Capítulo VII: Una Hoja en la Oscuridad

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Ahora con un completo cambio de planes, Einan se vio yendo junto a una extraña mujer a la localización de un antiguo túmulo de dragón para evitar que regresara, si es que aún no era demasiado tarde. Ambos cogieron sus caballos y enseguida pusieron rumbo a Arboleda de Kynes; una aldea más pequeña incluso que Cauce Boscoso, con tan sólo cuatro o cinco chozas de madera y techos de paja. Allí la nieve caía despacio y el cielo, gris y ominoso, bloqueaba la luz de sol, que lograba escapar entre pequeñas aberturas.

—Ya hemos llegado, y parece que a tiempo—dijo la posadera desde su caballo.

— ¡No, no vayáis allí! ¡Un dragón... está atacando!—gritó aterrorizada una joven aldeana al ver a Einan y a la posadera llegar por la carretera.

— ¿Un dragón está atacando la Arboleda de Kynes?—preguntó Einan desde su caballo a la joven.

—Bueno, no sé. Aún no... ¡Sobrevoló la aldea y aterrizó en el viejo montículo de los dragones!—dijo intranquila aquella muchacha— ¡No sé qué hace allí arriba, pero no pienso quedarme para averiguarlo!

—Vamos, rápido. Puede que lleguemos demasiado tarde—la posadera se bajó de su montura—Dejemos los caballos aquí. Seguiremos a pie.

—Sí—Einan bajó de su caballo y lo ató frente a la posada de la aldea.

Ambos subieron a pie y a toda prisa hasta el túmulo del dragón. Fue entonces cuando el batir de unas alas negras que a Einan ya le resultaban familiares se oyó a lo lejos y un rugido tronó en el cielo, como la llegada de un mal augurio. Desde ese momento, Einan supo que ése no era el dragón que había salido del túmulo, pues era el mismo que arrasó Helgen y lo miró a los ojos por unos estremecedores instantes.

— ¡Escóndete!—la posadera se escondió tras una roca al ver a aquel titánico ser sobrevolando la zona.

Tras oír esto, Einan se escondió junto a ella tras aquella roca, sin poder dejar de mirar al dragón que casi lo mata en Helgen mientras éste batía sus alas estático en el aire, contemplando el túmulo que había frente a él.

— ¡Por los ojos de Lorkhan! ¡Mira a ese grandullón!—susurró ella, intentando no alarmar al dragón—Baja la cabeza y veamos lo que hace.

De repente, aquella sierpe negra como la noche comenzó a pronunciar unas palabras en su lengua con una voz grave y desgarradora que aterrorizaría hasta al más valiente de los guerreros. Sonaba como si de la mismísima manifestación del terror se tratara.

— ¡Sahloknir! ¡Ziil gro dovah ulse!—pronunció la bestia alada, como un conjuro— ¡Slen-Tiid-Vo!—gritó a continuación sobre el túmulo, produciendo un sonido de trueno que resonó por todo el cielo y dejando así ver el poder de la Voz en los dragones que, como había dicho Arngeir, era algo tan natural como respirar para ellos.

— ¿Qué diablos está haciendo?—la posadera no entendía qué estaba ocurriendo.

—No lo sé, pero algo me dice que nada bueno—respondió Einan.

Entonces el túmulo empezó a temblar y algo quebró el suelo. Ese algo era el esqueleto de un dragón que comenzó a salir de ahí, emitiendo un poderoso rugido.

—Esto es peor de lo que pensaba...—dijo la posadera impactada.

La piel del dragón comenzó a formarse según éste iba saliendo. Era como cuando morían, pero al contrario. Unas pequeñas chispas se iban pegando a su cuerpo formando así sus escamas y membranas. Así era cómo los dragones volvían a la vida. Aquel era similar a Mirmulnir, pero tenía tonos más verdosos y grises y no tan marrones. Sus ojos también eran de color ámbar con pupilas serpentinas y su cola terminaba en membranas con forma de punta de flecha seguida de tres filas de espinas que aumentaba de tamaño según le iban llegando al lomo. Y, a diferencia de Mirmulnir, no tenía dos grandes cuernos; sino varias astas por todo el cuello y la cabeza.

The Elder Scrolls: La Leyenda del Sangre de DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora