Capítulo X: El Muro de Alduin

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La carrera a contrarreloj contra los Thalmor había terminado. Einan, Delphine y Esbern ahora se dirigían a la Aguja de Karth en busca del Muro de Alduin con el fin de hallar un modo de combatir a los dragones, pues el Sangre de Dragón seguía sin ser suficiente para vencerlos a todos, y menos a aquel gran dragón negro que parecía llamarse Alduin, que tenía la capacidad de alzar al resto.

Sin embargo, a varias leguas de ellos, Ysolda seguía siendo vigilada y perseguida por aquel misterioso bretón que llevaba semanas siguiendo sus pasos sin que ésta se diera cuenta. A la mañana siguiente de que Einan partiera rumbo a La Cuenca junto a Delphine y Esbern, Ysolda fue como un día cualquiera a la plaza del mercado de Carrera Blanca para comprar. Entonces aquel misterioso hombre se le acercó y, de manera disimulada, tropezó con ella e hizo que el cesto llevaba se le cayera.

—Oh. Disculpadme, señorita—se agachó a coger las cosas que se habían caído.

—No pasa nada. Pero deberíais tener más cuidado al andar por la calle—dijo Ysolda mientras recogía las cosas.

—Tenéis toda la razón. Culpa mía—el bretón se disculpó y luego terminó de volver a meter todas las cosas que se habían caído en el cesto.

—Gracias por vuestra amabilidad—dijo Ysolda con educación, aunque aquel hombre no le daba buena espina.

—Siempre es un placer ayudar a una dama como vos—dijo aquel siniestro encapuchado con una media sonrisa dibujada en el rostro.

A este extraño individuo apenas se le podía ver la cara, pues iba con una capucha puesta. Su voz era limpia pero a la vez inquietante y sus ropajes negros le daban un aspecto sombrío y abrumador, como si fuera un mensajero de la muerte.

—Agradezco el cumplido, pero he de irme—dijo Ysolda con prisa.

—Que tengáis un buen día, señorita—contestó él.

Ysolda notaba algo raro en ese hombre. Algo en él le causaba inquietud, y no estaba equivocada, pues aquel bretón encapuchado había causado el tropiezo a propósito para poder meterle en el cesto un amuleto de Talos durante la confusión. Ella no se dio cuenta de esto, así que continuó su camino y salió a las afueras de la ciudad para ir a ver a sus padres, aunque tenía la ligera sensación de que la estaban observando. No obstante, cada vez que miraba hacia atrás era incapaz de ver a nadie, lo cual le hacía sentir un frío helador que le recorría todo el cuerpo.

Ese hombre llevaba un mes siguiendo sus pasos sin ella saberlo para tenerla controlada y aprenderse su rutina. Por eso supo cuándo iba a tener la oportunidad de meterle en el cesto aquel amuleto de Talos, cuando fuera a comprarles comida a sus padres. Lo que aún no estaba del todo claro era la razón por la que lo hacía, pero tarde o temprano se sabría.

—Mmm. La novia del Sangre de Dragón ha ido a llevar la compra a sus padres como de costumbre...—dijo hablando solo escondido tras una roca mientras observaba con una sonrisa perversa a Ysolda entrando en casa de sus padres—Me muero de ganas de ver qué pasará cuando el señor Ondolemar y sus hombres encuentren el regalito que les he dejado en el cesto.

Dicho así, mientras todo esto ocurría, Esbern, Delphine y Einan ya llevaban un buen trazo de camino y acamparon cerca de la frontera entre Falkreath y La Cuenca al ocaso. Einan cazó dos conejos y Delphine los cocinó aplicando los conocimientos que había adquirido durante todos esos años haciendo de posadera.

—Este conejo está delicioso—dijo Esbern con la boca llena.

—Sí. Quizás deberías plantearte dejar esto para hacerte cocinera—Einan bromeó.

The Elder Scrolls: La Leyenda del Sangre de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora