"No soy producto de mis circunstancias, soy producto de mis decisiones"
Steven Covey
Aquella noche Abigail estaba sentada en la mecedora, al lado de la cama donde desfallecía el cuerpo de su padre. Lo miraba con preocupación, cerraba sus ojos, apretaba su sien, mientras trataba de ordenar en su cabeza sus pensamientos desquiciados y sus circunstancias adversas. La fiebre no daba tregua y su respiración era cada instante más pausada. Observaba su pecho que subía y bajaba en cada inspiración, que cada vez era más lenta y pausada. Se descubrió a sí misma contando una a una y se sintió enloquecer. Hizo sonar la campanilla rápidamente, hasta que la sirvienta apareció por la puerta.
—Milady...
—Llama al médico.
—Sí señorita.
Salió con premura de la habitación mientras Abigail tomaba la mano de su padre y cambiaba la compresa de su frente a su cuello.
—Padre... no me dejes... no me hagas esto. Primero mamá, ahora tú... no puedes dejarme —susurró entre lágrimas.
—Señorita... —interrumpió la sirvienta.
—¿Qué quieres?
—El doctor dice que no vendrá si no le paga, milady.
—¿Cómo? —Preguntó indignada.
—Eso señorita... que ha venido las últimas cinco veces y no le pagó.
Abigail sintió una mezcla de desesperación, dolor y tristeza.
—¡Vete! ¡Vete ya! —gritó angustiada, mientras la sirvienta salía rápido del lugar y ella se arrojaba a los pies de la cama, de rodillas al piso apretando la mano de su padre, que perdía la vida en cada respiración. Las lágrimas se escaparon de sus ojos a raudales y se sintió sola y desesperada. Levantó la mirada y contemplaba como él se extinguía.
Salió de allí rumbo a la habitación de Adele para que se despidiera de él, parecía que todo terminaría en aquella misma noche, pero no la encontró.
—¡Cayden!
—Sí milady.
—¿Dónde esta Adele?
—No la he visto señorita.
—Búsquela. Mi padre no resistirá mucho más.
—Sí Milady, enseguida.
Volvió a la habitación y se sentó a su lado. Tomó su mano y la acarició con dulzura. Secó con el dorso de la misma sus lágrimas y lamentó que su padre no hubiera hablado con ellas, que no les hubiera dicho todo lo que estaba sucediendo. Lamentó que se encontrara en aquella situación, solo y muriendo sin siquiera la atención del médico que prácticamente lo conocía de toda la vida.
Adele no apareció, y mientras ella veía a su padre exhalar su último aliento, sintió un nudo en su estómago y en su vida, que parecía imposible de desatar. Su respiración cada vez más pausada e imperceptible anunciaba lo inevitable, su padre se iba, la dejaba. Sintió una oscuridad oprimiendo todo a su alrededor y un sentimiento de vacío y pérdida que llenaba por completo su corazón. Cuando todo terminó, acomodó sus manos sobre su pecho tiernamente y con cuidado, mientras cerraba sus ojos. Se detuvo a mirarlo tan calmo y silencioso.
—Adiós papá. Siempre voy a recordarte con amor, no importa el dinero, no importa nada de lo que pasó. Siempre para mí serás el mejor padre que Dios pudo darme... —besó su frente con dulzura y abrió la puerta de la habitación donde casi choca de frente con el mayordomo.
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Una Segunda Oportunidad
Ficção HistóricaCOMPLETA. Abigail Henderson es una muchacha casadera, que en su segunda temporada en Londres es aclamada por los caballeros y pretendida por muchos. Educada y preparada para ser una delicada florecilla, aprovecha las circunstancias para ser bastan...