Epílogo

77 6 35
                                    

En alta mar.

Un pequeño navío era perseguido por tres carabelas, que ondeaban con orgullo sendas banderas con un emblema que recordaba a una nota musical, cruzada por una espada. El rugir de los cañones era lo único que estorbaba el bello sonido del océano.

La pequeña tripulación del navío, de no más de veinte personas, corría en todas direcciones tratando de preparar cañones para responder al fuego de las carabelas. Pero las situaciones no eran las mejores.

—¡Ya están muy cerca de nosotros! —gritó un hombre desdentado.

—¡Defendamos hasta el final!

El impacto certero de una bala de cañón contra el mástil no ayudó a los hombres a recuperar la calma. Ahora, sin el gran palo central, no tenían manera de escapar.

—¡Todos vamos a morir!

Aterrados por ser capturados por las carabelas, más de un hombre se arrojó al mar, prefiriendo cualquier destino que no fuese terminar en la horca. Muy pocos fueron los que siguieron con la inútil tarea de cargar los cañones y disparar a sus perseguidores. Entre ellos destacaban algunos sujetos que, pese a todo, no se veían tan nerviosos como deberían estarlo.

—El capitán nos matará cuando descubra lo que pasó a su nuevo barco — dijo aquél marinero, un extraño sujeto de alas negras.

—Me tiene sin cuidado el idiota —dijo una pequeña niña, que parecía más interesada en mantener abrazado a un león de peluche que en ayudar en la defensa—, fue idea suya provocar al reino Soprano en primer lugar.

Y es que, hacía tan solo un par de días, en medio de una gran borrachera y apuestas, el capitán había apostado con su segundo hombre al mando para ver quien se atrevía a atacar un pequeño navío perteneciente a aquél reino. De más estaba decir que el capitán nunca perdía las apuestas, y no le importaban las consecuencias de sus acciones.

Otra bala impactó con la popa, desestabilizando a quienes aún seguían a bordo. Quizás aquél era el momento de decidir seriamente si valía la pena seguir defendiendo lo perdido, pero ¿a dónde podían huir en medio del mar?

Las puertas de una alacena, usada como camarote privado, se abrieron de par en par.

—Al fin se dignó a despertar —dijo la niña, indiferente.

—¡Capitán!

—¡Por favor, sálvenos!

—¿¡Qué debemos hacer!?

Los hombres en el navío estallaron en gritos de esperanza al ver a aquél tipo salir a dar la cara, con aire bastante somnoliento. Aquél hombre de cabello de color del fuego, al que llamaban su capitán, miró su preciado barco reducido a astillas a punto de hundirse, y no pudo menos que enrojecer de ira.

—¡¿Qué se supone que están haciendo, perros sarnosos?!

—¡Nos atacan, capitán! —gritó uno de sus tripulantes—. ¡No soportaremos más!

—Bola de ineptos —El pelirrojo señaló el timón—. ¿Por qué no veo a nadie sacando nuestro sucio culo de aquí?

Una de las carabelas aprovechó la cercanía para disparar una certera bala de cañón. El timón estalló, partiéndose en montones de astillas. El capitán solo pudo mirar en silencio como su barco sufría más daños.

—Está bien —dijo encogiéndose de hombros—. Los perdono porque no hay timón.

—Usted siempre tan amable —dijo entre bromas uno de sus hombres de confianza.

—Lo sé, Chariot, lo sé —frotó su barbilla, sonriendo con complacencia—. Creo que soy el mejor capitán que puedes encontrar en los mares.

La pequeña niña del grupo, de en apariencia no más de doce años, se acercó al supuesto mejor capitán de los mares, con un rostro de completo enfado. Sus enormes coletas ondeaban con el aire que parecía incrementar su fuerza al calor de la persecución.

Hanazonoland: La búsqueda de la heredera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora