Capítulo 3

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—¡Despierte señor Bellamy!—el hombre se levantó de golpe al sentir la salada y fría agua golpear su cara.
—¡Que diablos quieres!—le gritó al descubrir que el príncipe había sido quien le arrojó el agua.
—Es hora de trabajar, mi padre no le solicitaba solo para dormir hasta altas horas del día.
—Sí, claro, ya no molestes—a regañadientes se levantó viendo que la noche junto a la mañana se habían ido, aún no divisaba tierra y desde hace un largo rato uno de los tripulantes había comenzado a navegar, así que dejaron al nuevo capitán tomar el timón en sus ásperas manos, con la desafortunada condición de tener al príncipe mimado a su lado junto con el mapa y la brújula.

Al sentirse nuevamente vivo conduciendo una nave sacó una pequeña e inconsciente sonrisa, estar en el mar era su vida y muchos años lo había sido, le recordaba a su padre cuando en sus días le pedía que lo acompañase a inofensivas misiones a veces cargándolo para que alcanzase el timón por su pequeño tamaño simulando navegar, le hubiera gustado que le viese ahora que podía tomar el timón sólo. Miraba a todas partes en busca de al fin tierra y aún solo veía puro mar, su vista chocaba con las velas del barco, el cielo, el cálido sol, hasta que cayó en cuenta de los ojos del castaño que le habían estado observando todo ese tiempo.

—¿Qué miras?—levantó una ceja.
—Nada... solamente quisiera hacerle unas preguntas.
—Lo siento dulzura, mi vida privada es lo que es, privada.
—Solo son un par de cosas, si hay una pregunta que no quiera contestar solo dígamelo—aunque tenía el ceño fruncido, el joven tenía una cara de súplica bastante graciosa para el gusto de William.
—Bien, te daré un máximo de tres preguntas las cuales responderé sin titubear, piénsalas bien.
—¿Solo tres?
—Tres o nada—Y en verdad lo pensó mucho ya que se le veía muy concentrado, dandole la oportunidad al pirata de estudiar a su oponente.
—¿Qué hará con la fortuna que le dé mi padre?
—Aún no lo sé... quizás pueda tener mi propio barco sin la necesidad de que me sigan por haberlo robado—el joven levanto una ceja como si lo anterior había sido demasiado obvio.
—¿Dónde están todos los barcos que ha robado?
—Pues, si no los hundo, los dejo abandonados y simplemente se lo vendo a alguien más, ¿última pregunta?—esperó las palabras del muchacho quien se notaba pensativo.
—Tal vez se la haga después, no tengo algo tan importante ahora—bajó desprevenido la mirada hacia el mapa, el marinero quedó algo confuso y simplemente sacudió su cabeza.
—¿Puedo hacerte una pregunta yo ahora?
—No veo por qué no.
—¿Si... accidentalmente te olvidamos en España, alguien vendría por ti o tienes algún familiar por allí?—Jorge volvió a fruncir su mirada mostrando enojo.
—No voy a quedarme allá.
—Tenía que intentarlo—en su voz abundaba la maldad—vamos, no es como si fueran a secuestrarte, ¿cuántos años tienes, dieciséis?
—Casi cumpliré mis veinte años.
—¿Ves? Eres ya un hombre, puedes cuidarte solo.
—Inicié este viaje con usted y así lo terminaré.
—¿Por qué tienes que ser siempre tan correcto y disciplinado? Es irritante.
—¿Y usted? ¿Por qué tiene que ser siempre tan inmaduro y ambicioso? Es desagradable—ambos hombres mantenía la mirada directo a sus ojos como si mentalmente se estuvieran apuñalando entre si, se miraban como si fuera un reto, William estaba por perder esta competencia hasta que observó más allá y noto mejor los rasgos del príncipe, una belleza juvenil que toda mujer busca en los hombres, el estereotipo de hombre perfecto.

—Creo que estoy empezando a tener pena por la mujer que se comprometa contigo.
—Ya tengo comprometida, gracias.
—No me digas, ¿la escogieron tus padres por ti?...—la cara del príncipe estaba roja hasta las orejas de ira, absolutamente estos dos no podían pasar más de dos minutos en una misma habitación.

Es como si estuvieran a punto de estallar, tenían que mantenerse junto pero ninguno iba a ceder a ser amable con el otro.

—¿Capitan, cuando cree que lleguemos?—preguntó uno de los tripulantes haciendo que el joven príncipe y el marinero miraran.
—Este es nuestro segundo día, quizás mañana en la noche o al mediodía del siguiente estemos en Santander—le contestó el pirata—una vez lleguemos le daremos toda la vuelta a Portugal para entrar en el Estrecho de Gibraltar.

El tripulante le asintió al pirata y este al desviar la vista descubrió la mirada incrédula de Jorge, le regaló una maliciosa sonrisa de triunfo la cual hizo enrojecer al muchacho.

—¿Enserio ha navegado tanto como dicen?
—Oh, no tienes una idea, una vez te acostumbras a no vomitar en un barco, no puedes parar de ir de aquí a allá—su mirada mostraba orgullo—pero cuando eres un bandolero como yo no tienes la libertad de disfrutarlo tanto.

Él mitad escocés volvió a mirar con una sonrisa algo forzada al príncipe quién, por primera vez no lo miraba con tanto odio.

El día, como era de esperarse, el pirata y el príncipe pelearon casi toda la tarde, pero esta vez por cosas más insignificantes, los tripulantes no hacían nada más que mirar cómo evolucionaba ese par algo preocupados de que en cualquier momento se empiecen a matar entre si.

—¿Crees que lleguen en una pieza a España?—preguntó uno de los hombres del rey a su compañero.
—No lo sé, si lo hacen, Ursula se hundirá a mitad de camino—le hablaba mientras veían a "los capitanes" gritarse.

Se avecinaba la noche y cuando el sol empezó a hundirse en el mar volviendo un naranja tostado todo lo que tocaba pararon para cenar y admirar como la luna tomaba el lugar del sol. El marinero se la pasó apartado con su típica botella de un añejo vino, esta vez lo bebió con más cuidado y prometió consumir solo una botella. Cuando las estrellas empezaron a salir los tripulantes fueron a sus respectivos camarotes y Jorge al camarote del capitán el cual al final se quedó, William se sentó en su "cama" que era el mismo barril de la noche anterior. Comenzó a bajar la temperatura y el frío aumentó de golpe provocándole un estornudo, junto a un bostezo.
Se recostó de espaldas en el mástil mayor y se cruzó de brazos y pies cerrando sus ojos con la esperanza de dormir un poco. Su piel notó un suave roce sintiendo ahora algo de calor, abrió sus ojos viendo que tenía una manta de un café rojizo abrigándole de tobillos hasta el cuello, levantó su miraba notando al príncipe a su lado con los brazos detrás de la espalda.

—Las noches en alta mar son muy frías... no lo pensé hasta ahora—su tono parecía más bien de una disculpa con su cabeza gacha, el marinero le miró sorprendido de pies a cabeza entrecerrando los ojos.
—¿Qué planeas principito? ¿Tirarme por la borda?—habló divertido William acogiéndose más en la manta.
—Solo quiero evitarle un resfriado, es usted nuestro mapa, seria inútil y un gasto de tiempo que este enfermo—a pesar de que su voz sonaba fría, su rostro presentaba la misma diversión.
—Que considerado—río por lo bajo rodando los ojos, el frío era tal que ambos expulsaban humo por la boca con cada exhalo, el pirata no dejaba de mirar la nariz roja del príncipe seguramente culpa del frío.
—Buenas noches señor Bellamy—hizo una reverencia y se giró sobre sus talones para volver a su camarote caminando siempre con su usual elegancia.

La sonrisa en los labios del bandolero no se desvaneció si no hasta que se quedó profundamente dormido, no sabía si era por la manta, pero su pecho se sentía muy cálido.

Mi Tesoro Más GrandeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora