COMPLETA.
Abigail Henderson es una muchacha casadera, que en su segunda temporada en Londres es aclamada por los caballeros y pretendida por muchos. Educada y preparada para ser una delicada florecilla, aprovecha las circunstancias para ser bastan...
"Para ella, él era el último hombre; para él, ella parecía ser la única mujer"
Jane Austen
Agradeció a Dios no haberlo cruzado nuevamente en toda la mañana. Todavía le ardían las mejillas al pensar en ese abrazo, en su piel rozando la suya y en su voz tan cercana y tierna. Terminó con las actividades que le tocaban y luego de la comida se tomó la tarde libre. Salió por la parte de atrás y antes de atravesar la puerta de la cocina, tomó un canasto.
—¿Vas al pueblo?— preguntó Dorothy y ella asintió sonriente. —Llévate algo de abrigo, porque cuando el sol baje, te hará frío. —se detuvo pensativa, pues no contaba con ninguno. —¿No tienes, verdad?
—No... ahora pensaba comprar algunas telas y hacerme algo con un dinero que tengo, remendar algunos vestidos...
—Muy bien, toma. —rebuscó y le extendió una capa marrón y roja, la cual agradeció con una sonrisa.
—Gracias.
—Apúrate porque cuando el sol baje, te dejará en completa oscuridad, y te aseguro que no es nada agradable. —asintió y salió por la puerta trasera.
—¡Peludo! ¡Peludo! —lo llamó y él asomó su cabeza al escuchar su voz. —Vamos, ¿me acompañas?
Emprendió el camino por el medio de las tierras, debía caminar bastante y apurar el paso si quería llegar a tiempo, comprar todo lo que necesitaba y emprender el regreso antes de que el sol se escondiera.
Atravesó los campos donde trabajaban, con hermosas extensiones de hierba y flores pequeñas y claras, se detuvo a mirar el mar por encima del acantilado y el sol que brillaba en todo su apogeo. Peludo saltaba contento a su lado y se detuvo a jugar con él en medio de aquel lugar de ensueño, donde olvidaba sus miserias.
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Disfrutaba de su compañía tanto como ella la de él, se sentía identificada con ese animal, que sólo la tenía a ella y que estaba desprotegido, sin hogar propio y sin amor.
Apuró el paso hasta alcanzar el camino y cuando sus piernas pedían descanso y su garganta un poco de agua, divisó el pueblo, con sus techos rojos y sus calle citas estrechas. Miró el sol en lo alto e ingresó por el camino principal. Era pequeño, pero luego de caminar un poco y preguntar a los habitantes, encontró la tienda de telas. Dejó a Peludo apostado en la entrada e ingresó.
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Andrew cargó el morral de cuero con las herramientas que necesitaba y las semillas que faltaban, cuando miró por encima del lomo de Macario, divisó una mata rojiza de cabello que cruzaba la callejuela y se metía en la tienda de telas. Se detuvo un instante pensando qué hacer, con una mezcla de ideas, pensamientos y ganas. La vida se empeñaba en atravesarla una y otra vez en su camino aquel día. Suspiró inquieto y miró nuevamente en su dirección. Cruzó lentamente y miró por el cristal. Allí estaba, eligiendo telas y cargando cosas en la canasta.