Capítulo IV: El Ascenso del Dragón

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Einan creía haber terminado con su misión tras haber llevado la piedra del dragón al mago, pero entonces Irileth apareció junto a un guardia alarmando sobre el avistamiento de un dragón por los alrededores y exigiendo que tanto él como Farengar acudieran a reunirse con el jarl para decidir qué hacer al respecto. Así que los cuatro subieron al segundo piso y allí les esperaba Balgruuf en su estudio.

—Y bien. Irileth me ha dicho que vienes de la atalaya Oeste—dijo el jarl Balgruuf al guardia que vino a dar la alarma.

—Sí, mi señor—respondió éste tras recuperar un poco el aliento.

—Cuéntale lo que me has dicho a mí sobre el dragón—le dijo Irileth al guardia.

—Eh... así es. Vimos cómo venía desde el Sur. Era muy rápido... más rápido que nada que yo haya visto antes—explicó temblando.

— ¿Qué hace? ¿Está atacando la atalaya?—preguntó el jarl Balgruuf preocupado.

—No, mi señor. Simplemente volaba en círculos cuando me fui—respondió el guardia entre respiraciones fuertes causadas por el sofoco y el cansancio—Nunca he corrido más rápido en mi vida... Pensé que vendría a por mí sin ninguna duda.

—Buen trabajo, hijo. A partir de ahora nos encargamos nosotros. Ve a los cuarteles a comer y descansar. Te lo has ganado—el jarl dirigió su mirada ahora hacia su edecán—Irileth, más vale que reúnas a unos cuantos hombres y bajes allí.

—Ya he ordenado a mis hombres que se agrupen en la puerta principal.

—Bien. No me falles—dijo Balgruuf preocupado por la seguridad de su gente y, tras marcharse el guardia a los cuarteles, miró a Einan—Muchacho, no hay tiempo que perder en ceremonias. Necesito tu ayuda de nuevo. Quiero que vayas con Irileth y le ayudes a luchar con ese dragón. Sobreviviste a Helgen, así que tienes más experiencia con esas sierpes que nadie más por aquí.

Einan permaneció en silencio dejando al jarl hablar a ver qué más tenía que decir.

—No se me ha olvidado el servicio que me prestaste al recuperar la piedra de dragón para Farengar—dijo—Como muestra de mi aprecio, he dado instrucciones a Avenicci para que te permita adquirir una propiedad en la ciudad.

—Muchas gracias, jarl Balgruuf. Iré de inmediato con Irileth—respondió Einan a las palabras del jarl.

—Debería acudir. Nada me gustaría más que ver a ese dragón—intervino Farengar.

—No, no puedo arriesgaros. Os necesito aquí, buscando la forma de defender esta ciudad frente a los dragones—respondió Balgruuf a su hechicero.

—Como ordenéis—obedeció Farengar un tanto decepcionado, pero al mismo tiempo comprendiendo dicha decisión.

—Una cosa más, Irileth. Esto no es una misión de muerte o gloria—dijo el jarl Balgruuf a su edecán antes de que ésta partiera—Necesito saber a qué nos enfrentamos.

—No os preocupéis, mi señor. Soy la cautela personificada—respondió al jarl justo antes de marcharse.

Einan e Irileth se dirigieron a la puerta de la ciudad y allí se agruparon con el resto de guardias que iban a luchar contra el dragón, que eran tan sólo diez hombres.

—La situación está así: un dragón está atacando la atalaya Oeste—dijo Irileth mirando a sus hombres.

— ¿Qué?... Un dragón... Por los dioses... Estamos muertos—se oía susurrar entre ellos.

— ¡Habéis oído bien! ¡He dicho dragón! No me interesa saber de dónde ha salido ni quién lo ha enviado. ¡Lo que sé es que ha cometido el error de atacar Carrera Blanca!—dijo Irileth tratando de animar a sus hombres.

The Elder Scrolls: La Leyenda del Sangre de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora