Capítulo 2: El pasado no se olvida

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¿Cómo podía ser posible que se le perdiera aquella cadenita? ¿Cómo? Él no era descuidado, jamás lo había sido. Y ahora no la encontraba por ningún lado. No quería perder aquel recuerdo de los mejores años de su vida. Siendo un niño él había sido muy feliz .Ahora también lo era, pero desgraciadamente nunca iba a ser igual. Se maldijo a si mismo miles de veces... ¿Dónde podría haberla dejado? Ya la había buscado en todos lados: la caballeriza, su cuarto, el baño, el gallinero, la cocina, la casa grande...Se detuvo a pensar un poco. Quizás la había dejado en la casa de Sabrina. Aunque a decir verdad hacía como una semana que no iba a ver a su novia y la cadenita la había perdido ayer. Soltó un suspiro y se sentó con ciudado en una de las sillas de la cocina.

- ¿Buscabas esto? -preguntó ella.

Al instante él levantó la vista y se puso de pie. Casi corrió hacia donde estaba su madre con la mano levantada y mostrándole lo que había estado buscando desde hacía tantas horas. 

-¿Dónde estaba? -quiso saber mientras se la quitaba de la mano.

-La dejaste tirada cerca del horno anoche, después de que lo arreglaste.

-No la dejé tirada. Seguramente se me cayó...

Se la volvió a poner y se sintio aliviado. Sus bonitos recuerdos ahora estaban de nuevo con él. Paulo Dybala era un hombre de campo. Había nacido allí, se había criado allí y pensaba morir allí. Él no se consideraba una persona mala y estaba muy orgulloso de lo que había logrado en todos esos año en los campos Sabatini. Siendo muy joven (con apenas 15 años) su jefe lo había nombrado encargado del lugar, cuando había decidido irse a vivir a la ciudad y desde entonces Paulo había llevado adelante los asuntos de aquella conocida estancia.

Pero a pesar de dejarle toda la responsabilidad, Osvaldo Sabatini iba a verlos todos los años en las vacaciones de verano. Se quedaba allí unos dos meses y luego volvía a su agitada vida de negocios. Paulo siempre se preguntaba cómo era que ese hombre no se había vuelto loco viviendo en la ciudad, siendo que él también había nacido y criado en aquel campo. Pero lo sabía, Osvaldo era un gran hombre que se adaptaba a cualquier situación de cambio y Pailo lo admirada...lo admiraba y lo quería como a un padre. Por eso mismo cada vez que el jefe llegaba todo el mundo estaba como loco arreglando y preparando todo.

-Es como la décima quinta vez que pierdes ese colgante, Paulo

Lo retó ella pero sin retarlo del todo. Le besó la frente y se acercó a las hornillas para revisar la comida que estaba preparando. La cena siempre comenzaba a prepararse antes del atardecer.

-No es a propósito -aseguró él -Al parecer no le gusta estar en mi cuello.

Diana sonrió y lo miró de manera tierna.

- ¿Ya está todo listo? Mira que hoy llega el señor Sabatini.

-Sí, todo está listo.

-Más te vale, Paulo...

-Mamá...bien sabes que me gusta que el jefe venga a encontrar todo en orden y en perfecto estado.

-Sí, lo sé. Pero solo te pregunto para que estés completamente seguro. No quiero que nada salga mal. Osvaldo...-sacudió la cabeza -Digo, el señor Sabatini se merece lo mejor.

Paulo puso los ojos en blanco. Si había alguien que se ponía quisquillosa con la llegada del jefe en aquel lugar, esa era su madre. Todos los peones huían de ella despavoridos. Paulo creía saber la razón de sus nervios. Aunque ella jamás llegara a admitirlo, él sabía que su madre sentía algo especial por ese hombre. Los únicos que podían con ella en días así eran Lautaro y él.

Lautaro era más que un primo para Paulo. Era como su hermano menor. El castaño se había mudado a vivir con ellos cuando su padre (el tío Roger) había muerto en un accidente de campo. Lautaro y Alicia eran la única familia que le quedaba. Lautaro entró a la cocina y se detuvo a mirarlos. Paulo le sonrió y se puso de pie. Pero dejó de sonreír al ver la cara de preocupación y frustración que tenía su primo.

- ¿Qué sucedió? -le preguntó al instante.

-White -murmuró el castaño simplemente.

Paulo resopló. ¿Otra vez aquel caballo? ¿Cuándo iba a ser el día en que el corcel blanco no le diera dolores de cabeza?

- ¿Qué hizo ahora? -quiso saber.

-Le ha dado un buen susto al pobre de Pedro, casi lo golpea. Luego rompió su bozal, rompió un par de mecheras en las caballerizas, salió hecho una fiera, saltó la cerca y se metió por el bosque.

Paulo cerró los ojos y se masajeó el puente de la nariz. Ese caballo no cambiaba más. No había forma de que lo adiestrara. El muy cabeza dura jamás se terminaba de comportar. Solo le gustaba ser un caballo salvaje. Pero ¿Quién podría culparlo de ser así? Nadie. El castaño se había encargado de criarlo...y jamás le había puesto verdaderamente los límites. Además de que se parecían demasiado. Podría decirse que hasta White estaba mimetizado con Paulo.

Por ejemplo:

· Cuando él estaba enfermo, White también parecía estarlo.

· Cuando se sentía enojado, el caballo también.

· Cuando estaba contento, también él.

· Cuando se sentía atrapado, frustrado por el trabajo y quería salir corriendo y dejar todo en manos de alguien más...White hacía destrozos y huía al medio del bosque.
 

Al parecer hoy el caballo también se había mimetizado con él...aquello que White había hecho era lo mismo que Paulo quería hacer... Huir y no sabía exactamente por qué. La mayoría de las veces cuando su jefe venía al campo, él estaba contento. Pero hoy no era así. Hoy se sentía extraño. Algo le decía que pronto se sentiría más extraño aun. Giró para mirar a Alicia y le entregó una sonrisa galante. Ella casi siempre se quedaba tranquila cuando él le sonreía así.

- ¿Te dije que llamó, Sabrina? -le preguntó.

Paulo frunció el ceño.

-No, no me lo habías dicho -resopló - ¿Qué te dijo?

-Que está enojada contigo porque no le devuelves las llamadas y ya no la vas a ver...

- ¿Le dijiste que estoy muy ocupado? -inquirió mientras se acercaba a donde estaba parado Lauti y le hacía una seña de que comenzara a caminar.

-Sí, se lo dije...pero dice que como ella es tu novia tendrían que pasar más tiempo juntos.

Paulo soltó un lento suspiro. A veces Sabrina era demasiado inmadura. Y él sentía que necesitaba un respiro.



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