Capítulo 2

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Zara Hills:

Estoy sumergida en la oscuridad, hay una luz que se cuela de algún lado y me está dando directo hacia los ojos, estoy en algo realmente mullido, en ese momento me levanto de la cama con algo de cansancio, me froto los párpados con lentitud y después los abro.

El dolor me recorre, siento que tengo los huesos rotos y las magullaciones provocan que profiera muecas desagradables llenas de incomodidad.

En ese mismo instante me doy cuenta de que no estoy en el bosque, en esas fracciones de segundo me levanto del sopetón sin importar el tirón en mi espalda que casi me derriba de vuelta al colchón.

De repente me acuerdo de que me desmaye, empiezo a mirar a mí alrededor con algo de miedo de si él me ha encontrado otra vez y me ha llevado de vuelta a la cabaña, que con los años me ha traído pesadillas. Estoy levantada, pero noto como todo me da vueltas, no puedo con mi propio cuerpo. Es como si estuviera ausente de mi propio cuerpo y mente.

Con los ojos, recorrí la estancia para averiguar dónde me encuentro, miro por una de las ventanas dándome cuenta de que estoy en la casa del árbol que vi antes de mi desmayo, en el único cuarto en el que estoy, hay una cama, un armario lleno de ropa de chico, hay algunos cuadros con fotografías, iba a seguir recorriendo la pequeña habitación con mi mirada, pero entonces entro dentro un chico con los ojos grisáceos y el cabello negro, recuerdo esos ojos de haberlos visto antes, y me vino el pequeño recuerdo de cuando me desmaye, él fue el que me atrapó.

Me mire el cuerpo con confusión, tenía vendajes alrededor de mis brazos, mi ropa era otra y mis heridas estaban sanando. Sentía el escozor de las heridas que tenía alrededor del rostro, y el labio partido me dolía de sobremanera. Pero, asome una pequeña sonrisa de agradecimiento a su dirección y a la vez de desconfianza.

-Hola, veo que ya te has despertado ¿Te encuentras mejor?-me pregunto él con sus ojos grisáceos, con un leve atisbo de preocupación, dirigí mi mirada a sus manos y vi que tenía una bandeja llena de panqueques, pan, leche con cacao, zumo de naranja y unas cuantas magdalenas con glaseado, en ese momento se me hizo la boca agua, llevaba unos cuantos días sin comer y notaba mi tripa rugir como un ogro, sin poder pronunciar palabra, lo único que hice fue coger la bandeja fuera de sus manos, si me hubiera visto en esos momentos en un espejo parecería una muerta de hambre. Empecé a comer sin ni si quiera percatarme de que disimuladamente sele escapaban leves carcajadas que intentaba disimular con el puño cerrado.

- ¿Por qué te ríes?-le cuestioné, con un poco de malhumor fingido.

Estaba devorando los panqueques y las magdalenas al mismo tiempo que hablaba. Sabía que no podía fiarme de él, a saber que había puesto en la comida, pero no podía resistirme.

Llevaba sin comer desde hace días y el solo sabor de la comida haciendo contacto con mis papilas gustativas me provocaba querer llorar.

-Por nada,...Es que pareces una muerta viviente -dijo con un atisbo de sonrisa, en ese instante, pensé que era encantador por haberme salvado del sufrimiento que podría haber vuelto a pasar. Pero no podía fiarme de él, ni de mi misma.

-Ah,.. Gracias por todo.

-Mi nombre es Alex- me ofreció su mano, pero no pude estrecharla porque sentía desconfianza, retiro su mano y prosiguió hablando. - No pasa nada, es normal que desconfíes de mí. Ayer te desmayaste y estas en la casa del árbol, donde suelo pasar el tiempo en las vacaciones de verano.

-Ah, muchas gracias en serio, pero tengo que irme. -dije con algo de nerviosismo de que él me encontrará de nuevo, intenté levantarme de la cama, pero caí bruscamente contra el suelo de la madera, las heridas seguían perforando mi piel, además el cansancio era patente y el dolor reciente sumándole el impacto de mi cuerpo contra el suelo. Debía irme lejos de allí.

El dolor físico me martilleaba por dentro, pero eso no era nada comparado a las heridas emocionales. Me vinieron a la mente todo lo que pasé y lo bloqueé con todas mis fuerzas.

No era el momento, ni el lugar para pensar en todo ello. Ya tendría tiempo de analizar todas mis posibilidades y revisar que era lo que de verdad me aterraba, pero ahora debía mantener la calma.

-No te muevas, tus heridas no van a sanar de un día para otro. Si quieres te puedo llevar a tu casa o donde estés viviendo. -hablo poco convencido de que tuviera algún sitio donde quedarme-. O si quieres, puedo llamar a la policía.

- ¡No llames a la policía, por favor! -grité desesperada, si lo hacía las cosas irían a peor. Y la seguridad era lo último en las que pondría mi confianza, no consiguieron resolver el misterio de ese accidente en el pasado y no serían de gran ayuda en mi situación.

- No tengo ningún hogar al que ir -respondí algo apenada y llena de odio dándome cuenta de que era absurdo lo que acababa de decir, pero una verdad dolorosa.

- ¿Por qué no quieres que llame a la policía? -preguntó desconcertado. - ¿De dónde vienes si se puede saber?-lo expresó de una manera atenta como si ya supiera la respuesta, suspire y a continuación lo solté de sopetón.

-De la cabaña que está a unos metros de aquí. - Y así fue como empezó la historia que recorreríamos durante el camino-. Pero por favor, no llames a la policía.

Conseguí la manera de persuadirlo, ya que si hacía lo que me había dicho
las cosas irían a peor y no tenía ganas de volver a ese lugar, si tenía que morir por no volver lo haría encantada.

Solo deseaba escapar de mi asqueroso pasado.

Y no tener que vivir los acontecimientos que me dejaron marcada, llena de rencor y un odio que no desaparecería como si nada, ya que solo se acrecentaba.

Mi cuerpo estaba débil, lleno de marcas físicas que irían curándose con el tiempo.

Pero las heridas del alma, esas serían más difíciles de borrar o superar.

Iba a vengarme, sea como fuera.

Inocente: Sobrevivir, para vivir ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora