Capítulo 5

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Zara Hills:

Me despierto con el olor de carne asada, me toco la cara y me froto los ojos, salgo de la tienda de acampada, con el pijama que llevaba de superhéroes, de cuclillas salgo de la tienda. Intento abrir los ojos y diviso a Alex con una parrilla asando carne y preparando unos tacos, me lo quede mirando con una cara embobada, él ya estaba vestido con una camisa blanca y unos vaqueros de color gris y unas zapatillas deportivas de color negras con cuadrados, pero lo que más me desconcertó era que de donde había sacado esa parrilla. Creo que se dio cuenta de que lo estaba mirando, porque giro su rostro hacia mi dirección y sonrió.

—Así que la dormilona, ya ha despertado de sus dulces sueños. —sus palabras me alarmaron un poco preguntándome cuento habría estado durmiendo.

— ¿Qué hora es?

—Son las 12 del medio día—con tranquilidad me informo mientras seguía dándole vueltas a la carne y preparando los tacos mexicanos, el cada vez me sorprendía más, ¿de dónde sacaba tantas cosas? Aunque eso era lo de menor importancia para mí—. Ah, por cierto, te preguntarás de donde he sacado la parrilla, esta mañana he ido a mi escondite secreto donde guardo cosas que me pueden servir, es más, yo hacía un tiempo que tenía pensado irme de la casa del árbol, porque tengo mi vida en la ciudad y solo he estado aquí para despejarme un poco de todo el alboroto que a veces vivo allí, pero mis planes se han adelantado un poco—su sonrisa me hacía llegar a replantearme muchas cosas, hacia tanto tiempo que no veía a alguien sonreír sin malicia ni con falsedad que la suya me hizo sentir a gusto, pero por otro lado la confianza tan rápida que se estaba tomando conmigo era desconcertante.

—Ah, vale, no entiendo mucho, pero de igual manera no pasa nada. De verdad que siento mucho que hayas tenido que adelantar tus planes por mi culpa. —sin quitar la sonrisa de sus labios me tranquilizo de que no me preocupara—. Ahora lo único que quiero es desayunar, aunque creo que no es muy saludable desayunar unos tacos de desayuno—exprese lo último con un poco de duda, encogiéndome de hombros y mirando fijamente la comida me senté en el suelo, me relamí los labios con ganas de comer, era en lo único en lo que podía pensar.

—Vale, pero primero lávate los dientes y cámbiate. Que tu aliento apesta y tu aspecto es de maleante con ese pijama— su forma brusca de decírmelo hirió mi orgullo y su sonrisa llena de burla me hizo tener unas ganas irremediables de darle un golpe que se la borrara. Se estaba burlando de mí. ¿Cómo era que me tenía tanta confianza? ¿No tenía miedo?

—Que gracioso. Ya voy. —exprese resignada dándole un golpe en el brazo, él se reía con ganas, me cambié dentro de la tienda de acampada y cogí el cepillo de dientes y la pasta dentífrica la puse encima, cogí una botella de agua, y salí de la tienda, me aleje un poco de donde estaba, me lave los dientes, escupí la pasta de dientes y me enjabone la boca con el agua y lo escupí también, me limpie con la manga de mi camisón del pijama.

Camine y deje mis cosas en su sitio, me senté en la hierba, mientas él me servía los tacos, un trozo de pan y un vaso de zumo de manzana.

—Gracias.— le agradecí mientras comía todo en el plato y me limpiaba con la servilleta que me había ofrecido, le pedí más y me puso dos más, todo estaba delicioso.— ¡Cocinas genial, está muy bueno!

—Espera un momento, tienes una mancha en la comisura del labio.

— ¿Donde, aquí?— le pregunte intentando buscar donde tenía la mancha. Él se me acerco y me quitó la mancha, nos miramos a los ojos, estaba muy incómoda así que me aparte. Odiaba el tacto de alguien, sobretodo de un hombre, me recordaba a la sensación de no saber si lo que hacía estaba bien, esa inseguridad solo me afectaba aún más.

No hablamos durante unos minutos, recogimos los cubiertos y todas nuestras cosas las empacamos, porque hoy íbamos a empezar a caminar durante horas. Cuando ya teníamos todo preparado nos pusimos a caminar, las mochilas que llevamos nos impedían un poco el recorrido, pero nos las apañamos como pudimos.

—Y ¿A dónde vamos?—le pregunté, cortando el silencio.

—Vamos a tener que caminar mucho para llegar a una cabaña donde viven mis abuelos, que en las vacaciones de verano me suelen dejar estar durante unos días o semanas y luego me ayudan a ir en coche para ir a la ciudad, hoy no nos dará tiempo porque como hemos despertado tarde no llegaremos, pero mañana a mediodía seguro que llegamos.

—Vale, está bien.— le dije con un poco de emoción de que mañana llegaríamos por fin a la cabaña y podría dormir en una cama de verdad por fin, todo marchaba bien, excepto su apellido, los dos eran tan diferentes —. Y gracias, por todo lo que haces por mí.

No le des las gracias, tú y yo sabemos que todo esto es una fachada.

—No te preocupes, yo encantado. — me correspondió sonriendo.

Después de haber roto el hielo, nuestra caminata fue más fluida y hablábamos de cualquier anécdota, hacíamos bromas de cualquier cosa. Sin darnos cuenta ya era de noche.

—Bueno, creo que tenemos que parar ya de caminar—habló mirándome de soslayo.

—Pues claro, es de noche. —nos sentamos y sacamos los sacos de dormir, pero antes de ello mis tripas crujieron.

—Ahora que me doy cuenta no hemos comido en todo el día.
—dijo dándose cuenta de su despiste.

—No te preocupes, estábamos tan entretenidos hablando que no nos dimos cuenta, de que no habíamos comido en casi todo el día.

El empezó a sacarlo todo, y comenzó a preparar unos bocadillos de chorizo y nocilla, comimos en silencio saboreando los bocatas y bebimos agua. Miramos las estrellas y la Luna, charlamos un rato, hasta que mis ojos se cerraron.

Dormí pensando en porque él debía tener ese apellido, siendo tan diferente a su padre. En porque no podía ser otra persona y no el chico de ojos grisáceos y cabello negro como el azabache con un alma de oro.

Me dormí, pero las imágenes de esa trágica tarde-noche empezaron a afiliar mi mente.

Los gritos, las súplicas, la abundante sangre en el suelo.

Me agarre la cabeza con fuerza.

«Tú eres mía», no quería oír su voz, no deseaba que su voz me recordara lo que hice.

—Por favor, detente —susurre.

Me toqué el pecho, no podía con esto, mis pulmones no respondían, las lágrimas querían aflorar a pesar de que las intentaba retener.

Debía enfrentarme a ello.

«Si queremos enfrentarle juntas, debemos llegar a la ciudad. Somos más peligrosas de lo que ellos creen»

Quería creer que ella decía la verdad, pero no podía.

Las escenas se iban y venían, cada una de ellas entremezclándose con la otra. Todas tenían su propósito, hacerme saber que no me quedaría de brazos cruzados.

El pecho me duele, las lágrimas se deslizan sin ningún reparo.

Si sigo llorando no llegaré a ningún lado.

«Solo respira Zara, todo irá bien» me dice ella con esa voz tan tranquila que obtuvo.

Me agarro fuerte de la camisa, mis manos tiemblan, mi labio no dejo de morderlo hasta sentir el sabor punzante de la sangre, pero consigo controlarme.

No quiero alarmar a la persona que tengo a unos metros de distancia de mí.

Me recuesto en el saco, y consigo cerrar los ojos, pero no sin antes, recordar esos ojos azules oscuros, llenos de una oscuridad profunda.

Inocente: Sobrevivir, para vivir ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora