Capítulo 8

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William estaba exhausto, unos diez minutos después de su segundo climax quedó profundamente dormido, esa noche sin dormir sin duda se acumuló para apoderarse de él y desmayarlo, las sabanas le cubrían a ambos desde la cintura hacia abajo, por lo que el joven príncipe veía perfectamente el pecho de su compañero subir y bajar con calma, su boca estaba levemente abierta mostrando sus labios decorados con su bigote y barba de unos días, le impulsaban a robar un beso, pero se contuvo. El príncipe por lo visto aún estaba bastante despierto a pesar de que era demasiado temprano para levantarse, Jorge alzó una de sus manos para quitar unos castaños mechones de cabello que el pirata tenía por su cara simultáneamente acariciando su piel facial. Se sentía raro, demasiado raro, sentía un extraño sentimiento que no le gustaba para nada, de hecho no sabía que es lo que sentía, pero se sentía fatal.

Se alejó para levantarse y dejó dormir al bandolero todo lo que necesitara, tomó su ropa la cual se había ensuciado un poco al estar esparcida por el piso de madera y se vistió, saliendo del camarote percibió que el sol aún no salía del todo y se quedó a esperarlo parado en la cubierta apoyando sus codos del barandal.

Mucho rato después el pirata sintió un molesto vacío en la habitación, el otro lado del colchón ya estaba frío por lo que ya ha pasado mucho desde que le abandonaron en la cama.

—¿Jorge?—llamó entre dientes aún frotando sus ojos para ver mejor y que sus pupilas se adapten a la luz, se llevó una gran decepción al no despertar con el príncipe a su lado.

El pirata estiró sus músculos levantando sus brazos mientras bostezaba, y de un momento a otro saltó de la cama al suelo en busca de su ropa, quería ver al princezuelo, quería ver a Jorge. Se vistió con la mayor velocidad que pudo tropezando sin querer en algunas ocaciones, al abrir la puerta del camarote se mantuvo más tranquilo al ver los tripulantes ya trabajando, atando cuerdas, izando las velas, alguien ya navegando, pero su vista se fijó únicamente en el príncipe quien veía hacia el mar recostado del barandal, al acercarse el corazón le dio un brinco.

—¿Estas bien?—su voz ya no le hablaba de forma sarcástica, divertida o burlona, estaba hablando enserio.
—Sí...—no quitó la vista del mar al responder, sin embargo sonaba muy apagado, para nada bien.
—Claro que no lo estás—se acercó un poco más hasta tocar su codo con el de Jorge, y por ese simple roce ambos sintieron escalofríos desde las orejas hasta los tobillos.

Este no contestó, solo bajó la cabeza alejándose del pirata mientras se tapaba la cara con una mano, no quería presionar al príncipe pero quería saber que había pasado, ¿que había hecho? No tenía la menor idea de que ocurría, William a veces (o casi siempre) hacía cosas malas a las personas sin importarle, robaba, extraviaba o destruía cosas importantes para otros solo con el fin de provocar desgracia, pero este caso era muy diferente, esta vez no sabía cual había sido su error y tampoco sabía cómo remediarlo, y no podía simplemente ignorarlo como los demás problemas, le importaba mucho arreglarlo. ¿Quizás nunca quiso lo de anoche? No tendría sentido, incluso fue el príncipe quien lo sedució.

—¿Qué se lo impide..?

La piel de su cuello y brazos se erizó quedando algo sensible. Anoche, cuánto había disfrutado todo aquello, no existía una palabra tan grande para definir cuanto le gustó fornicar con él, pero el príncipe ahora se veía arrepentido y temeroso, y eso le impedía disfrutar de ello. Quizás debería dejar las cosas así, al fin y al cabo el muchacho es un príncipe, ¿por qué querría seguir acostándose con un sucio pirata cuando podría tener todas las mujeres (o quizás hombres) que quisiera? ¡Era un príncipe casi rey! ¿Quizás solo lo hizo por capricho? además de que esto podría causarle problemas en el futuro, tanto a él como al príncipe, y prefería ahorrarse eso a ser ahorcado por él.

Al no tener respuestas de parte de la boca de Jorge Frederick, solo se mantuvo ahora tomando el timón y navegando deseoso porque este viaje terminase, la isla Faraona se encuentra a varios kilómetros entre Grecia, Egipto y Turquía, con suerte y si no alcanzan ningún impedimento llegarían más rápido de lo que tenían programado, el viento soplaba fuerte hoy y hasta ahora el pirata podía orientarse sin la ayuda de un mapa o una brújula. Esto era lo que siempre arreglaba su humor, navegar, ver que puede cruzar por el mar a donde quiera y cuando sea, el sereno de la brisa y la sal que le arroja el mar le hacían sentir muy tranquilo, pero esta vez había algo diferente en ese sentimiento de tranquilidad.

—¿Capitan Bellamy?—escuchó a uno de sus ahora "hombres" llamarle con voz algo preocupada.
—¿Sí?—preguntó con la vista aún enfrente.
—Creo que estamos en problemas—William enarcó una ceja antes de mirar hacia atrás y encontrarse con otro barco que estaba muy cerca de ellos, había aparecido de la nada.
—Manténganse alertar, tomen sus armas y escondan al príncipe.
—Como ordene—se retiró avisando a los demás y cumpliendo las órdenes que el pirata pidió.

No pasó mucho tiempo hasta que el barco estuvo a la par de Ursula viendo toda una tripulación de hediondos piratas, su nave estaba hecho de una madera oscura (probablemente era robado) y percibió que en la punta, en la proa se veía la escultura de la sensualidad del cuerpo y la horrorosa cara de Medusa.

—Por las barbas de Jack, miren nada más, al joven William Bellamy, creí que tus huesos estaban nadando con las sirenas—bromeó el que parecía ser el capitán de la tripulación de esos piratas.
—Despistar a la ley siempre ha sido mi mayor ventaja—sonrió burlonamente William hablando con el hombre como si fueran viejos amigos. Sin embargo en la mirada de ambos se notaba la rivalidad.
—Y qué hace un pirata bienaventurado como tú por estas zonas, ¿algún objeto de mayor importancia?—divagó el capitán de larga y despeinada barba.
—Solo pasaba por aquí viendo qué podía tomar prestado, pero desgraciadamente ya no queda nada.
—No siempre es así, quizás puede ser cómo buscar una aguja en un pajar, pero nada podría detenerte, supongo—río el barbón con una sarcástica sonrisa.
—Sé que me considera uno de los mejores pero no tengo tanto tiempo libre como ustedes—le devolvió la misma sonrisa.
—¿Y estos hombres? Pensé que era un capitán que trabajaba solo—preguntó cómo si en realidad supiera la respuesta.
—Lo hago, pero, siempre hay una primera vez para todo, un filibustero como yo siempre de vez en cuando necesita de ayuda de fieles bucaneros—le respondió con mucha calma y credibilidad.
—Supongo que sí... —observó con atención la tripulación de Bellamy, que a pesar de que tenían finos uniformes no parecían tener mucho cuidado en ellos—no te molestaría prestarme unos cuantos de tus tripulantes ¿verdad? prometo que todo el botín que encuentre será dividido.
—Cómo me gustaría hacerlo, pero ahora mismo, necesito de todos ellos, tal vez en otra ocasión, si nos volvemos a encontrar—si William hubiera sido un cualquiera, probablemente le hubiera creído, pero no puedes mentirle a un mentiroso.
—¿Y a dónde te diriges con tantos hombres?
—Quizás haga una parada en Italia, dicen que en Nápoles el rey Felipe guarda... cosas importantes.
—El rey Felipe tiene cosas importantes en casi la mitad de Europa... pero no haría daño revisar—hizo un ademán con los dedos despidiéndose y empezó a dar la vuelta moviendo bruscamente las olas del mar—Hasta luego Bellamy, creo que nos volveremos a ver pronto...
—No lo creo Black Sam Kidd—susurró para él mismo divisando que el pirata se alejara cada vez más, soltó un suspiro que había tenido guardado en todo momento y dejó caer sus hombros.

Estuvieron bastante cerca de ser saqueados o provocar algunas muertes innecesarias, otra desventaja de ser un bandolero es que no pueden confiar entre ellos, tarde o temprano uno querrá lo que tiene el otro y empezarán a matarse entre sí como animales.

Mi Tesoro Más GrandeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora