Capítulo 24 (Final)

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Toda la corte del rey esperaba inquieta a las afueras de la habitación del príncipe Frederick, la familia real estaba sumida en silencio y el rey tan solo miraba fijamente el picaporte de la puerta esperando que fuera su hijo, levantado y renovado quien saliese de allí. Y cuando llegó el momento, fue el hombre experto en medicinas quien salió y miró con la cabeza gacha a los presentes.

—El príncipe se envenenó...

Soltó sin previo aviso, las damas estaban con los ojos rojos de llorar y tuvieron que salir de la sala para no traer más cólera a la situación.

—Mi rey...—dijo el señor de blanca barba y cabello, con su corvada joroba y baja estatura—necesito hablar con usted.

El rey Frederick, quien no había salido de su estado de shock, se levantó inexpresivo y entró a la dolorosa habitación, donde aún estaba tirado su hijo mayor, solo que boca arriba.

—El príncipe anoche se tragó una botella de veneno, y eso fue lo que lo mató, pero... aún no lo hubiera hecho, Inglaterra se hubiera quedado pronto sin príncipe.
—¿A qué se refiere?—dijo demandante el rey, cómo si le hubieran dado una bofetada en la cara.
—Él estaba enfermo, ¿no lo notó?

El monarca lo miró fijamente no sabiendo que decir, por supuesto que no lo sabía, aquellas semanas no le había prestado atención.

—No.
—Él parecía tener algo muy grave que quizás era peligroso. Hay extrañas marcas en su piel y parecía tener problemas con sus pulmones. Le puedo asegurar que el veneno no tiene tales síntomas, o al menos no el que tomó.
—No le comprendo—la voz del rey era por primera vez pasiva.
—No sé qué es lo que tenía, esto es muy distinto a todo lo que he visto en mi vida. Sin embargo era notorio que los síntomas atentaban contra su vida, iba a morir de todas maneras.

Es increíble que de un día a otro se vaya para siempre una persona que ames y no hayas tenido el suficiente tiempo para despedirte. Ahora, jamás podrá decirle cuanto lo sentía o escuchar de su parte "te quiero, padre".

—Creo que esto es para usted—el anciano le extendió el papel que había visto encima del escritorio.

Se mandó a hacer el mejor pedestal que cualquier rey haya hecho en la historia, mucho mejor que cualquiera sarcófago, esto sería la oficial despedida, y nadie parecía realmente listo para ella. Frederick III se encerró y a través de un balcón divisaba cómo preparaban de acuerdo todo para una digna santa sepultura. Y no quiso llorar, porque tenía aún esperanzas de que su hijo se levantase.

Vio la carta que le decía a gritos tantas cosas que le herían que le obligó a desdoblarla.

Él es completamente inocente.

No quería aceptarlo, el pirata era el malo en esta historia, el pirata merecía morir.

Padre, deja que se vaya.

Fue terco, jamás lo escuchó, porque creyó que sería lo mejor y que tal vez le agradecería después, al fin y al cabo, era muy joven para entenderlo.

Ojalá y te pudras en el infierno.

O quizás era él quien no lo entendía, ¿el karma? No, lo hizo por su propia voluntad. Sin embargo, iba a morir muy pronto.

"A quien pueda interesarle:

Ya no aguanto más dolor, estoy en una constante agonía que sé que jamás voy a superar y me perseguirá el resto de mi vida y se expandirá como un cólera, soy débil, y por eso, aquí voy a contar toda la verdad.

Amaba al pirata más peligroso de toda Europa, el capitán Bellamy no era como la mayoría piensa, y la razón por la cual no escapó fue porque él me amaba a mi. Padre, madre, cualquiera que esté leyendo esto, perdón por deshonrar a la familia, perdón por enamorarme de alguien como él, perdón por todo el dolor que causé y causaré, perdónenme. Saben que nunca quise gobernar, no quería ser un rey y tampoco quería seguir siendo un príncipe, lo único que me hacía feliz era ver el exterior y pasar desapercibido cómo un pueblerino corriente, cautivándome con todo lo que me rodeaba y siempre acompañado de William, me enseñaba lo básico de la vida en el pueblo, y nunca me sentí tanto en casa cómo aquellos momentos, era libre, y seguro una vez termine esta carta lo volveré a ser.

Oh, William, amado mío, tomaste mi corazón y te adueñaste de el, lo robaste cómo otro de tus barcos y joyas, y jamás lo devolviste, te quedaste con el, sucio bandolero que tanto amé, las noches que pasé contigo quedarán en mi memoria aún cuando deje de respirar y tus besos será lo último en lo que piense cuando deje de tener conciencia, te amé, te amo, y te voy a amar siempre.

Gracias Padre, por hacer que él llegué a mi vida.

J.FIV.D.

El rey dejó caer la carta mojada de lagrimas y apretó con una mano el tabique de su nariz tratando de conciliar una respiración normal.

—Dios... que hice...

En eso, el rey empezó a sollozar.

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