4. Bolton

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BEATRICE.

— ¿Quién era él, Beatrice? — me preguntó el tío Tom, mientras me abrochaba el cinturón de seguridad.

Sabía que ese iba a ser su saludo. Nunca ha sido muy amable conmigo, ni siquiera sé porque tuve que venir aquí con él y no pude irme con mi abuela. Al menos la tía Erika es buena, e intenta entenderme.

— Solo un compañero de clase — murmuré.

Me daba miedo. Siempre tenía esa mirada tan fría y enfadada que hacía que te encogieras en el sitio si le mirabas a los ojos más de 10 segundos. No sabía cómo mis primos habían tenido alguna vez la oportunidad de revelarse o de hacer planes por sí mismos si quiera. Papá nunca fue así, él siempre fue tan dulce y bueno conmigo. Mi héroe. Alguien a quien yo querría copiar de mayor. A él y a mi mamá.

Les extraño tanto.

También a Astrid. Mi pequeña niña. La quedaba tanto por vivir. Tanta vida por delante. Aún no puedo creer que en tan solo un momento todo se hubiera acabado. A veces deseo haber estado con ellos en ese coche y haber acabado con todo también. No puedo seguir sin ellos. Todo aquí se siente mal si no tengo a mi familia a mi lado. No quiero reír, no quiero sonreír. Hace semanas que no lo hago.

Hasta hoy.

Hasta que ese chico de ojos verdes y sonrisa increíble me ha hecho sonreír y pensar en algo más que no fuera la muerte de mi familia y la gran soledad que siento en el pecho cada vez que estoy despierta.

Hero.

Extraño nombre. Nunca lo había escuchado. Pero es lindo. Él también lo es. Ha sido el único que se ha acercado a mí. Nunca he sido buena en eso de hacer amigos, soy demasiado tímida para acercarme a alguien. Y más ahora, no me apetece ponerme a charlar con la gente para tener que contarle mi genial vida y situación. Ni siquiera sé porqué le conté a Hero que mi madre estaba muerta. Quizá porque no dejo de pensar en ella. En ellos.

— Llegamos — corta el silencio Tom.

Ni siquiera puedo decirle tío porque no he tenido relación con él hasta que llegué hace dos días. Apenas le he visto una vez en mi vida. Fue en el bautizo de Astrid, y él fue tan amable como lo es ahora.

La verdad es que apenas conozco a la parte de la familia británica. No sé si papá no quería tener relación o era al revés. La abuela murió hace un par de años, y tampoco venía mucho a visitarnos a España, y no tengo más tíos. Así que solo tengo a Tom, Erika, y mis primos James y Johanna. James es más mayor que yo, él va a la universidad y estudia derecho. Johanna tiene 18 años y va al mismo instituto que yo. Hoy no pudo venir porque está enferma, pero espero que mañana esté mejor y pueda tener a alguien con quien almorzar, al menos.

Tengo buena relación con ellos, son bastante agradables conmigo. Supongo que salieron a Erika y no a Tom.

Aparcó el coche, y yo miré esa casa enorme que solo había visto en las películas. Era enorme, de tres pisos, blanca con detalles en marrón oscuro y un tejado del mismo color. Tenía un porche, y para pasar a él debías pasar por debajo de tres arcos, el del medio más grande que los otros dos.

Al pasar a el enorme recibidor, con una escalera de madera a la derecha, di unos pasos a la izquierda para entrar en salón y saludar a la tía Erika.

— ¿Qué tal el primer día, cariño? — dijo con su tono dulce de voz.

— Bien — contesté.

No hablaba mucho con ellos. Ni con nadie. No quería. Seguía encerrada en mi dolor. Ellos ya no estaban conmigo y dolía como el infierno no poder llegar a casa y poder contarle a mamá el chico tan lindo que conocí hoy, o como sus amigos son raros pero graciosos. No poder contarle qué ha pasado nuevo en el libro que ahora me estoy leyendo. Tampoco tener a mi pequeña rubia de ojos verdes correteando hacia mí, y sus palabras ingeniosas aunque solo tuviera cinco años. O los abrazos de papá cada noche antes de irme a dormir, los besos en la frente y las risas que siempre nos hacia sacar a todos. Porque así era él, tenía humor hasta en los peores momentos y te podía sacar un chiste de todo.

Para, Tris.

Sin decir nada más, subí las escaleras para dirigirme a mi cuarto. Me habían preparado el ático. La verdad es que era un espacio grande, y en condiciones normales en las que mi ánimo fuese alegre, hubiera chillado de alegría y mandado fotos a mis amigas después de decorarlo con miles de pósters y libros en las estanterías. Pero no eran condiciones normales. Ni siquiera había pósters en las paredes, y los libros no estaban en las estanterías porque aún seguían en cajas, como todo lo demás.

Era una habitación hermosa. Con paredes lisas pintadas de violeta, el techo inclinado por el lado izquierdo, una ventana redonda enorme y un escritorio frente a ésta, por donde se podía ver la entrada de la casa. La cama era grande, situada en el lado derecho de la habitación con estanterías colgadas por las paredes.

Deje la mochila entre la puerta y el armario, cogí de ella el último libro que me regaló papá y me eché en la cama a leer. Era la única manera de evadirme de todo. Y me encantaba hacerlo, desde siempre.

Me encanta como te vas, lejos de todo lo demás y solo te centras en lo que les pasa a esos protagonistas de los cuales te enamoras. Con sus complicaciones que al final siempre arreglan y esos finales felices que te dan envidia.

Sí, soy una romántica empedernida. Una chica que sueña con la fantasía y el amor. Un amor como el que se tenían mis padres. Un amor como el que sentían hacia mí y hacia mi hermana.

Estoy leyendo cuando llaman a la puerta.

— Nena, soy Johanna.

Me levanto, porque prefiero eso que escuchar mi voz y abro la puerta.

— ¿Cómo te fue en tu primer día? — pregunta mientras se sienta a los pies de la cama.

No quiero hablar.

Me encojo de hombros.

— Oh, vamos Tris. Dame algunos detalles, seguro conozco a tus compañeros de clase — continúa insistiendo —. Quizá hasta vayamos juntas — me mira y sonríe de lado.

Ojalá. De verdad me gustaría estar con alguien en clase.

— Bien, apenas hablé con nadie — dije en voz baja —. En el almuerzo se me acercó una rubia algo prepotente que se creía la reina del lugar, quiso meterse conmigo pero.. — la miro, y me hace gestos con la mano para que siga —. Un chico la dijo que me dejara en paz justo después de tirarme el libro al suelo.

Veo que abre los ojos.

— ¿Chico? — pregunta —. Por lo que me dices de rubia prepotente, esa será Ashley, la abeja reina. Es una estúpida engreída. Pero me sorprende que alguien te haya defendido de ella, pocos se atreven. — me mira —. ¿Sabes cómo se llama ese chico?

Me está haciendo hablar demasiado. Y no quiero hablar, quiero leer.

— Hero, Hero Jones.

Esta vez abre los ojos tanto que parece que se van a salir de sus cuencas.

— Mierda. Es caliente — dice, y yo me sonrojo levemente, porque ya lo había notado —. Es uno de los más deseados de la escuela, y entre esas admiradoras está Ash. Hubiera muerto por ver su cara cuando Hero la paró los pies — dice riendo.

Con la vista en el suelo, medio sonrío. Porque sí fue gracioso ver cómo se ponía roja de rabia.

— Fue gracioso — digo con voz calmada.

Johanna ríe y se levanta.

— Vamos, pri. Hay que comer y ya después lees todo lo que quieras para irte a dormir — dice sonriéndome, y veo la compasión y el entendimiento en sus ojos.

Asiento y me levanto.

Quiero que este día pase rápido y poder dormir para soñar y verles una vez más.

Incondicional.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora