Capítulo XVIII: Sangre de Dragón

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Einan cerró los ojos y saltó a aquel portal. Luego un destello blanco lo cegó por unos instantes y, para cuando recobró la visión, estaba a punto de caer cayó sobre tierra natural cubierta de hierba y flores de lo que parecía ser una extensa pradera cuyo fin no alcanzaba la vista. Sorprendentemente no recibió daño alguno al caer, seguramente debido a los efectos mágicos del lugar. Junto a él se alzaban dos estatuas gigantescas de piedra en forma de hombres sin rostro y encapuchados con los brazos reposando sobre las mangas de sus túnicas. Entonces miró al cielo y vio un gran resplandor de luz rodeado por nubes en forma huracanada, pareciendo ser que había sido por ahí por donde había entrado. A su alrededor no sólo se veían estrellas, sino astros y planetas enteros, como la bóveda de aquel cielo abriera al vasto universo. Cualquier persona viva jamás creería que pudiese llegar a existir tal lugar, por eso era la tierra de los muertos.

No pudiendo creer que estuviera en Sovngarde realmente, Einan permaneció contemplando aquel lugar, pero no pudo ver nada con claridad, pues una espesa niebla cubría todo el valle y las montañas

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No pudiendo creer que estuviera en Sovngarde realmente, Einan permaneció contemplando aquel lugar, pero no pudo ver nada con claridad, pues una espesa niebla cubría todo el valle y las montañas. Tal era su densidad que no podía ver más allá de sus propias manos, viéndose obligado a utilizar el grito "Despejar Cielos".

— ¡Lok-Vah-Koor!—gritó y, durante un corto periodo de tiempo, logró disipar suficiente niebla como para poder ver el camino.

Mientras vagaba por la tierra de los héroes caídos, el sonido de unos tambores y unas poderosas voces se oían a lo lejos cada vez más intensamente, pareciendo que millares de almas festejasen juntas en honor a batallas pasadas. Entonces siguió caminando por aquel nebuloso camino guiándose únicamente por el sonido de aquellos tambores. Por su lado caminaban cientos de almas de guerreros caídos cuyas figuras emanaban una luz dorada radiante como el sol. La mayoría de ellos eran soldados imperiales y rebeldes Capas de la Tormenta, pero éstos caminaban perdidos y aterrados, como si aún no hubieran hallado la paz.

— ¡Date la vuelta, caminante! ¡El Devorador de Mundos espera dentro de esta niebla!—gritó aterrada el alma de un soldado Capa de la Tormenta.

Fue en ese momento cuando, a lo lejos, un estremecedor rugido para él ya familiar resonó por todo el valle. Alduin apareció de entre la niebla, disipándola con el batir de sus negras y enormes alas. Luego abrió la boca y, de una manera casi inexplicable, todas las almas errantes en la niebla fueron succionadas contra su voluntad para alimentar su insaciable apetito, viendo Einan entonces con sus propios ojos cómo hacía el Devorador de Mundos para consumir las almas de los muertos. En cuestión de segundos había devorado más de medio centenar de almas utilizando la niebla para perderlas y así atraparlas indefensas. Afortunadamente y, gracias a que Einan aún no estaba muerto, Alduin pudo consumir su alma. Además, debido a la niebla que consumía el valle, no pudo ni siquiera verle, pasando su presencia allí aún desapercibida.

—Deberías volver al mundo de los vivos mientras puedas—se acercó el alma de un guerrero—Muchos han desafiado al valle sombrío, pero todo el valor es en vano contra los peligros que guardan el camino.

The Elder Scrolls: La Leyenda del Sangre de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora