado de piedras y continua—. Soy un Soros por parte de madre, mi abuela fue Ladiara Soros, una princesa real que “supuestamente” murió en un naufragio frente a las costas de Greirda. La verdad es que unos piratas de la Orden la raptaron para pedir rescate, se enamoró de uno de ellos y decidió abandonar sus obligaciones oficiales y ayudar a la Casa Real por debajo del agua. Mi madre continuó la tradición. El trono estaba enterado de todo, así que ellos saben de mí.

Un cuento amargo |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora