Capítulo 39

140 41 9
                                    

Y de los niños divinos y sus fieras
los Padres se asustaron de pronto.
Vieron en ellos jugadas embusteras
Y se maravillaron con el monstruo...

Conocimiento: la historia no contada de los dioses.
Enciclopedia divina.

El dolor seguía ahí como un manto capaz de protegerme de mi propia destrucción. Era la voz de la madre tierra, el grito que me hacía abandonar mis intentos de experimentar hasta qué punto mi madre logró su venganza. ¿Eran los dioses despiadados? ¿Qué tipo de monstruo habían creado? Tomaron a una niña inocente, pobre y hambrienta para convertirla en un trozo de piedra angular y letal incapaz de sentir algo que no fue ira. ¿Qué tanto en mí quedaba de ella? Apenas algo para ser rescatado, un trozo antes de ser devorada por el bosque que arde de noche y cuenta historias de bestias y hombres.

Tres días después del salto, mi cuerpo antes maltrecho y destrozado se recupera con avidez, con el hambre propia que toda alma lejos de su dueño siente dentro de sí. El alma que ya sé extraña se siente igual que un gusano de seda dentro del capullo, tejiendo sin cansarse sus hilos dentro de mí, apoderándose de los huesos, los órganos y la piel siendo un huésped con ilimitados paseos por mi cuerpo.

Tengo la teoría de que no nací pareciéndome a Clarisa, sino que la parte de ella ajustó mi rostro a la forma de arcilla que fue su molde antes. Resurrección. Dar con la muerte más vida en mejor forma que el dios que produce y sus jinetes. Por lo que sé de las malthais, el alma se esconde en alguna parte del recipiente escondiéndose porque se sabe frágil lejos del cuerpo al que pertenece. Cuando a los malthais les escondían el alma en vasijas el fragmento sólo se aferraba a una parte minúscula en caso de ser roto, así, sin importar si las vasijas se quebraban el alma no volvía a su cuerpo, sino que se tenía que pulverizar la arcilla.

Toco mis dedos, mis dientes y pies pensando en qué parte se esconde para arrebatarla de inmediato, pensando en qué las hebras de músculo no son mías, sino miembros que pusieron en mí sus garras. El hambre está, el miedo se ha ido. Clarisa tiene razón en algo, la inmortalidad quita el temor a que algo extraño pase, pero el dolor siempre me hará cauta.

La diosa Aurora ya no tiene poder, Nana Sania jamás tuvo oportunidad de evitar hacer lo que le corresponde, esa fue una pelea madre-hija en la que despedazaron el amor que se tenían. ¿Somos igual madre y yo? ¿Si algún día llegó a tener hijos ellos también querrán destruirme?

Malthais, la marioneta que no muere, el hecho de que se controle a sí misma solo da más miedo.

No he salido de la cama en tres días excepto para ver al cuervo. Saber que el sobrenombre de Aiden viene de un extraño don para amaestrar a esos animales es apenas aterrador comparado con todo lo demás.

Una sola palabra está escrita en la nota.

¿Ahora?

¿Cómo decirle a Grimmes que mi madre no morirá nunca? No mientras yo lo haga al menos y, después de apuñalarme durante tres días seguidos de todas las formas que pude, sé que no sucederá. Clarisa hizo de mí su mejor recipiente, el envase de su propia maldad.

Suspiro cansada. Esto está superándome.

—¿Princesa? —llama la voz del guardia desde la puerta.

El cuervo mueve la cabeza curioso desde el alfeizar de la ventana, en el tiempo que lleva visitándome ya pude percatarme de que es muy inteligente y malcriado con su diosa. Arrugo la nota y la escondo en mi manga mientras el animal se oculta fuera. No se va a menos de que lleve una respuesta. ¿Cómo se da cuenta de que la nota que pongo en su pata no es la misma que él trae? Es lo mismo que me pregunto de Edward?¿Cómo permanece vivo después de ayudarme a escapar? No tengo la más remota idea. Tal vez fue más listo y mintió para salvar la piel antes que admitir cualquier cosa. Sea como sea, bien por él.

Un cuento amargo |COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora