Capítulo XII

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Y tal como prometió, Alexander me dió mi mochila y mi chaqueta. También me acompañó hasta mi casa, la cuál no se hallaba lejos de la suya. Durante todo el recorrido Alexander me habló sobre sus cosas, y la verdad es que el tipo es muy interesante, y también bastante coqueto.

- ¿Sabes qué hora es? - Ya estabamos a pocas cuadras de mi casa.

Él sacó su celular del bolsillo, y sonrió. - ¿Me creerías si te digo que ya son más de las dos? - Abrí mis ojos como plato. Si Miriam descubría que he llegado a esas horas tan altas de la madrugada, me iba a gritonear horrible.

- No jodas ¿de veras? ¿Tan tarde? - Él soltó una carcajada y ladeó la cabeza. Yo inmediatamente le tiré un golpe en el hombro. - Imbécil.

- Lo siento. Hubieses visto tu cara. - Rió nuevamente.

- ¡Ya dime la verdadera hora, Alexander! - Exclamé un poco fastidiada.

- Está bien, son las doce y cuarenta. - Asentí ante sus palabras.

- Vale, no es taaan tarde que digamos.

Llegamos a mi casa, me despedí de Alex y entré con sumo cuidado, hasta llegar a mi cuarto.

No encendí la luz, me quité los zapatos y me tiré sobre mi cama. Al sentir que la superficie no era blanda me sobresalté, me quize poner de pie inmediatamente; sin embargo, unos brazos me lo impidieron. Comenzé a forcejear para tratar de salir del agarre pero el tipo era muy fuerte.

- Ya quédate quieta, carajo. - Su voz hizo que me tranquilize por unos minutos. - Así está mejor. - Susurró. Me quize poner de pie nuevamente pero él lo impidió rodéando sus brazos en mi cintura.

- Esto no es cómodo para mí, Joseph. - Reproché en voz baja.

- Para mí sí. - Soltó una pequeña risa, y se aferró más a mí. Su aliento chocaba con una parte de mi hombro, me giré un poco y gracias a la luz de la luna pude ver su rostro.

Sus ojos se hallaban cerrados, parecía que dormía. Me permití mirarlo por unos minutos más, luego dirigí mi dedo índice al medio de su frente, y fuí deslizándolo con delicadeza hasta el puente de su nariz, luego bajé hasta sus labios, al instante que mi dedo estuvieron por sus labios él sonrió.

Abrí mis ojos como plato y alejé mi mano de su rostro de inmediato.

- Joseph, ya suéltame, necesito dormir.

Traté de levantarme nuevamente, y felizmente él no lo evito. Me puse de pie y fui hacia el interruptor del cuarto, prendí la luz. Y noté de inmediato que Joseph se hallaba sentado sobre mi cama, mirándome con el ceño fruncido.

- ¿Dónde haz estado? - Me puse nerviosa. Y me regañé por eso. Por qué carajos me pongo nerviosa si no hice nada malo.

- Te dije que fuí a la casa de Janneth para hacer la tarea que mandaste. - Me quité mi chaqueta y la acomodé en uno de los ganchos de mi armario. Joseph rió amargamente ante mi respuesta.

- ¿Me crees estúpido o qué? Fuí a casa de Janneth a las 5:00, me dijo que ya habían terminado el trabajo, luego vine a tu casa, y ¡oh! Sorpresa, no estabas acá. Te lo voy a preguntar por última vez Annie ¿dónde mierda has estado?

- ¿Te das cuenta lo enfermo que suenas al decir todo eso? A parte, tú sabías que hoy me encontraría con un amigo ¡Tú lo dijiste! Y me advertiste que no dijera nada sobre ti, y créeme, no dije nada sobre ti.

- Tú te encontraste con él a las cinco y veinte, luego fueron por unos helados, y se supone que luego de eso volverías acá, a las siete, o siete y media. ¿Dónde has estado en todo ese lapso de tiempo? - Solté un pequeño bufido, me estaba irritando. Yo no era nada de él, como para que esté intentando controlar cada paso que daba.

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