Capítulo III: Túmulo de las Cataratas Lúgubres

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A la mañana siguiente, una vez partida ya el alba, Einan cogió sus pertenencias y marchó hacia Cauce Boscoso para después dirigirse al túmulo. Al llegar a la aldea fue a casa de Gerdur para decirle que ya había cumplido su palabra, aunque eso ya se podía ver, pues un destacamento de quince guardias había llegado y se había asentado esa misma mañana. Once se quedaron vigilando el pueblo y cuatro fueron a las Minas de Ascua para montar guardia. Entonces Einan llamó a la puerta de la casa de Gerdur, pero ésta estaba trabajando en el aserradero junto con Ralof y Hod, así que fue hacia allí y éstos, al verlo, se alegraron.

— ¡Einan! ¡Has vuelto! Y veo que has conseguido hacer que el jarl traiga hombres al pueblo—dijo Gerdur contenta—Nuevamente nos has hecho un gran favor a todos.

—Era lo menos que podía hacer, aunque el jarl me ha encomendado una nueva misión—dijo Einan—He de ir al Túmulo de las Cataratas Lúgubres a coger una antigua tablilla de piedra para su hechicero de la corte.

— ¿Acabas de decir que vas a ir al Túmulo de las Cataratas Lúgubres?—preguntó preocupada.

—Efectivamente. Eso es lo que he dicho—respondió.

—Einan, ya sé que te dije lo mismo con la mina, pero allí arriba un grupo de bandidos es el menor de los problemas. Cientos de peligros guardan ese lugar—dijo Ralof preocupado por su amigo.

—Lo sé, lo sé, pero ese artefacto que debo conseguir puede ayudarnos a saber más acerca del dragón que atacó Helgen—Einan dirigió su mirada hacia el Túmulo—Además, con la recompensa que me dé el jarl tendré oro suficiente para volver a casa.

—Como desees, pero no garantizo que salgas con vida de esta, amigo mío-dijo Ralof—Yo mañana marcharé de nuevo al frente para luchar por Skyrim, así que probablemente no volvamos a vernos. Si no vuelvo a verte, quiero que sepas que agradezco de corazón toda la ayuda que nos has prestado a mí y a mi gente. Nunca te olvidaré, Einan de Cyrodiil. Aunque nos conozcamos de hace unos días, has demostrado ser un gran amigo con el que se puede contar para lo que haga falta.

—Ralof, amigo mío. Yo también voy a echarte de menos—dijo Einan—Tú y tu familia me habéis dado una cama y comida siendo prácticamente un desconocido para vosotros. Y creedme cuando digo que os lo agradezco de verdad. Espero que nuestros caminos vuelvan a cruzarse algún día.

Ambos entonces se dieron un cálido abrazo de despedida y Einan dijo adiós a todos sus nuevos amigos, pues ésa probablemente sería la última vez que los vería, bien porque a lo mejor no sobreviviría a los peligros del túmulo o bien porque al cumplir su misión y recoger su recompensa regresaría de inmediato a Cyrodiil.

—Oye, deberías ir al comerciante de Cauce Boscoso. Allí puedes comprarte un abrigo de pieles—recomendó Gerdur—Allí arriba hace un frío horrible y necesitarás algo que te caliente.

—Gracias, Gerdur—dijo Einan—Iré a ver qué puede ofrecerme.

Acto seguido, Einan fue a la tienda del Comerciante de Cauce Boscoso y, al entrar, encontró al dependiente de la tienda discutiendo con una mujer joven.

— ¡Bueno, pues alguien tiene que hacer algo!—exclamó la mujer al dependiente.

Dicha muchacha debía de tener más o menos la misma edad de Einan. Era de estatura media, con cabellos negros recogidos en un moño y unos ojos de color marrón como la madera. A decir por sus ropajes, debía de tratarse de una aldeana normal y corriente.

— ¡He dicho que no! ¡Nada de aventuras, de farsas, de perseguir ladrones!—respondió alterado aquel dependiente.

Éste era un hombre de entre 35 y 38 años vestido con ropajes de mercader, de pelo corto y barba cortada a estilo candado. Su estatura era media y su piel morena. A decir por su parentesco con aquella chica, debían de ser familia, o al menos eso parecía.

The Elder Scrolls: La Leyenda del Sangre de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora