"Soy incapaz de precisar el momento, el lugar, la mirada o las palabras que sentaron los cimientos..."
Jane Austen
Cuando se sentó a la mesa por la noche, estaban todos alborotados por escuchar a Gilbert y cómo sería lo de las tardes libres. Laura y Cora hacían planes para ir al pueblo y visitar algún familiar. Ralph quería visitar a su madre, Danielle ansiaba dormir y ella, ir al mar. Caminar en la playa y mojar sus pies en el agua, sentir la espuma y las olas golpear su piel, sentir el canto de las aves y el viento directo en el rostro.
—Muy bien... estén atentos por favor— espetó Gilbert mientras golpeaba levemente la mesa con la palma de su mano y se ponía de pie. —Las tardes libres serán rotativas, siempre por la mañana es necesario dejar todas las habitaciones y las salas comunes limpias. En caso de que haya visitas, sólo una de las criadas se tomará la tarde, el resto seguirá en actividad. El señor Vane ha dejado explícitamente dicho que debemos estar atentos a sus huéspedes y bajo ningún concepto podemos quedarle mal. ¿Entendido? —Todos asintieron — Esta semana que comienza, a Gillian le corresponde el cambio del agua y el vaciado de los orinales. —Asintieron mientras Abigail volvió a fruncir el ceño ante esa idea. — y rotaran los grupos de limpieza de las habitaciones. Las tardes libres, comenzarán Ralph y Gillian. ¿Alguna pregunta? —todos se quedaron en silencio. —Muy bien... a dormir entonces que el día es largo.
Abigail tomó los restos que habían quedado del caldo, y sin que nadie la viera, salió por la puerta trasera con el candelabro. Caminó en la oscuridad hacia el montón de leña. Cuando estaba bastante cerca pudo divisar en la oscuridad el brillo de aquellos ojos temerosos.
—Anda, ven acá. —nada sucedió. — ¿tienes miedo?... No te haré daño. Ven...
Tomó el viejo cuenco y volcó el caldo en él. Lo apoyó en el suelo y esperó paciente al lado.
—Ven, aún está tibio. Estoy segura que tienes hambre... ¿sabes que yo hace un tiempo estaba igual que tú?... Sí... escondida en un hueco oscuro, con miedo, mucho miedo, sola y con un hambre terrible. Pero no se lo cuentes a nadie... es un secreto de los dos. —aquellos ojos la miraban expectantes pero sin moverse. Ella extendió su mano hacia él y volvió a llamarlo con cariño. —Vamos, ven acá... —aguardó con el brazo extendido, pero nada sucedió. Sus ojos tímidos y temerosos la conmovían y ansiaba reconfortarlo como ella había necesitado, una mano amiga que la sostuviera. Ante la negativa del animal que se mantenía inmóvil, pero con un ansia de salir de allí y devorar el caldo, se puso de pie y lo dejó. Volvió a la cocina donde Dorothy la esperaba para practicar las letras.
Se sentaron a la mesa y tomaron la pluma y el papel.
—Muy bien Dorothy, acércate. —se secó las manos y dejó las ollas para acercarse. —Quisiera que repasemos lo que hemos aprendido hasta ahora. —ella asintió. —Haz aquí las letras que aprendimos anoche. ¿Recuerdas? —Dorothy asintió entusiasmada, tomó la pluma, mojó en la tinta y se dispuso concentrada a deslizarla en el papel haciendo aquellos trazos apretados y controlados. Abigail la miraba sonriente y orgullosa de su trabajo. Dorothy era una excelente alumna.
Andrew observaba embelesado su sonrisa detrás de la puerta principal de la cocina y apenas por una delgada línea de separación. Había tratado de convencer a su mente de que necesitaba algo de allí, hablar con Robert, con Dorothy, constatar las cosas que necesitaban para la comida, controlar el estado de los techos... en fin, infinidad de excusas vanas que había inventado su corazón para convencer a su mente; pero allí estaba, sonriendo por su presencia, sonriendo de oírla y sonriendo de verla a ella sonreír.
Pensó en aquellos ojos todo el día desde la mañana, donde había estado tan cerca uno del otro, donde ella le había oído con atención y habían compartido ese pequeño instante. Se había descubierto deseando que llegara la noche para poder verla allí, con la luz de la vela reflejada en su cabello. Su corazón se aceleró y se volvió de espaldas apoyando su cabeza contra la pared. Inspiró profundo. «Dios mío... ¿qué es esto?» se dijo a sí mismo y volvió a girar dejando que sólo uno de sus ojos espías, captaran sus movimientos y el pálido de su piel. Se detuvo sólo un instante más, y se auto convenció que era una locura. Se volvió sobre sus pasos y subió las escaleras antes que pudieran verlo y tuviera que dar ciertas explicaciones que no tenía.
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Una Segunda Oportunidad
Historical FictionCOMPLETA. Abigail Henderson es una muchacha casadera, que en su segunda temporada en Londres es aclamada por los caballeros y pretendida por muchos. Educada y preparada para ser una delicada florecilla, aprovecha las circunstancias para ser bastan...