Capítulo 30

10.5K 1.2K 83
                                    

"Deja que el tiempo pase y ya veremos lo que trae..."

Gabriel García Márquez

Danielle, abrió despacio la puerta de la habitación de Charles Dunne y caminó despacio por el pasillo que estaba inundado de oscuridad, costaba lograr poner un pie delante del otro y solo a través de la ventana, la luz de la luna entraba dando apenas una tenue claridad. De repente sintió que una puerta se abría y se apuró a correr en la hasta la escalera de servicio, cuando vio salir de la habitación de Lord William Vane, una silueta femenina que cruzó el pasillo para finalmente ingresar por la puerta que pertenecía a Julianne. Llevó su mano a su boca y la tapó levemente mientras abría grandes sus ojos y se quedaba muy quieta. Cuando el silencio reinó nuevamente, subió rápido las escaleras hasta su habitación.

Abi dejó la delicada florecilla sobre su cama y se quitó el vestido mientras la observaba pensativa, aturdida y conmovida. No podía evitar que sus labios dibujaran una sonrisa al pensar en su ojos profundos y llenos de ternura al extendérsela, al recordar sus palabras que aunque había impuesto a su mente que las olvidaran, su corazón las había atesorado y se deleitaba en ellas. Se recostó con la flor en su mano y la acercó a su rostro, moviéndola sobre su nariz, inspirando su aroma silvestre. Repasó todo lo vivido y hasta se arrepintió de haber sido tan dura, pero su situación ante la sociedad no era buena, y no quería condenarse a estar con un hombre al que verdad amaba, pero que se estaría preguntando cada día si confiaba en ella, en sus palabras.....Volvió a levantarse y rebuscó en su bolso, tomó aquel libro maltrecho que había utilizado como distintivo en esa calle de Londres, ese libro que al tomarlo en sus manos, le hacía recordar cada instante vivido, cada miedo, cada momento de soledad. Lo abrió y colocó la flor dentro, como si deseara juntar todo aquello que dolía. Volvió a guardarlo y se durmió con su perfume revoloteando su mente y su corazón.

****

Por la mañana Andrew despertó y al mirar por los cristales del ventanal, aún el sol no hacía por aparecer, sólo se veía una tenue claridad que comenzaba a espantar las tinieblas de una noche en que apenas había entornado los ojos. Le ardían, y le dolía mucho la cabeza, supuso que debido al licor y a todo lo que había pensado en ella, en sus palabras que aún lastimaban, porque a pesar de las horas pasadas, aún las podía oír dentro de su corazón. Pero tenía razón, todo lo que le había dicho era verdad. No se puede amar donde no hay confianza, y aunque no quisiera admitirlo, la realidad es que tenía miedo, mucho miedo a que lo dañara, a entregarle su corazón que estaba loco por ella y esa era la excusa perfecta, pensar en todas las supuestas cosas que había hecho. Ahora con su actitud se había dado cuenta de dos cosas: ella no era como decían, se hacía valer y tenía el coraje para todo. Inspiró profundo y terminó de ponerse su sombrero.

Se vistió y bajó las escaleras para ir a trabajar antes que todo el mundo despertara y la paz que había reinado hasta ese momento se acabara. Atravesó la puerta principal de la casa y caminó atravesando el cerco, cuando miró hacia el campo, se detuvo, pensativo y no demoró en volver a la casa.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Una Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora