Capítulo 12: Ni un día fuera de Lumeburgo (2)

60 8 29
                                    

Parte 2


—¿Todos están bien? —preguntó Kouta

El chico se situaba sobre la chica de la caja, sacudiendo la cabeza para espabilarse. A su lado apareció su amigo Kenji, como si se materializase de la nada, y Felt aterrizó con suavidad cerca de ellos, cargando a Chikara como si fuera su princesa.

—Ahora estás a salvo, señorita —dijo la elfa con ojos de adoración.

—¡Suéltame ya ~degozaru!

—Kouta, ¿puedes quitarte de encima? —pidió Odette, un tanto incomoda—. Tu mano está en un sitio muy raro.

—Tch, que delicada —replicó el chico, poniéndose en pie.

—¡Mi pierna! —se escuchó el grito de dolor de un hombre

La carroza con la que momentos antes habían impactado no era ahora nada más que un gran montón de madera inservible. Desde dentro había salido una niña que, preocupada, trataba de levantar el pesado transporte. La razón de su inútil intento se debía a un anciano. De este hombre provenían los gritos debido al dolor de su pierna. Al parecer se había quebrado tras el impacto. También había otra chica cerca de ellos que parecía estar inconciente y aquella era quien debía haber estado conduciendo antes del impacto.

—¿No deberíamos ayudar? —preguntó Odette, muy preocupada.

—No, ¿por qué tendríamos que ayudar? —replicó Kouta de mal humor.

—Kouta —Odette lo miró con enojo—. ¿Cómo puedes ser tan malo?

—¡Eres una idiota! —le recriminó Kouta por no entender el sarcasmo—. Obvio que tenemos que ayudar.

Se apresuraron a ayudar al anciano. Kouta se preguntaba qué demonios hacía un anciano sobre una carroza a toda velocidad. ¿Y quién era la idiota que venía manejando a toda velocidad? Aunque, tras reparar en las flechas incrustadas en los maderos, así como en las llamas —ahora extintas— tuvo una idea general de la situación.

Tan pronto se acercaron, la niña del carruaje los miró con recelo. Un aire retador pareció rodearla, como si les desafiara a dar un paso más, aunque lo cierto era que temblaba de pies a cabeza.

Kouta la observó con atención.

Aquella era una pequeña niña de aproximadamente diez años, piel blanca y cabello cuya tonalidad rosada la haría destacar a donde quiera que fuese. Sus vestimentas un poco sucias demostraban, no obstante, su pertenencia a alguna familia seguramente bien posicionada. Aquél vestido blanco, sencillo, parecía hecho con tela de lo más fina, aunque el chico inexperto no podía notarlo. La mirada, de un profundo tono azulado, que les dirigió a todos, trataba en vano de ocultar su temor.

—¡Déjennos en paz! —exclamó la pequeña.

—Escucha, solo queremos ayudar —dijo Odette, tratando de sonreír.

—¿De verdad esperan que les crea eso? Trataron de matarnos con un ataque frontal.

Antes de que Kouta pudiera pensar en una manera de convencerla de que todo había sido un accidente estúpido, la chica dio un paso al frente, adoptando una falsa postura de pelea que delataba su delicadeza y nula experiencia en combate. No era una peleadora, su fino vestido esponjoso no paraba de decirlo a gritos. Si uno tratara de imaginarse a una pequeña niña crecida en una familia de nobles con expresión inocente, muy probablemente una imagen bastante acertada de su apariencia acudiría a la mente.

—Oye, solo cálmate, ¿sí? —dijo Kouta con voz cansina, dando un paso hacia ella.

La niña dejó escapar un pequeño chillido de susto, retrocediendo hasta estar a un lado del anciano, que aún estaba atrapado debajo de la carroza.

Hanazonoland: La búsqueda de la heredera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora