Capítulo 24

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Zara Hills:

—Encantada de verle de nuevo, Eric Greyman—solté las palabras con satisfacción de verle incómodo.

— ¿Se conocen?—preguntaron a la vez Alex y su madre.

Su madre era una mujer refinada y con un estilo que había que admirar. Andaría a la mediana edad, su cabello era azabache pero más tirando al gris, lo tenía cortado en una perfecta melena corta sobre los hombros, sus ojos eran negros a comparación de los de su hijo y su marido, sus labios estaban pintados de un rojo bien rojo pasión, que contrastaba con su piel no muy morena, iba vestida con una camisa larga blanca con un corte no muy escotado, llevaba unos pantalones caquis, y unos tacones negros de punta. Su rostro que antes se veía jovial, ahora había decaído y se veía con una sonrisa torcida sin llegar a entender de qué trataba todo.

—Ella fue mi paciente en un centro escolar. —su padre me miraba con una cara de: tú qué haces aquí—. Sera mejor que paséis, a menos que queráis morir de frío.

Abrió la puerta, y entramos.

Su casa era moderna, a la izquierda a la hora de entrar había un perchero. Al frente pegado a la pared se encontraba un espejo inmenso, me desabotoné los botones de mi abrigo negro de pelo, y me mire, analizando mi aspecto.

Mi piel era pálida, las ojeras eran notables, incontables noches sin dormir, mis labios rosados estaban secos, y notaba como se agrietaban, mi cabello caía por mis hombros un poco descuidado, mis mejillas se encontraban rosadas del frío que hacia fuera. Mis manos temblaban de los nervios que sentía, temblaban como si de hojas se trataran

Tranquila, hemos venido aquí por algo.

— ¿Me permites? —Alex estaba detrás de mí y me ofreció su ayuda para deshacerme del abrigo.

—Claro. —sus dedos me apartaron con delicadeza el cabello, y colgó la chaqueta en el perchero.

Nos dirigimos a la cocina, mire con detenimiento todos los rincones. Las paredes eran blancas como los copos de nieve, en las paredes habían cuadros de la familia, dibujos. Todo se veía acogedor.

—He preparado comida para esta gran ocasión.

Su madre estaba de pie, poniendo los platos y los cubiertos en la mesa.

Su padre me miraba con los ojos entrecerrados, le brinde una sonrisa y le mire retadora.

«Tú te lo buscaste.»

—Mama, no es para tanto. —le decía su hijo.

—Claro que lo es, hacía tiempo que no nos visitabas por estar tan ocupado con la universidad. —le acaricio la mejilla con dulzura.

Les mire melancólica, que pena que yo no pudiera tener algo así de nuevo nunca más. Los odiaba a ellos, apreté los puños. Odiaba que me hubieran hecho eso.

Nunca sería la misma.

—Aquí tienes —Tenía enfrente mío unos humeantes y deliciosos espaguetis a la carbonara. El olor se me colaba por el orificio nasal.

—Gracias —agradecí, y tuve ganas de llorar.

Viejos tiempos me hacían recordar.

— ¡Mama, mama! ¡Déjame hacer la comida contigo! —Era una pequeña yo, agarrándola de sus faldas. — ¡No es justo que Kate te ayude y yo no pueda! —decía enfurruñada cruzándome de brazos.

—Está bien, pero estate quieta. —me aupó y subió a la silla.

— ¿Qué tengo que hacer?

Inocente: Sobrevivir, para vivir ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora