Capítulo 4

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Era el cuarto día en el que estaban sobre el mar, y temprano justo horas después de zarpar y seguir su camino gritaron:

—¡Capitán, mire!—señaló uno de los tripulantes dónde podía divisarse las tierras de España.

Al parar en el puerto el joven príncipe habló con las personas que estaban más cerca, por ejemplo los pescadores que recibieron su visita, solicitando un favor al rey Felipe III de España, le contaría que su padre le había enviado lejos y necesitaba más provisiones para seguir con su viaje, pero a pesar de que habían enviado el mensaje con uno de sus acompañantes quiso presentarse personalmente al rey de la tierra que estaba pisando.

—Yo creo que me quedaré en el barco—murmuró entro los dientes el marinero—el rey y yo tuvimos algunos inconvenientes en el pasado.
—¿Y llevarse el barco? Prefiero que me acompañe y que su majestad lo mantenga detenido en el calabozo.
—Se nota cuanto te agrado dulzura, pero me temo que si me matan ¡recuerde que no podrá llegar a Faraona!
—Solo mantenga la boca cerrada, no le va a pasar nada si estoy ahí—el marinero rodó los ojos y suspiró por el problema en que se acababa de meter, pero por una pequeña parte, se sentía agradecido de que el princezuelo haya dicho eso.

Llevaron en varios caballos a la tripulación y le facilitaron un carruaje al joven al ser el príncipe de Inglaterra que había venido a visitar tierras españolas, en primer lugar el carruaje iba a ser solo y exclusivamente para el príncipe, pero el escurridizo pirata se escabulló y se las arregló para no ser visto entrando al carruaje junto al príncipe.

—¿Qué se supone que hace aquí?
—Bueno, si no puedo deshacerme de ti, tú no podrás tampoco deshacerte de mi—se recostó en uno de los acolchonados asientos cruzando sus piernas y juntando sus manos detrás de su cabeza—te haré la vida imposible.
—Descuide, ya lo hace—gruñó desviando su mirada hasta las ventanas tratando de ignorar al hombre que tenía enfrente.
—¿Crees que Felipe me reconozca? Estoy técnicamente "muerto".
—No lo se, tú muerte se difundió por Inglaterra, no sabemos si el rumor siguió por toda Europa.
—Hmm... —se acarició la corta barba y frunciendo sus labios miró hacia el techo—¿cuantos días estaremos aquí?
—Dos... tres... todo depende de la cortesía del rey. Y solo espero que eso sea pronto, no quiero estar allí más de lo necesario.
—Pensé que entre reyes, príncipes o princesas había mucha cercanía.
—No es que nos consideremos hermanos, pero siempre está presente la rivalidad.
—¿Tú padre envidia al rey Felipe?
—No, pero su hijo Felipe IV es un... cretino.
—Uh, bardo entre príncipes, ¡es tan gracioso! ¿Qué hizo, rompió tu
tiara cuando tenias doce años?
—No, simplemente siempre quiere estar en primer lugar, estar en la cima de todo y sobre todo, siempre he dicho que más que un rey será un dictador. A veces temo por el futuro de España.
—Me suena a alguien que me caerá bien.
—De hecho si, ambos son muy parecidos.
—¿Parecidos en que sentido?—alzó una ceja el marinero.
—Ambos me odian por ser hijo del rey de una de las potencias más grandes, sin siquiera ser mi culpa el haberlo sido—el joven volvió a dirigir su vista hacia la ventana terminando la conversación. El pirata quedó muy confundido por esto y se quedó observando el rostro apagado del príncipe, le hubiera gustado aclarar un par de cosas pero en ese momento era mejor no decir nada, tan solo, al igual que el joven, se quedó viendo el paisaje que enmarcaba la ventana absorto en su mente.

Tomó varias horas llegar a Madrid, tuvieron que parar varias veces para dar de beber a los caballos y dejarlos descansar. Pero una vez llegó el príncipe se presentó con los mejores modales al rey.

—Buenas tardes su majestad, soy el príncipe Jorge Frederick IV de Dinamarca, futuro sucesor de Gran Bretaña, mi padre Frederick III de Dinamarca y mi madre Sophie Amelie de Lüneburg me habían enviado en busca de un valioso cofre muy importante para ellos y decidimos parar aquí para pedirle cortésmente su ayuda.
—¿Qué necesita joven príncipe?—hablaba grabe y roncamente el rey.
—Nuestras provisiones están casi agotadas y carecemos de suficientes armas.
—Estoy dispuesto a ayudarte muchacho, con gusto les daré lo que necesiten.
—Estaría eternamente agradecido.
—Supongo que deben estar agotados por el pesado viaje, les invito a pasar esta noche y el día siguiente aquí, no sería ningún problema para mí y mi reina.
—Su majestad es muy considerado pero debemos partir cuanto antes, si no le molesta solo será esta noche.
—Como desees joven príncipe—Jorge se inclinó hacia el rey sonriendo al señor de mediana edad. El pirata recién se daba cuenta que era la primera vez que le veía sonreír.
—Padre, me gustaría pasar un rato con el príncipe si gusta de platicar conmigo, quiero explicación de por qué el hijo de un poderoso y rico rey pide ayuda a España—Jorge se exaltó al ver de dónde provenía la voz, y por pura suposición William supo que se trataba del hijo del rey de España, Felipe IV, quien le miraba con malicia y sarcástica voz.
—Hijo mío, ¿no ves que el muchacho está cansado por su largo viaje?
—Solo hablaremos, como en los viejos tiempos.
—Tú padre tiene toda la razón Felipe, ahora estoy muy cansado—si no hubiera prestado atención el marinero no se hubiera dado cuenta de que el príncipe de Gran Bretaña había rechinado los dientes. El pirata tenía una sensación de incomodidad en el pecho que le parecía insoportable y muy extraña, sabía que se metería en problemas más adelante pero, tenía que hacer un adelanto.
—Miren nada más, al mismísimo príncipe de España en persona—hizo una reverencia el marinero como si estuviera burlándose caminando al lado de Jorge.
—¿Y quién es usted?—el rey miraba atentamente al hombre como si le pareciera familiar.
—Yo soy el Barón Edward Bachman, amigo fiel del rey de Gran Bretaña y acompañante del príncipe.
—¿Qué estás haciendo?—habló entre dientes casi susurrando el príncipe disimulando su acción inoportuna.
—Estoy tan feliz de conocerlo a usted y a su quería hijo que por cierto... en las pinturas se ve más alto, y en persona, digamos que es él un poco difícil de ver—arrugó el rostro el marinero, el príncipe ingles se mordió los labios luchando por no sonreír por el comentario y por el rostro de enojo del príncipe español.
—Barón Edward, cómo osa decir... tal ofensa—su voz sonaba impaciente a pesar de que mantenía la compostura.
—Solo era una recomendación para que tome en cuenta el pintor que soliciten—su radiante y coqueta sonrisa apareció dejando a la vista su diente de oro. Esto hizo que el rey quedara confuso y atónito.
—Gracias... Barón Edward—el rey comenzó a hablar en sílabas pensando en donde había visto ese hombre antes—al ser compañero del príncipe supongo que tengo que darles un aposento compartido...
—Sería lo ideal su majestad—le volvió a sonreír el marinero.
—¿Qué?—interrumpió el príncipe inglés.
—Guardias, lleven a nuestros particulares invitados a sus alcobas...—aplaudió el hombre de mediana edad siendo su orden atendida de inmediato.

El príncipe Jorge y el marinero William fueron llevados a una habitación muy espaciosa con dos camas bastante grandes y todo decorado con los tonos rojo y amarillo, la habitación tenía grandes ventanales y los escritores de madera junto a la alfombra le daba ese toque elegante.

—Esta es su habitación príncipe Frederick, espero se sienta cómodo, igual que su acompañante.
—Sí, muchas gracias—su adorable sonrisa desapareció una vez estuvo completamente solo con el bandolero—no puedo creer que haya hecho eso, pudo haber hecho que nos desterraran.
—¿Qué? Fue gracioso, ¿no viste la cara de ese imbecil?—el príncipe volvió a morder sus labios para reprimir una sonrisa, ya que en lo más profundo de su ser admitía que si había sido gracioso.
—No, no fue gracioso, ahora escúcheme, no quiero que cause problemas, compórtese y mantenga su boca cerrada hasta mañana...
—Como sea, solo quiero que sepas una cosa, no me compares con alguien más si no me conoces—el príncipe ladeó la cabeza mirando al de cabello largo y despeinado, quien levantó una mano y la posó en el hombro del joven apretando su agarre—yo no soy igual que él...

Aquellas palabras le hicieron temblar junto con su característica sonrisa, Jorge se alejó un poco chocando de espaldas contra la puerta, recibiendo un doloroso golpe en la pelvis cuando sintió el picaporte haciéndolo exhalar.

—Yo... debo de ir... a ver los demás hombres...—el príncipe no quitó la visto a los ojos aceituna del pirata, sacudiendo la cabeza antes de salir—vuelvo más tarde.

Cerró la puerta tras él dejando al marinero en su soledad, preguntándose a si mismo si le había dicho algo malo.

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