C A R O L I N A
¿Le parezco bonita?
¿De verdad?
Mis piernas tiemblan, me siento mareada, parece que mi corazón palpita en todo mi cuerpo, solo parezco concentrarme en sus pasos detrás de mi.
Subimos al bus, me siento en el lugar que me asignaron por obligación, y Kenny cae a mi lado, con una mirada seria.
Me da vergüenza decirle que no soy nada bonita.
Tal vez se esta burlando de mi.
Me siento mal ante eso, algo decae en mi y siento pinchazos en el pecho al pensar que sea así.
¿Aunque por qué se junta conmigo?
— Ey, ¿cuando es tu cumpleaños? — me pregunta de repente girandose hacia mi.
— El dieciséis de julio. — le sonrío nerviosa y él asiente pensativo — ¿Y tú?
— En Hallowen. — responde serio.
Frunzo el ceño y me río.
— ¿Eh?
— Mi cumpleaños es el treinta uno de octubre.
— En nuestro país es el día del escudo.
Ahora si sonríe, soltando una risita.
— No pensé que fueras de los pocos adolescentes que pensaran más en eso que en una festividad ajena.
— No celebro ninguna de las dos cosas, pero yo soy de aquí, y aquí la festividad es por el escudo, no por Hallowen.
— Me parece bien. — sus ojos se entrecierran cuando me da una sonrisa de dientes completos.
Lo noto más cerca de mi, su mano roza la mía a veces con el movimiento del carro, y su aliento da en mi sien.
— ¿Puedo abrazarte?
Me recuerda a Enrique, aún así no creo que sea lo mismo que cuando abracé al otro chico.
— Está bien. — digo en voz baja porque me he dado cuenta que con Kenny no me molesta que me toque como con otras personas que aún cuando me tocan solo el hombro me desespera.
El Zombie pasa sus brazo sobre mis hombros y me atrae hacia él, me dejo llevar sintiéndome rara por estar haciendo esto con un chico al que apenas le hablé hace unos días.
Aunque no es cualquier chico.
Es el chico que me ha gustado durante un año.
El primer chico.
El primer chico que no sea como mi familia y que no me molesta que me toque.
El primer chico que me ha dicho que le parezco bonita.
No es cualquier chico.
Para mi no lo es.
Me siento más relajada con los minutos que pasan, su calor corporal me arrulla y solo quiero acurrucarme contra él como lo hacía con mi papá cuando era pequeña y estábamos en una fiesta y yo ya quería irme.
En algún momento su mano vuelve a tomar la mía como antes de que bajaramos a almorzar.
Siento las mariposas danzar armoniosamente en mi estómago y mi corazón saltar como loco cuando él acaricia la palma de mi mano, y luego soy yo quién está acariciándole los nudillos a él.