Capítulo XII: La Garganta del Mundo

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Einan se dispuso a ir a Alto Hrothgar de nuevo, pero antes quiso ir a la tienda de algún alquimista para comprar ingredientes y pociones, ya que andaba falto de ambas cosas. Mientras paseaba por la plaza buscando la tienda, vio a un hombre guardia rojo que parecía pertenecer a la clase alta dada su vestimenta ostentosa, así que se acercó para preguntarle por si sabía dónde encontrar alguna.

—Disculpad. ¿Sabríais decirme dónde puedo encontrar un maestro alquimista?—preguntó con amabilidad.

—Perdonadme. ¿Nos... conocemos? Aunque lo dudo mucho, yo no me junto con plebeyos de clase baja como vos—respondió muy repelente el noble.

—Tan sólo os he hecho una pregunta. ¿Tendríais la educación de respondérmela?

— Yo os pregunto algo. ¿Vais al Distrito de la Nube muy a menudo? ¿Qué digo? Pues claro que no—el noble se respondió a sí mismo.

—Pues, a decir verdad, sí que voy a menudo. Soy thane de Carrera Blanca—respondió.

— ¿Vos? ¿El thane de Carrera Blanca? Por favor, no me hagáis reír. Un thane de verdad no vestiría como un matón a sueldo—le dijo el noble mirándole la armadura.

—Creo que es asunto de uno el decidir cómo viste. ¿No lo creéis así?—preguntó Einan.

—Desde luego, pero ningún señor de grandes tierras o al menos alguien cercano al jarl vestiría como vos. Es sentido común—dijo con prepotencia—Tal vez logréis engañar a esta gente pobre e inculta, pero a mí desde luego que no.

—Muy bien. Viendo que no os dignáis ni siquiera a responder si sabéis dónde encontrar una tienda de alquimia o no, me dispongo a buscarla yo mismo—dijo Einan indignado—Lamento haberos indignado con mi pregunta tan de la plebe.

—Sí, será mejor—dijo aquel guardia rojo—Ya he malgastado suficiente saliva para hablar con vos, pudiendo haberla utilizado para mejores fines que vuestras necedades.

Einan se alejó, y mientras lo hacía dijo en voz baja y a regañadientes "Puto gilipollas estirado...". Entonces, tras acabar la conversación con aquel déspota aristócrata, una guardia roja aparentemente también noble lo paró.

—Veo que acabáis de conocer a mi marido, Nazeem—dijo ella—Siempre está así, besando el trasero del jarl. Últimamente es lo único que besa...

—Vaya. Veo que vuestra relación con vuestro marido no es muy... buena, que digamos—respondió Einan.

—La verdad es que ya no lo aguanto—dijo la mujer de Nazeem—Su familia es poseedora de gran cantidad de fincas en Skyrim. También tienen posesiones en Páramo del Martillo. Es por eso que mi padre decidió casarme con él, para que, de esta manera, nuestras familias se unieran. Pero nunca tuvieron en cuenta si yo verdaderamente lo deseaba...

—Bueno, al fin y al cabo, a las mujeres de vuestra cuna os enseñan desde pequeñas a complacer las necesidades de vuestros maridos, a ser obedientes y a proporcionarles hijos que hereden su título—dijo Einan—Podríamos decir que nacisteis para esto.

—Ya lo sé, pero yo nunca elegí esta vida; se me impuso por el simple hecho de haber nacido mujer—dijo la guardia roja, pero enseguida cambió de tema—Decidme. ¿Qué es lo que le estabais preguntando a Nazeem?

—Quería saber dónde puedo encontrar algún alquimista para comprar pociones e ingredientes—dijo—Pero, por lo que se ve, no se digna a responder a simples plebeyos.

—Típico de él... Si queréis comprar pociones, id al Caldero de Arcadia. Está junto a la tienda de Belethor, dos calles más en esa dirección—la guardia roja le señaló el camino.

The Elder Scrolls: La Leyenda del Sangre de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora