Capítulo 8

119 27 30
                                    

Zara Hills:

Caí en las garras de Morfeo, no me moleste en ponerme el pijama que habían dejado en el borde de la cama. Solo quería dormir y olvidarlo todo. Pero es difícil adentrarte en el mundo del olvido, porque siempre habrá algo, una minúscula parte de ti que te hará recordar, las cosas que creías que estaban olvidadas.

Estoy sumergida en el agua, estoy nadando riendo con ganas, mientras Alex me persigue, de repente todo se torna negro, estoy en el oscuro bosque corriendo con todas mis fuerzas, la escena cambia de nuevo, enfrente de mis ojos esta ÉL , el dueño de mis pesadillas, la maldición que me persigue, me quedo paralizada mientras se me acerca, las lágrimas salen de mis ojos, me las limpio, pero entonces veo que no es agua con sal lo que surcan de mis ojos, si no sangre, grito, pero entonces él me tapa la boca, le muerdo y grito con todo mi aliento, con todo lo que he retenido dentro de mi ser.

Pero la sangre sigue saliendo, borboteando, manchando mi camisón blanco, haciéndome recordar el monstruo del que estoy hecha.

No me quiere dejar en paz, solo quiere recordarme el error que cometí al confiar en él.

Noto el filo afilado del cuchillo atravesar mi piel, sigo intentando resistirme pero no es posible.

Su sonrisa está llena de satisfacción, se alimenta de mi sufrimiento, mientras me tortura y me hace recordar que nunca debí confiar en él. Gritó con todas mis fuerzas, pero no me es posible escapar, sigue haciéndome daño.

Me despierto de mi pesadilla, con el rostro empapado de sudor. Desde que me escape de ese infierno, todas esas noches que rezaba en vela para que alguien me salvara de ese demonio, velaba por poder ver el sol sin ninguna restricción.

Mi pecho está latiendo a más de mil pulsaciones, el sudor cae de mi rostro a borbotones, el pelo está pegado a mi cráneo como si fuera pegamento. Levanto mi rostro con dificultad, y me percato de la presencia de Alex a mi lado, me está mirando con preocupación y con extrañeza. Tengo los ojos desorbitados y la garganta seca. Está claro que he gritado como una loca.

Él no dice nada, se sienta en la cama al lado mío y me abraza, con esos abrazos que podrían dejarte sin respirar, uno que te reconforta el alma, hace tiempo que no recibo uno así. Me refugio en su pecho, estoy llorando de nuevo, odio sentirme débil, esta culpa que llevo encima de mis hombros me está matando, mi cuerpo tiembla sin control.

«La realidad es dolorosa, pero pronto todo acabará»

—Tranquila, estarás bien. Solo intenta tranquilizarte. —Me dice con su voz más serena—. Sea lo que sea que te atormente, me lo puedes contar. No te lo guardes para ti, cuanto más lo hagas, más daño te harás. Y no sabes cuánto daño te causas, pero es para bien que te desahogues. Sin remordimiento o miedo alguno.

«Eso era lo mismo que decían ellos. No le creas, no creas a nadie »

Tengo miedo, de lo que estoy a punto de contarle, pero necesito desahogarme. Sé que debo hablar con alguien, no hace falta que le cuente todo, pero por lo menos una parte de la historia que sea verdad, una minúscula parte que no tiene por qué ser toda la realidad.

—Está bien. Te lo contaré, pero prométeme que si algún día me odias, por no entender que estoy intentando hacer lo correcto, intentaras comprender las acciones que me llevaron a hacer lo que haré. —le mire esperanzada, sé que él no entendía mis palabras, pero cuando llegara la hora lo comprendería. Sé que esto no será eterno, porque nada lo es.

—Vale. Te lo prometo. —me prometió confuso, no me pregunto, el significado de mis palabras.

Tome una bocanada de aire, para empezar a contarle, parte de mi historia.

Toda esta historia empieza con una niña pelirroja de ojos miel, es decir, yo. Siempre pensé que mi familia era lo mejor, mi madre era risueña siempre estaba feliz, no paraba de cantar, yo era la niña consentida de papa, y mi hermana la de mi madre. Me acuerdo de que nuestros cumpleaños eran simplemente increíbles, todo lo que unos niños desearían. Pero todo era una farsa, mi hermana y yo siempre vivimos en una mentira, las constantes sonrisas y regalos, era solo para ocultar lo perverso y el demonio que era nuestro padre, mi madre actuaba como si nada ocurriera.

Todo cambio con el transcurso del tiempo, las ojeras en los ojos de nuestra dulce madre, los constantes gritos al lado de la puerta de su dormitorio matrimonial, las constantes idas y venidas de mujeres despampanantes al despacho de mi supuesto padre, esas miradas llenas de morbo que se intercambiaban esas mujeres y el, las marcas y hematomas, que empezamos a ver en el cuerpo de mi madre, los jerséis anchos para que no viésemos las marcas de sus dedos impregnadas en su piel, y su rostro decaído, ese que nunca olvidaré. Fueron matices que por pequeños que fueran sucediendo cada uno de ellos hacían que mi corazón sangrara poco a poco.

¿Sabes lo que se siente, ver como tu familia y tu mundo se derrumba a trozos delante de tus ojos? Creo que no.

Pues te diré como se siente, te sientes un parásito, que no debería haberse reproducido, te da asco tu existencia, mirarte al espejo, en vez de estar hecha de huesos y carne, sientes que estas hecha de cenizas, que con solo un soplido del aire, te puedes desvanecer, como si nada. Las cosas empeoraron, los rasguños y golpes que tenía en su cuerpo se multiplicaron, y empezó a golpearla en el rostro. Y te preguntaras, ¿Por qué no lo dejo? ¿Por qué no lo denuncio?

Ella no tenía a nadie que pudiera ayudarla. Su familia nunca aprobó ese matrimonio, pero ella insistió, él era abogado y ella una simple ama de casa que en su tiempo libre trabajaba en un supermercado. Creo que la única razón por la que ella estaba aguantándolo, fue por nosotras, ella sabía que las consecuencias de abandonarnos serían devastadoras, y lo fueron.

Una mañana, nos despertamos. Y ella ya no estaba, se había llevado sus ahorros y parte del dinero de ese monstruo, del que tengo genes.

Después, fue mi hermana, la noche anterior a la de su partida, me propuso que me llevaría con él, que estaríamos a salvo, pero todo se fue al garete, porque de improvisto mi padre se enteró de lo que planeábamos, mi hermano se peleó con él, consiguió salir pero yo no. Él estaba borracho, me dio una bofetada y me dijo:" Nunca conseguirás escapar".

—Esta es una parte de la historia, pero ya no puedo contarte más por ahora, las imágenes se me agolpan en la mente. Y me perjudican de sobremanera. —le decía con pesar, mis mentiras me iban a costar caro, pero era mejor que no supiera la verdadera historia, hasta que llegara la hora.

—No pasa nada, descansa— él se levantó, pero alce mi brazo y le agarre de la camisa del pijama. — ¿Qué pasa?

—Quiero, que te quedes conmigo. —Me puse colorada— Quiero decir esta noche, tengo miedo. Por favor. Solo quédate hasta que me duerma, y luego puedes irte.

« ¿Cómo puedes pedirle que se quede contigo, el hijo de ese monstruo al que las dos conocemos bien?» me decía con una indignación patente en cada una de las palabras que pronunciaba.

—Claro. —creí ver un sonrojo de su parte, pero giro su rostro y no llegue a ver si eran imaginaciones mías, se metió en la cama y nos tapamos con las mantas.

—Buenas noches —es lo último que escuché.

Antes de poder conciliar el sueño a su lado.

Inocente: Sobrevivir, para vivir ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora