Capítulo 36

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"Porque para quererte no necesito tenerte, te quiero libre, conmigo o sin mí. Te ofrezco mis brazos para estar juntos, o te doy mis alas para dejarte volar. Tú decides" 

Pablo Neruda

Abi terminó de cenar, acomodó las cosas que Dorothy le pidió en la despensa y se volvió allí para esperar la hora de hacer las letras, se detuvo contra la abertura de la puerta y se apoyó en la pared mientras miraba su anillo, lo hacía girar en su dedo y sonreía. Estaba tan feliz que no importaba nada más, sólo la ilusión de ser su esposa bastaba, aunque en su pecho había clavado un mal presentimiento, algo extraño; tal vez motivado por su actitud, por sus maneras, por esa línea de preocupación que había visto en su frente y por sus ojos oscuros cargados de pesar.

—Gillian, por favor, suba a la jarra de agua a la señorita Julianne que Cora la ha olvidado.

—Sí señor. —le respondió a Gilbert mientras se acomodaba la cofia nuevamente. Tomó la jarra y subió las escaleras hacia la habitación.

Luego de realizar el encargue, bajó y se detuvo con Dorothy a practicar las letras. Había avanzado bastante y ya podía leer algunas palabras y aunque lo hacía lentamente, Abi se sentía feliz de sus logros y no dejaba de alentarla. Cuando terminaron, Dorothy subió a su habitación y ella se detuvo a beber un poco de agua, se quitó el delantal y fue a colgarlo al perchero que estaba en el pasillo a los pies de la escalera. Estiró su brazo para extenderlo allí, cuando unos brazos masculinos la rodearon por la cintura y de un tirón brusco la empujaron contra la pared del pasillo, aprisionaron sus brazos en su espalda y con la otra mano, taparon su boca. Abrió sus ojos grandes y con todas sus fuerzas, trataba de apartarlo, pero todo era inútil.

Sus lágrimas se volcaban una tras otra, y entonces oyó su voz.

—Quiero probar las delicias que eres capaz de dar Abigail Henderson. —Su voz era áspera, agria, dolía cada lugar donde la tocaba, y de inmediato supo de quién se trataba.

Andrew avanzó por el pasillo, vio un bulto en la oscuridad y un ruido extraño, caminó despacio y entonces lo vio, Abi contra la pared, con sus manos en la espalda sujetas y aquel cuerpo sobre ella besando su cuello. Se abalanzó sobre él, lo tomó por el abrigo y lo golpeó en la cara tirando su cuerpo hacia atrás, y entonces vio su rostro. Charles lo miraba con desprecio mientras resbalaban sus pies por el piso en sus intentos por ponerse de pie y alejarse de Andrew. Abi lloraba y tapaba su boca.

—¡¿Qué haces?! Eres un maldito... —Lo levantó por la solapa y se lo dijo mirando fijamente sus ojos.

—No hice nada... ella me citó aquí, ella me sedujo... Andrew... ¡por Dios! Sabes como soy... sabes quién soy. —Él lo oía y no podía entender nada de lo que decía.

—Vete de aquí de inmediato. Toma tus cosas y te largas.

—Andrew... somos amigos desde siempre. ¡Tienes que creerme! No ha dejado de mirarme mientras cenábamos, de sonreírse, de buscarme. Se atrevió a meterse en mi habitación...

—¡Vete antes que termine de partirte la cara!

—Te vas arrepentir de esto Andrew. Estas cegado por lo que sientes... ¡Date cuenta que es una perdida!

Andrew lo golpeó con todas sus fuerzas mientras lo señaló con el dedo.

—No te atrevas a decir eso de nuevo o juro que no te quedará lengua ni boca para decir nada más. ¡Ahora te largas! —Charles lo miró con odio mientras llevaba su mano a su boca y se limpiaba la sangre que salía de ella.

Subió las escaleras de servicio a su habitación, mientras Andrew se volvía a Abi que no hacía más que llorar. Se acercó a él casi corriendo y lo abrazó muy fuerte, derramó sobre su hombro todas sus lágrimas de terror, miedo y tristeza.

Una Segunda OportunidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora