Capítulo 42

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Zara Hills:

Sentía como mis pasos se iban haciendo cada vez más pesados, era como si los dedos de mis pies se hubieran congelado, no era capaz de andar con normalidad, sentía como mis piernas se arrastraban por el suelo, mi corazón comenzaba a palpitar con fuerza. Sentía como cuando un oso lo arranca de su hábitat, pues era esa sensación, como si de repente estuviera encerrada en unas paredes que no me convenían. Como si mi libertad no importara. De repente me detuve.

La mujer que me estaba acompañando, se dio cuenta de que me había detenido, vi como sus labios decían palabras que para mi cabeza eran inentendibles, mis ojos se estaban llenando de lágrimas, mis manos comenzaron a temblar, mi respiración estaba subiendo poco a poco, hasta que empecé a respirar con fuerza, cada vez más rápido.

—No puedo respirar—logre decir con la voz sofocada. No recordaba que nunca me hubiera dado un ataque de pánico.

Escuchaba voces, como una mano me agarraba del hombro y me decía con una voz suave que me tranquilizará, mientras me dejaba sentada en el suelo y me ponía un respirador en la boca.

—No estás sola. Respira. Mírame a los ojos—con los ojos aguados, intenté dirigirme a la mujer que me estaba hablando, no la veía con claridad, pero impulsando mi voluntad con dificultad, trataba de lograr seguir sus instrucciones.

Poco a poco logré ralentizar mi respiración, pero no sé qué me estaba ocurriendo, porque parecía que todo el dolor de mis pulmones iba a cesar.

Pero mi vista se nubló, veía sangre, escuchaba gritos desgarradores, no me dejaban controlarme, mi corazón estaba a punto de explotar, o esa era la sensación que creía que sentía, pero era doloroso, no tenía remedio. Quería que todo se detuviera. Las lágrimas que rodaban por mis mejillas, parecían arderme la piel. Sentía que tenía a personas alrededor, pero al mismo tiempo no.

Por consiguiente sentí un pinchazo. Y poco a poco, todo se detuvo.

******

Me levante en una de las camillas típicas, que ya tenía vistas, las paredes y todo a mi alrededor era blanco. Ya pillaba donde estaba y el por qué. Aunque no entendía el verdadero desencadenante.

En una silla, estaba la caja que me había dado Álex, no sabía qué hora era, pero me incorpore, y mire como diferentes cables, estaban conectados a diferentes maquinas, y alguna que otra aguja, esta incrustada en mis venas. Decidí dedicarme a mirar a través de la ventana, mientras observaba el paisaje, era extraño que lloviera, más bien, en el transcurso de mi vida, que yo recordara, no había visto mucho la lluvia.

Y por la cabeza, se me pasó la idea de mojarme bajo la lluvia, mientras me reía con personas especiales. Creo que sería una de las experiencias más bonitas, que archivaría en mi mente. Puede que algún día, o no, quien sabe.

No sé cuánto me quede mirando el exterior, pero no me sentía triste, simplemente cansada y un poco vacía, seguramente todavía estaría en los efectos del calmante que me introducirían a base de la aguja, pero me sentía tranquila, hecho extraño, ya que las últimas veces, no podría calificar los momentos vividos con un aprobado. Porque todavía, creo recordar, que me pincharon.

Me vuelvo a tumbar y cierro los ojos. Descanso unos minutos, hasta que entra una enfermera.

— ¿Estas mejor?—sus ojos parecen preocupados, me reincorporo, mientras se acerca a mí, para asegurarse de que mi pulso esta normal, seguramente será mi aspecto el que le asuste. Asiento.

—He tenido días peores—digo con una sonrisa pequeña, pero significativa. Ella asiente conforme. Antes de irse me dice.

—Ahora mismo va a entrar tu amiga, el departamento que más o menos está conformado por tu psicólogo y psiquiatra, se han puesto en de acuerdo que estará bien que se quede contigo en la habitación, así te sentirás mas cómoda. Porque es normal, que te aburras en estas cuatro paredes. —es muy amable conmigo y eso me hace sentirme tan a gusto.

Inocente: Sobrevivir, para vivir ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora