"¿Será mejor el no buscarte? ¿Será mejor el ser altivo en la desgracia y nosentirse juguete vil de tus caprichos?"
José Santos Chocano
Almack's, Londres. Año 1801
Abigail tomó del brazo a su padre mientras ponía su pie en la entrada del salón, aquel día de la temporada Almack's estaba repleto de damas y caballeros desesperados por mostrar ante la alta sociedad londinense su estatus y su poderío, y ella no era la excepción. Criada y educada en la mejor escuela de señoritas, acomodó con delicadeza sus manos en el brazo de su padre, Sir Ambrose Henderson y alisó su vestido.
Las paredes blancas y beige, los grandes espejos y candelabros repletos de velas encendidas, los cortinados azules y las columnas doradas, daban al lugar ese aspecto encantador y fascinante. Se dibujó aquella sonrisa que había aprendido hacer y acomodó sus bucles pelirrojos que caían sobre sus hombros de aquel recogido perfecto que su doncella había hecho con esmero. Su hermana, Adele, tropezó y trastabilló mientras su padre se apuró a sostenerla y a enderezarse. Abi la miró blanqueando sus ojos.
—¡Por Dios Adele! Compórtate... ¿Es que acaso no puedes poner un pie delante de otro? —Adele la miró con desprecio, pero no contestó nada, porque su padre intervino antes de que pronunciara una palabra, pero la miró con aquellos ojos intensos y con rabia, haciendo que Abi riera por lo bajo.
—Muchachas por favor, compórtense como es debido, al menos aquí espero que puedan llevarse como dos hermanas que se aprecian.
—Padre, es que es la tercera temporada de Adele y si no consigue en esta, que alguien le haga al menos una propuesta matrimonial, quedará como la solterona de los Henderson. —rio mientras su hermana se volvía a ella con tanta impotencia que sus mejillas ardían.
—Peor estás tú querida Abi, que si sigues rechazando pretendientes en tu segunda temporada en Londres, te harás la fama de histérica y terminarás con el primer mequetrefe que aparezca. —Adele se soltó del brazo de su padre y avanzó para no dejar tiempo a que su hermana pudiera responder.
Abigail inspiró profundo tragando todas aquellas palabras que amenazaban con salir, y avanzó por el salón para encontrarse con su amiga Clarice, hija del vizconde de Hampshire, a quién en realidad no soportaba, pero cuya amistad le convenía. Caminó lentamente, haciéndose espacio entre la gente y notando la mirada de los caballeros. En aquella segunda temporada, tal cual la primera, había sido un éxito, había recibido al menos tres propuestas matrimoniales de un barón, del hijo de un vizconde y del heredero de un conde, pero nunca terminaba de convencerse cuál era el adecuado. Había considerado al duque de Kent, y a William Vane duque de Wellington, pero finalmente, de ellos no había recibido más que la invitación a algunos bailes o la aceptación de un coqueteo, pero nada concreto. De igual manera, no estaba apurada ni necesitada de casarse con urgencia, así que trabajaba sobre aquellas posibilidades que se le hacían sumamente atractivas.
Cuando alcanzó a Clarice, se saludaron con mutua falsedad.
—Qué bueno que hayas venido... esto se estaba poniendo un tanto monótono.
—¿Te has aburrido de reírte del pobre Sir Conrad y sus bigotes? —largaron una carcajada.
—Si no estás tú, esos bigotes se ven un tanto distintos.
—No me digas que lo ves atractivo Clarice, porque muero del disgusto. —ambas sonrieron.
Se acercaron a buscar una limonada y se detuvieron a saludar a Lady Celestine y Lord Rawson. Al volverse, fijaron su mirada en Adele que tomaba un bocadillo tras otro.
—Dile a tu hermana que deje de comer, porque a este paso, entre que no recibe propuestas matrimoniales, prácticamente agotará todas sus posibilidades.
—Créeme que se lo he dicho, pero no hace caso, no imaginas cómo tuvo que ajustar su vestido Erin para que entrara en él. —Sonrieron mientras Lord Bradley se acercaba.
—Señoritas —hizo una reverencia tomando sus manos. —Lady Abigail, dígame por favor que no ha reservado el vals aún a ningún caballero. —ella sonrió y apoyó sus delicados dedos en su antebrazo.
—Por supuesto que no milord. —Tomó el carnet de baile y anotó en él su nombre mientras él sonreía —se lo tengo reservado para usted. —sonrió mientras él le devolvía el gesto y se apartaba con los demás caballeros.
—Abigail, ¿puedes decirme por qué lo ilusionas si no tienes interés en él? —dijo mientras recorrían el salón y ella se encogió de hombros al tiempo que bebía un sorbo de la limonada.
—Siempre hay que mantener las formas... es lindo que un hombre guapo, con título, sea galante con una ¿no crees? —Clarice finalmente asintió mientras otro caballero se acercaba a saludar y a solicitar un baile con ella.
—Por Dios amiga, a este paso serás la sensación de la temporada por segunda vez. —sonrió complaciente y enarcó una ceja. —Oye, mira a tu hermana, ¿acaso no es ese el hijo menor del Señor Bellamy? —Abi asintió con pesadez.
—Ya los he visto juntos la semana pasada en el baile en casa de Lady Diane. Créeme que es un don nadie sin título ni dinero. No sé cómo todavía le permiten entrar a Almack's. —Clarice enarcó las cejas.
—¿ Y tu padre qué dice?
—Pues ¿Qué va decir?... —avanzaron hacia el salón de las cartas —está cada día más disperso y se la pasa encerrado en su estudio. Creo que ni caso nos hace. Hoy nos ha costado un triunfo que nos acompañe.
Se abrieron paso entre los grupos de personas que conversaban animadamente, e ingresaron al salón de las cartas, donde se disponían los caballeros a jugar, pero su presencia no pasaba desapercibida, su porte elegante, su cabello rojizo sobre su piel blanca y aquellos ojos claros eran preciadas joyas pretendidas por distinguidos hombres, que se desarmaban en atenciones hacia ella. Aquello generaba los celos de las otras damas presentes que no hacían más que cuchichear sobre ella, mientras deseaban que no se presentara a las reuniones sociales, al menos las mujeres casaderas que esperaban ansiosas propuestas que ella se enorgullecía en rechazar. Se sentó a una de las mesas al lado del duque de Kent.
—Milady, ¿desea unirse al Pharaon? —Abigail sonrió.
—Muchas gracias Milord, pero desconozco cómo se juega. —hizo un mohín que al duque le pareció adorable.
—Sería un placer poder enseñarle. —Abigail le agradeció con una mirada sugerente, aproximándose a él lo suficiente para alterar sus pensamientos, pero que no pareciera un coqueteo descarado.
Clarice enarcó una ceja mientras volvía al salón de baile a reunirse con las demás muchachas.
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Una Segunda Oportunidad
Ficção HistóricaCOMPLETA. Abigail Henderson es una muchacha casadera, que en su segunda temporada en Londres es aclamada por los caballeros y pretendida por muchos. Educada y preparada para ser una delicada florecilla, aprovecha las circunstancias para ser bastan...