Capítulo 4

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"La mayoría de las personas gastan más tiempo y energías en hablar de los problemas que en afrontarlos"

Henry Ford

Habían pasado diez días desde que la fiebre había comenzado y su padre se veía más débil. Prácticamente estaba inconsciente, con breves periodos de desvaríos y alucinaciones. El médico lo visitaba de cuando en cuando y le había practicado al menos dos sangrías que no habían hecho más que empeorarlo. Abigail terminó el desayuno y subió a su habitación para constatar como seguía.

La sirvienta se puso de pie al lado de la cama mientras ella se acercaba y con un tanto de temor y compasión pasaba la compresa por su frente mientras le daban de beber los preparados de hierbas que el médico había indicado, pero que apenas tragaba.

Estaba sumamente delgado y su color ceniciento parecía gritar a viva voz que la muerte se aproximaba. «Padre, no me dejes sola... te necesito» pensó, mientras lo contemplaba rememorando momentos hermosos que habían compartido juntos.

—Milady... —Cayden la interrumpió en sus pensamientos.

—¿Sí?

—¿Podría hablar un momento con usted?

Abigail se puso de pie y avanzó hacia el pasillo entornando la puerta, para encontrar del otro lado del mismo a Cayden, la señora Grace que era la cocinera, Erin, el cochero y dos sirvientas. Abrió los ojos sorprendida de encontrarlos a todos allí.

—Milady, antes de que se pregunte que hacemos todos aquí, queremos disculparnos por presentarnos de esta manera en estas penosas circunstancias, pero es que la situación excede nuestra capacidad...

—¿De qué habla? —lo apuró Abigail con claro fastidio y Cayden inspiró mientras los demás no levantaban su mirada del suelo donde ella pisaba.

—Milady, hace al menos cuatro meses que su padre no nos paga. Entenderá que tenemos familia y que dependen de nosotros. No quisimos decirle antes porque creíamos en que su padre se recuperaría, tal cual él nos había prometido. Pero dadas las circunstancias en que se encuentra y el tiempo que ha pasado, es que nos vemos obligados a decírselo a usted, para que si no puede pagarnos, podamos irnos y buscar trabajo en otro lado con al menos una recomendación de su puño y letra.

Abigail no movía sus ojos de aquel hombre, y sus oídos intentaban por todos los medios procesar la información que le brindaba, pues desconocía todo aquello que para ese momento le parecía casi imposible.

—Milady... —interrumpió la señora Grace haciéndola volverse a ella. —también es necesario que sepa que la despensa está casi vacía, quedan muy pocas cosas para preparar la comida.

—¿Mi hermana lo sabe?

Movieron la cabeza en negativa.

—Su padre nos pidió que le resguardáramos el secreto, que sería algo momentáneo.

Los dejó de pie en el pasillo y caminó decidida a la habitación de Adele que para ese instante estaba sentada en su tocador. La tomó del brazo y bajaron juntas las escaleras mientras su hermana lanzaba contra ella todos los insultos que conocía.

Entraron al estudio y Abigail apretó sus ojos.

—¿Vas a decirme que te pasa?

—Por favor Adele, deja de pensar en ese hombre que no vale nada y presta atención. —Algo está sucediendo. No tenemos dinero... nada...

—¡¿Qué?!

—No sé... Cayden y los demás están reclamando cuatro meses de pago y alertando de una despensa vacía. —Adele frunció el ceño.

Una Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora