Acompañados por la cálida luz del sol de la mañana, Balgruuf, su escolta y Einan llegaron de vuelta a Carrera Blanca, dispuestos a capturar a uno de los comandantes de Alduin en Cuenca del Dragón, sabiendo ya el nombre de uno de ellos, Odahviing. Entraron en el gran salón, e Irileth se aproximó al verlos llegar juntos.
—Mi señor. ¿Ha habido suerte con la negociación?—preguntó.
—Tanto Ulfric como Tulio han acordado una tregua. La guerra se detendrá hasta que los dragones hayan dejado de ser un problema—respondió Balgruuf—Ahora debemos cumplir nuestra parte del trato. Mete a toda la ciudad a las criptas hasta que cese la lucha y ordena a tus hombres que desoxiden y preparen la trampa del patio.
—Enseguida, mi señor—Irileth se retiró, y Balgruuf se dirigió a Einan ahora.
—Mientras tanto, Sangre de Dragón, quisiera invitarte a tomar una copa de vino conmigo hasta que la trampa esté lista.
—No sé si beber es conveniente antes de una batalla, mi señor—dijo Einan.
—Vamos. Tan sólo vas a beber una copa—dijo—Además, no te atreverás a rechazar mi hospitalidad en mi propio palacio, ¿verdad?
—No... mi señor—agachó la cabeza.
—Entonces ven conmigo a mis aposentos—dijo Balgruuf, y Einan lo siguió hasta sus enorme dormitorio, cuya alcoba cubierta de pieles de lobo era de mayor tamaño que una cama de matrimonio. Entonces vio colgado en la pared un cuadro del jarl junto a sus hijos y una mujer que parecía ser su esposa, aunque nunca la había visto en palacio.
—Por favor, siéntate—le ofreció Balgruuf una silla, y Einan se sentó junto a la pequeña mesa donde el jarl tenía una jarra de cristal en la que guardaba el vino. Luego éste se sentó también y lleno dos copas—Propongo un brindis—alzó su cristalina y reluciente copa de vino—Por nuestro éxito en el consejo.
—Por nuestro éxito en el consejo—Einan alzó también su copa y ambos brindaron.
—Dime, Sangre de Dragón. ¿Tienes familia?—preguntó Balgruuf tras beber un sorbo.
—Sí. Mis padres aún viven en Cyrodiil—respondió él.
— ¿Y piensas regresar cuando soluciones el problema de los dragones?
—No lo sé, jarl Balgruuf—le respondió Einan tras un breve silencio—Al principio de este viaje, tan sólo pensaba en volver a casa. Cuando me disteis los 10.000 septims, pensé en gastarlos en regresar a Cyrodiil y volver con mi familia. Pero ahora tengo una razón por la que quedarme aquí.
— ¿Y cuál es esa razón? Si se puede saber—preguntó Balgruuf interesado.
—Conocí a una chica aquí, en Carrera Blanca. Nada más verla, quedé cautivado por su enorme belleza. Parecía como si la propia Dibella se hubiera aparecido ante mí—Einan recordó la primera vez que la vio—Desde entonces no paro de pensar en hacer una vida junto a ella. Quizá esa fue otra de las razones por las que vine a Skyrim, además de para descubrir que soy el Sangre de Dragón. Quizá estaba destinado a conocerla y a enamorarme para formar una familia en la misma tierra donde nací.
—Te comprendo, chico. Yo también estuve enamorado una vez—Balgruuf miró el cuadro en el que estaba junto a esa mujer que Einan vio al entrar—Se llamaba Freya. Era la mujer más hermosa que había conocido jamás. Nos conocimos cuando yo todavía no era más que un infante en una reunión de jarls. Ella era la hija de Escaldo el Anciano; actual jarl del Pálido. Lo nuestro fue amor a primera vista, a los pocos meses de habernos conocido ya nos habíamos prometido. Entonces nos casamos y tuvimos dos hermoso hijos: Frothar y Dagny. Pero cuando dio a luz a nuestro tercer hijo, Nelkir, Freya perdió demasiada sangre durante el parto y murió, dejando atrás a tres hijos y a su marido. Lo último que me dijo antes de abandonar esta tierra fue "Cuídalos, Balgruuf. Cuida de nuestros hijos. Prométemelo" y así he hecho. He amado y he protegido a mis hijos con todo mi corazón. Ellos son el último recuerdo que me queda de ella.
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The Elder Scrolls: La Leyenda del Sangre de Dragón
FantasyLa guerra y el desasosiego someten las tierras norteñas de Skyrim, y Einan; un joven deseoso por conocer la tierra de sus ancestros, decide viajar a ésta aun a sabiendas del peligro que supone adentrarse en pleno conflicto entre el Imperio y los sep...