Capítulo 55: Soy un cobarde

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Una semana después...


Él arrojó el pedazo de tronco caído que llevaba sobre su hombro, en medio de la caballeriza. Los caballos protestaron ante el molesto sonido que irrumpió en la paz en la cual se encontraban. Paulo suspiró y se secó la frente con el dorso de su mano. Tomó el hacha que había apartado y se dispuso a cortar el tronco en pequeños pedazos de madera para una futura fogata o lo que se precisara. Hacía exactamente una semana que su vida era simplemente una porquería. No podía dormir, no quería comer. Ni siquiera sabía cómo era que seguía respirando.


Todas las noches soñaba con ella y se despertaba a la mitad de su sueño para darse cuenta de que no estaba allí. SE SENTÍA MISERABLE...ERA MISERABLE SIN ELLA. Extrañaba verla sonreír, escucharla hablar, sentirla respirar. Extrañaba salir a cabalgar con ella. Extrañaba el calor de sus labios, su sabor. Comenzó a cortar la madera con más fuerza. En todas las veces que ella había llamado jamás pidió hablar con él y lo sabía porque en más de una ocasión se había tomado el atrevimiento de escuchar la conversación por otro teléfono.


—Realmente eres un imbécil —dijo sacándolo de sus pensamientos.


Algo agitado dejó de hachar la madera y se enderezó para mirarlo.


—No estoy de humor para tolerarte, Lautaro. —le advirtió a su primo.


—Óyeme, yo no tengo la culpa de que seas completamente infeliz en este momento. Tú eres el único culpable.


Paulo lo miró coléricamente y comenzó a hachar de nuevo. Lautaro negó con la cabeza y suspiró. ¿Es que acaso su primo era un completo imbécil?


— ¿No tienes nada más importante que hacer que estar ahí parado mirándome como un idiota, Lautaro? —le preguntó sin dejar de hacer lo que estaba haciendo.


—Solo estoy tratando de entender por qué mi primo se está comportando como todo un cobarde...


Paulo suspiró y tiró el hacha a un costado para mirar de frente al castaño.


—La amo, ¿entiendes eso? —preguntó enojado.


— ¿Y por qué sigues aquí, eh? ¿Por qué si tanto la amas no vas a buscarla? Paulo...por una vez en tu vida, deja de pensar en el campo. No va a morirse, va a estar aquí siempre, esperándote. Pero Oriana no y creo que ella te necesita más a ti que el campo en este momento.


—No es tan fácil...


— ¡Claro que es fácil, Paulo! —Exclamó — ¿No eras tú el que me decía que debía jugarme por Viqui? —Preguntó —Mírame, me jugué por ella y ahora su padre ha aceptado nuestra relación. Robert Martinez me acepta porque yo me jugué por su hija. ¿Qué hiciste tú por Oriana? La dejaste ir...


— ¿Y...Qué pasa si no funciona? —preguntó frustrado.


—Jamás vas a saberlo si no te arriesgas. Por lo que sé Oriana ha estado como loca con todas las cosas que tiene para hacer y con la ayuda de Agus no le basta, necesita de alguien más. Y ese alguien...eres tú...


Paulo asintió levemente. Cada palabra que Lauti, su primo, le acababa de decir era cierta. ÉL SE ESTABA COMPORTANDO COMO UN COMPLETO COBARDE. Dejó que ella se fuera pensando que no la amaba realmente. La dejó ir y enfrentar las cosas solas. REALMENTE NO SE MERECÍA EL AMOR DE ESA MUJER. PERO LE ROGABA A DIOS QUE LO ACEPTARA CUANDO FUERA A BUSCARLA. Sí, eso mismo iba a hacer...En ese preciso momento.


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Ella llegó a su departamento completamente destruida. Estar a cargo de una empresa jamás creyó que sería tan frustrante. Todos consultaban con ella. Todos la necesitaban. Todos le preguntaban que estaba bien y que estaba mal. Ahora entendía el stress por el cual había pasado su padre. Por eso mismo quería encontrar rápidamente un comprador. Entró a su cuarto, se quitó los incómodos zapatos de tacón y se dio una pequeña ducha, para relajar un poco los músculos de su cuerpo. Se puso su camisón de dormir y encima una pequeña bata de seda. El clima había refrescado un poco por esos lados. Desde que había llegado los días habían estado algo nublados, como su vida.


A pesar de estar ocupada todo el día, no podía dejar de pensar en Paulo, en cuanto lo EXTRAÑABA y NECESITABA. Las veces que había llamado, había evitado preguntar por él. Solo para no sentirse peor.EXTRAÑABA CADA COSA DE ÉL. Su sonrisa, su risa, su voz, su mirada, sus besos, sus abrazos, su aroma...<<Voy a estar bien, tengo que estar bien>> Pensó. Pero cada día que pasaba era una tortura. Daría lo que fuera por tenerlo allí con ella. Para que la ayudara con la empresa, para acompañarla en la cena, para mimarla en la noche. NECESITABA A SU PRÍNCIPE SALVAJE, más de lo que necesitaba vender la maldita empresa familiar.

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