Capítulo 21

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Al capitán Bellamy a pesar de que aún le tenían encerrado, tomaron la orden de que le quitaran las cadenas, ya que pensaban que por la falta de nutrientes en su cuerpo no tendría fuerzas ni para levantarse por sí solo y el cólera sería tan fuerte que le azotaría de los pies a la cabeza, lo que el amado rey no sabía, es que en su organismo aún fluían las vitaminas necesarias, y era alimentado por un traidor, su propio hijo.

—Mi padre ya tiene fecha para tu exilio—habló roncamente el príncipe mirando al suelo en el que estaba sentado.
—¿Cuándo?—preguntó el desamparado pirata.
—Será dentro de dos días, concluyeron que lo que mereces es la muerte... mi padre no quiso escucharme.
—No esperaba mucha piedad por parte de él, sinceramente—río manoseando aún sus muñecas por las marcas que tenía de las cadenas.
—¿Tienes un plan de escape? Dime que sí, por favor...
—Se me acabaron todas la ideas—se encogió de hombros aún con una sonrisa—de todas formas, por quién soy, tarde o temprano iba a tener que pasar algo.
—...¿Enserio te vas a rendir?
—¿Qué podría hacer yo?
—¡Eres un pirata!
—¿Y qué? Este pirata no es un ser superior para hacer milagros.

Las cuencas marrones del príncipe brillaron por las lágrimas atrapadas en sus ojos, abrazó sus piernas y ocultó su rostro en sus rodillas tratando de apaciguar el llanto que tanta pena le daba enseñar.

—Jorge—le aló hacia él y lo rodeó en sus brazos—te pedí que te quedaras conmigo y mira hasta donde nos llevó, pienso seguir mi palabra, y si no es contigo, no tengo la voluntad para salir de aquí.
—Por favor—levantó su rostro y llevó sus manos a la cara del pirata—vete, prefiero que jamás nos volvamos a ver, y que tú estés vivo—su voz se quebró.
—No puedo hacer eso.
—¡Sí puedes! Te ruego con toda mi alma, que escapes y jamás vuelvas a verme, no quiero que estés conmigo si eso te lleva a la muerte.
—Prefiero la muerte... antes que dejarte.

El príncipe llevó su frente a la del pirata y empezó a llorar, este repartía caricias por su espalda y comenzó a besar los párpados del joven, en un tonto intento de hacerlo dejar de llorar.

—Si pudiera... me hubiera gustado jamás haberte conocido... así jamás hubieras sufrido por mi culpa—acarició la muerta cabellera sin brillo del pirata mientras entrelazaba sus muslos a las caderas del bandolero.
—Hm... yo no, si hubiera podido, me hubiera gustado conocerte muchos años antes—le sonrió a pesar de lo débil que era su voz—así hubiéramos tenido más tiempo los dos.

Se miraron con cariño, una manera muy distinta en cómo Jorge miraba a Wilhelmina Charlotte en la reunión, pero decidió despejar su mente porque no quería pensar en ella ahora.

—Haz el amor conmigo una vez más, por favor—rogó besando la comisura de los labios del bandolero.
—¿Estás muy seguro?
—Sí, quiero sentirte... quiero recordarte toda la vida.

El pirata exhalo con deseo y unió sus labios a los del príncipe, llevó sus manos a su limpia cara y analizó cada respiración del chico, cómo temblaba bajo su toque, cómo se exponía a él. William se controló para ir lo más lento que pudiera porque después de todo, se sentía algo débil, y así durarán toda la noche, porque quería atesorar cada detalle y sentirlo hasta lo más profundo de su ser, no para apagar una calentura en diez minutos, si no para avivar esa llama de pasión para que jamás se apagase.

Delineaba con las puntas de sus dedos la piel bajo la camisa blanca de lino al príncipe sintiendo cada poro alterarse, Jorge tomó la iniciativa y jaló de los hombros al bucanero para que se colocase encima de él y besó frenéticamente su cuello. Suspiró con desasosiego y llevó sus labios ahora a su pecho escuchando con nitidez su asfixiante respiración, se tomó todo su tiempo (el poco que le quedaba) para deleitar su campo de visión con aquel príncipe tan sumiso a sus caricias.

—Qué fue lo que me hiciste...

No estaba seguro, pero aquello lo había dicho para si mismo, no comprendía aún que le hizo aquel príncipe, qué tipo de brujería usó para tenerlo acorralado en su sensualidad, como si hubiera atado sus pensamiento solo girando él alrededor de ellos. Bellamy no era muy apegado a las brujas, eran rencorosas y muy mandonas, pero si aquel hermoso ser le echó algún tipo de magia negra, mal de ojo o lo que sea para tenerlo pegado eternamente a él, en verdad no le desagradaba, y no era mala idea, estar cautivo por el hechicero más bello.

—¿...Qué..?

Suspiró Frederick lleno de lujuria, en su boca casi se desbordaba la saliva y sus ojos estaban medianamente abiertos, sabía que había escuchado a William murmurar algo, pero descartó seguir preguntando cuando el pirata le tomó de la cadera y con su poca fuerza le levantó hasta sentarlo, sabía qué quería hacer, así que le facilitó el esfuerzo y se levantaron hasta quedar de pié. Jorge no notó cuando su espalda había chocado contra la rocosa pared ya que el manoseo del pirata hacia sus genitales le nubló completamente los pensamientos, pero si se dio cuenta de la fuerte contracción que tuvieron sus músculos por la estimulación en su cuello, pecho y miembro.

—Si tus niñeros llegan a darse cuenta de que no haz estado en tu cama toda la noche, estarás en problemas muy gordos.
—Nadie no notará, nadie lo sabrá.

Se frotó contra William arrancándole un jadeo y obligándole a quitar los pantalones al príncipe simultáneamente dándole la vuelta para quedase cara a cara a la pared. Continuó repartiendo besos a lo largo de su hombro y nuca, ahora dándole unas leves palmadas a las nalgas semi-desnudas del príncipe inglés.

Este levantó las caderas suspirándole a la pared rasposa y polvorienta, sus pantalones cayeron lentamente por sus muslos dejando al aire una enorme tentación y William no podía ser capaz de controlarse, le temblaban las manos de ansiedad. Ahora fue su turno de desabrochar los botones de su pantalón y sacar su duro pene agobiado por la enorme necesidad de roce continuo y calor, frotó una que otra vez su falo sobre la entrada del joven quien se tensaba con los susurros y lamidas en sus oídos, le decía desde las cosas más acarameladas que se le ocurriesen hasta las confesiones más sucias y pecaminosas que jamás haya escuchado haciendo temblar al chico, sus codos y rodillas parecían morir de frío.

—Oh, William...

Susurró a duras penas apoyando los brazos contra la pared más arriba de su cabeza y dejando que William tomara su cadera, le tomó de total sorpresa los dos dedos que el pirata le metió pobremente lubricados con saliva, su cuerpo ya se había acostumbrado a recibir a William, de hecho, ya hasta era una necesidad que le pedía su naturaleza, la presión que sentía desde el vientre hasta los pulmones eran prueba de lo desesperado que estaba por satisfacer esa necesidad.

Trató de levantar aún más sus caderas pero se percató de que ya estaba incluso de puntillas de pie, arañó la pared y ya estuvo lista cuando William procedió a penetrarlo por completo, introduciendo todo su pene hasta quedar completamente dentro del chico y apoyar una mano en la pared por encima de su hombro.

—¡Ahnmh..!

Gimió con tal fuerza que resonó en la cerrada habitación, sin miedo a ser escuchado, ya que al fin y al cabo, si los descubrían y los exiliaban a los dos, sería el más generoso de los regalos. El príncipe sentía que le faltaba el aire, sentía sus pulmones y corazón contraerse y sintió su cara húmedamente cálida, algo espeso goteó de su barbilla e inclinó su cabeza hacia atrás para ignorarlo y llegar mejor al orgasmo, y cómo tenían aún toda la noche, ese solo sería el inicio de sus rondas. El bandolero antes de llenarlo, salió de él y lo volvió a girar para tenerlo enfrente y le cargó para tener sus piernas a los costados de su cadera, alzó la vista y se encontró con la cara somnolienta de placer del joven, y con una línea escarlata que salía de su nariz y terminaban en su barbilla mientras goteaba. Se alarmó, pero como el muchacho lo pasaba por alto tomó su cara entre sus manos y besó la nariz de este manchando un poco sus labios con la sangre.

—¿Te encuentras bien?

Le preguntó, el príncipe asintió muy seguro y volvió a unir sus labios como si estuviera buscando aliento. Más que solo sexo, toda la noche fue continuo dulce roce, cada vez que creían olvidar el tacto de tu piel volvían a acariciarse, sus pieles quedaron rojas y ligeramente sensible a más tacto, y aquello para nada era molesto.

Mi Tesoro Más GrandeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora