Capítulo II: Antes de la Tormenta

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Todo parecía haber terminado. Ralof y Einan habían logrado escapar y dejar atrás a los soldados imperiales, las llamas, la muerte y al dragón, así que ambos celebraron su huida con una sonrisa mientras observaban las bellas montañas nevadas y los frondosos bosques verdes de Skyrim. Pero entonces el rugido del dragón y el batir de sus alas volvieron a oírse por detrás de ellos y ambos miraron al cielo con el rostro ahora aterrado.

— ¡Rápido, a cubierto!—Ralof fue a esconderse tras una roca junto al camino y Einan lo siguió.

El dragón les pasó por encima volando. Luego liberó de nuevo un estruendoso y estremecedor rugido para luego perderse en la lejanía rumbo a las montañas, hacia el Este.

—Allá va—Ralof suspiró aliviado y luego salió de su escondite—Parece que esta vez se ha ido en serio.

—Espero que no tengamos que volver a encontrárnoslo—añadió Einan mientras observaba cómo el humo de Helgen incendiado ascendía al cielo— ¿No crees que deberíamos comprobar si ha sobrevivido alguien más?

—No hay forma de saber si alguien ha salido con vida, pero este lugar pronto estará infestado de imperiales—respondió Ralof mientras emprendía la marcha—Más vale que nos larguemos de aquí.

— ¿Y a dónde vamos?—Einan lo siguió— ¿Hay algún pueblo por aquí cerca?

—Mi hermana Gerdur lleva el aserradero de Cauce Boscoso, subiendo por el camino—dijo—Si no nos detenemos, al atardecer habremos llegado. Estoy seguro de que ella te ayudará.

—No estaría mal un poco de ayuda en estos instantes—dijo Einan—A pesar de ser nórdico, sigo siendo un forastero en estas tierras. No tengo a dónde ir ni a dónde volver excepto Cyrodiil. Y ahora no tengo el dinero suficiente para regresar a casa. Te agradezco la ayuda.

—No hay por qué darlas—respondió amablemente—Sin tu ayuda no habría sobrevivido.

Ambos continuaron por el camino hacia Cauce Boscoso acompañados por el canto de las aves y la música del bosque que acababa de despertar aquella mañana. Entonces Einan, no pudiendo aguantar más la curiosidad, le preguntó a Ralof sobre Hadvar, pues desde el primer momento parecía que se conociesen de antes.

—Oye, Ralof. ¿De qué conoces a Hadvar? En la puerta del bastión hablasteis como si os conocierais.

Ralof agachó la cabeza y ni siquiera lo miró; no quería que notase la lástima en su expresión. Entonces respondió: —Hadvar y yo nos criamos juntos en Cauce Boscoso. Sus padres murieron cuando él tan sólo era un bebé, así que su tío Alvor, el herrero de nuestra aldea, lo crio como si fuera hijo suyo—el tono triste de su voz pasó a uno más nostálgico—Desde que éramos críos lo hacíamos todo juntos; íbamos a la charca a coger ranas y a mancharnos hasta arriba de barro para atraparlas, trepábamos árboles cuando nuestros padres no nos veían... Éramos inseparables, casi como hermanos.

—Si erais inseparables, ¿qué fue lo que os hizo terminar así?—preguntó Einan ingenuo, y Ralof miró al suelo con tristeza.

—Ya conoces la respuesta a esa pregunta; acabas de verlo hace un momento—respondió con dolor en su voz—Cuando la guerra empezó, cada uno tomó un camino diferente. Desde ese día, aquellos amigos que parecían hermanos pasaron a ser enemigos en el campo de batalla—se hizo un breve silencio—Así es la guerra, amigo mío, te hace darte cuenta de quiénes son aquellos por los que verdaderamente merece la pena luchar.

Con estas últimas palabras, Einan comprendió el dolor de Ralof y la razón por la que prefería no hablar de Hadvar. Sus distintos ideales habían causado que una amistad de hacía años se viera desquebrajada y dañada. Aunque Ralof rápidamente cambió el tema para tratar de olvidar el dolor que eso le ocasionaba.

The Elder Scrolls: La Leyenda del Sangre de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora