Prólogo

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El enorme portón señalaba la entrada a un oscuro bosque y el final de la zona permitida para los estudiantes del internado. Tres jóvenes observaban en silencio aquél rejado ya oxidado por el paso de los años.

Kouta Muranushi maldijo por haber tomado la decisión de seguir a los otros hasta aquel punto. No es que fuese de los tipos que no disfrutase pasar tiempo con los demás, pero los problemas que tendrían si eran descubiertos serían demasiados.

Él odiaba los problemas.

—¿De verdad vamos a entrar? —preguntó irritado.

No podía ser castigado aquella noche. El día de mañana habría de tener una de aquellas esporádicas visitas de su hermana menor.

Kohane Muranushi, ese era el nombre de su pequeña hermana, y era la única que aún parecía recordar la existencia del chico y se tomaba la molestia de visitarlo. Para Kouta, ella podía calificarse como la niña más dulce que existía sobre la tierra. Pensar en volver a verla era reconfortante.

Tendría que haber estado recogiendo su habitación en aquellos momentos, y no perdiendo tiempo en aquel bosque.

—Vamos, compadre —le dijo un muchacho con gafas—. ¿No crees que será genial ver que hay dentro?

—No.

Aquél chico de gafas era Kenji Shouton, el mejor amigo —quizás el único— que tenía en el internado. Era un tipo alto, de complexión delgaducha y parecía tener energías durante todo el día. Las grandes gafas se debían a su pésima visibilidad. Incluso con ellas no podía distinguir muchas formas en la noche, pero eso no había evitado que quisiera visitar los bosques del instituto.

Por alguna razón disfrutaba hacer poses extrañas al hablar, y Kouta sospechaba que no estaba bien de la cabeza. A decir verdad, Kenji era quien había tenido la idea de quebrantar las reglas aquella noche, arrastrando a sus dos amigos con él.

¿Por qué Kouta no había declinado la propuesta? ¿Por qué no había decidido quedarse en su habitación y esperar la visita de su hermana? Eran preguntas que lo atormentaría más tarde.

—Muy bien —Kenji posó una mano en el gran portón y, con una posición que el consideraba genial, añadió—: ¿Listos para la acción?

El primer reto para los tres jóvenes había sido salir de la academia en la noche sin ser vistos. La escasa vigilancia del internado había facilitado mucho las cosas.

Ahora tenían que sortear la puerta de tres metros de altura.

—¿Qué acción puede haber en entrar al bosque? —replicó Kouta de mal humor—. ¿Perdernos?

—No lo sabremos si no entramos —terció el último de ellos.

Hideo Takayama. Aunque este chico, con su gran porte, mirada decidida y voz que transmitía seguridad, parecía ser alguien muy confiable, no era precisamente del agrado de Kouta.

Le pesaba admitirlo, pero Hideo era lo que podría considerarse un chico apuesto, aun con aquella cicatriz en la mejilla izquierda —producto de sus prácticas de kendo—. Además, sus resultados académicos eran de lo más satisfactorios. Sin embargo, algo en él le desagradaba.

El pelirrojo no lo aparentaba, pero su inteligencia se limitaba a lo académico, fuera de ello Kouta nunca lo había visto hacer nada que una persona cuerda haría, y aun así seguiría allí, con esa fastidiosa expresión que decía «miren lo genial que soy».

—Bueno, ¿siquiera la puerta está abierta? —preguntó Kouta, cruzándose de brazos.

—Claro que no, compadre —Para demostrarlo, Kenji forzó sin éxito el envejecido portón—. Pero eso no es un problema para nosotros ¿verdad? —añadió con una sonrisa retadora.

Hanazonoland: La búsqueda de la heredera.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora