Capítulo I: Liberación

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En un día nublado en el que el sol hacía breves apariciones, los carros cargados de presos se dirigían a Helgen; un pueblo bajo los pies de la montaña conocida como La Garganta del Mundo, a la cual se la conoce por ese nombre por ser el pico más alto de todo Tamriel. En uno de esos carros, Einan se despertó, viendo al abrir los ojos que estaba maniatado y con una herida en la cabeza, aunque la sangre ya estaba seca. Junto a él se encontraban un soldado rebelde, el ladrón de caballos y un hombre de ostentosos ropajes nórdicos cubiertos de piel de oso negro. El soldado rebelde tendría entre 25 y 28 años de edad. Era de constitución musculosa y de melenas rubias por el hombro, ornamentadas con una pequeña trenza en su flequillo izquierdo que llegaba a su hombro, pero lo que más resaltaba eran su barba rubia poco poblada y sus ojos azules relucientes como el cielo de la media tarde en un día de verano.

 Era de constitución musculosa y de melenas rubias por el hombro, ornamentadas con una pequeña trenza en su flequillo izquierdo que llegaba a su hombro, pero lo que más resaltaba eran su barba rubia poco poblada y sus ojos azules relucientes como ...

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—Eh, tú...—le dijo el rebelde—Al fin has despertado.

Einan aún no había recuperado del todo el conocimiento, así que, con la vista nublada, dirigió la mirada hacia el soldado capturado.

— ¿Qué ha pasado? ¿Por qué me tienen apresado?—preguntó confuso y desorientado—Yo no he hecho nada.

—Intentabas cruzar la frontera, ¿no?—respondió éste—Fuiste a caer en esa emboscada imperial, como nosotros y ese ladrón de ahí.

Señaló con la cabeza al ladrón y Einan dirigió la mirada hacia él. Ése fue quien intentó robarle el caballo: un bretón de entre 24 y 26 años, de pelo castaño y aspecto delgado rozando con lo famélico y ojos marrones, que en ese momento se encontraba quejándose de su desdicha con una voz aguda que se volvía molesta para el oído.

—Malditos Capas de la Tormenta. Skyrim estaba muy bien hasta que vinisteis. El Imperio era perfecto—maldijo el ratero—Si no os buscaran, podría haber robado ese caballo y ya estaría a medio camino de Páramo del Martillo—miró a Einan, dándose así cuenta de que ya había despertado, pero éste seguía demasiado conmocionado como para verle el rostro con claridad— ¡Eh, tú! Tú y yo no deberíamos estar aquí. Es a esos Capas de la Tormenta a los que quiere el Imperio.

—Atados somos todos hermanos y hermanas, granuja—saltó el soldado rebelde con indignación.

—Un momento...—Einan hundió la mirada en el ladrón cuando pudo vislumbrarle— ¡Tú fuiste el que intentó robarme el caballo! ¡Maldito canalla!

— ¡Lo dejaste a plena vista mientras estabas meando!—se defendió—Además, lo necesitaba para irme de Skyrim. Este país ya no es un lugar seguro por culpa de esta maldita guerra.

Tras oír el barullo de atrás, el soldado que conducía la carreta mandó silencio a los prisioneros con una voz dura y autoritaria.

— ¡Silencio ahí!—ordenó y, tras hacerlo, se formó el silencio por unos instantes.

El ratero agachó la cabeza y Einan no dejó de mirarlo con rencor por haber sido el culpable de que lo hubieran apresado por error. Pocos segundos después, este mismo ladrón dirigió su mirada hacia el cuarto prisionero sin siquiera saber de quién se trataba realmente.

The Elder Scrolls: La Leyenda del Sangre de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora