Capítulo XV: La Perdición de Alduin

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Einan y Deon pasaron varios días de viaje a través de los páramos helados del Pálido e Hibernalia hasta poder volver a la cueva en la que Séptimo se hallaba para poder ir y entregarle aquel Léxico que tanto ansiaba. Séptimo estaba leyendo libros acerca de los dwemer cuando Einan entró, pero, al verle con el Léxico en la mano, se levantó de la silla casi de inmediato y sus ojos se abrieron en una mezcla de impresión y esperanza.

—Cava, dwemer, en el más allá—Séptimo se dirigió a Einan con su mirada hundida en el Léxico—Conoceré tu desconocido perdido y me alzaré en tus profundidades.

—Séptimo, he transcrito el Léxico tal y como me pedisteis—Einan se lo entregó.

—Dámelo, rápido—Séptimo lo cogió con gran ansia, como si no pudiera aguantar ni un segundo más sin poder tocarlo—Extraordinario. Ahora lo veo, la estructura de sellado se entrelaza en los más mínimos fractales.

Einan no estaba entendiendo nada de lo que Séptimo decía. Hablaba entre acertijos que no tenían aparentemente sentido, al igual que en su libro sobre los Pergaminos Antiguos. Pero empezó a darse cuenta de que realmente estaba hablando consigo mismo, pues no paraba de mirar los luminosos jeroglíficos del cubo con fascinación.

—La sangre dwemer puede aflojar los ganchos, pero nadie vivo queda para cargar con ello—dijo Séptimo—Una panoplia de sus hermanos podría reunirse para formar un facsímil, un truco. Algo que no anticipaban, no, ni siquiera ellos.

— ¿A qué os referís?—pregunto Einan confuso.

—La sangre de altmer, bosmer, dunmer, falmer y orsimer. Los elfos aún vivos proporcionan la llave. Por tanto, carga con este extractor—Séptimo le dio a Einan unas jeringuillas de metal enano—Beberá la sangre fresca de los elfos. Vuelve cuando el juego esté completo.

—Bien. Traeré la sangre cuando haya acabado con mi asunto—Einan cogió los extractores—A todo esto, Séptimo. ¿Por qué estáis tan ansioso por abrir la caja?

—La caja contiene el corazón, la esencia de un dios—respondió Séptimo—He entregado mi vida a los Pergaminos Antiguos, pero su conocimiento es sólo una consecuencia pasajera si se compara con lo inabarcable de la mente divina. Los dwemer fueron los últimos que lo tocaron. Se creía que lo había destruido el Nerevarino, pero mi señor me dijo que no fue así.

—Esperad un segundo. ¿Estáis insinuando que ahí dentro se encuentra el corazón de Lorkhan? ¿El de la leyenda?—Einan no podía creerlo—Eso no es posible. El corazón fue destruido hace siglos por el Nerevarino en la Montaña Roja.

—Como ya he dicho, mi señor me dijo que no fue así—dijo—Él me trajo hasta aquí y me enseñó la puerta, pero ahora debo ser yo quien halle la llave.

— ¿Quién es... vuestro señor?—preguntó Einan intrigado.

—El conocedor de lo desconocido, Hermaeus Mora. Creía que no quedaban secretos por conocer... hasta que hablé con él por primera vez—dijo Séptimo revelando la identidad de su señor—Su voluntad tiene un precio. Algunos asesinatos, sembrar la disensión, una plaga o dos... Por esos secretos, puedo aguantarlo. Con el tiempo acabó trayéndome aquí, ante la caja, pero no quiere revelarme cómo abrirla. Es enloquecedor.

—Dioses... Servís a un príncipe daédrico...—Einan pareció impactado.

—Sé en qué estás pensando, pero te equivocas al hacerlo—dijo Séptimo—A diferencia de muchos de sus hermanos, Hermaeus Mora no es un príncipe maligno ni pretende ejercer el mal sobre el mundo. Tan sólo está ansioso por conocer lo desconocido y poseer todos los conocimientos que existen, al igual que yo. Por eso acudí a él.

The Elder Scrolls: La Leyenda del Sangre de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora