Capítulo 22

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El día había llegado, el alba de muerte se acercada con cada minuto y Jorge parecía decaer con eso, se notaba pálido y una tos espantosa no le había dejado comer aquella mañana, o quizás fue la culpa la que le cerró el estomago para quitarle el apetito.

Se había comido las uñas y el aliento le olía fatal, caminó casi todo el reino con viva ansiedad y en su mente no abordaba otra cosa que no fuera la desesperación, tanto fue el afán que había roto sin querer unas importantes tinajas de porcelana, pero ya se preocuparía por eso después. Sus pasos le llevaron a la sala de trabajo de su padre quien hablaba con sus servidores y su madre presente, todos se voltearon a verlo cuando entró.

—¿Sí, Frederick?—le reprochó su padre.
—Padre... por favor... él es completamente inocente.
—No hay nada que pruebe eso, sal y déjanos hablar.
—Yo puedo probarlo.
—Frederick, cómo tu padre he tenido mucha paciencia contigo, pero ya no pienso tolerar más tu comportamiento.
—No sabes lo qué haces.
—Sal de aquí Frederick, el estar con ese pirata solo te ha malcriado, jamás debí dejar que fueras con él, con la tripulación hubiera sido suficiente.
—No sabes lo qué haces...

Quería romperse a llorar, pero hacerlo en público era aún más humillante que hacerlo en privado. Un agudo dolor cruzó por sus omóplatos y viajó hasta su vientre donde algo le presionó tan fuerte que hizo que se agachara y tosiera secamente, un sabor metálico se expandió por sus papilas gustativas.

—¿Príncipe?—se escandalizaron algunos guardias y fueron a su ayuda, pero este no les dejó tocarlo.
—Estoy bien—dijo levantando la mirada para ver a su madre quien también se había espantado—estoy muy bien.

Aquella mirada de asco hacia su padre no se desvaneció ni aun cuando fueron al campo de ejecución, era como un pequeño coliseo donde la atracción principal eran las orcas que estaban en medio de los asientos de la muchedumbre y al frente, un asiento especial para el rey y su reina, los príncipes, estaban parados alrededor de los tronos.

El sol estaba en su punto más alto y el calor comenzó a subir, la garganta de Jorge estaba completamente seca y la dolorosa presión en su estómago estaba acuchillándole las viseras, y el vomito casi hizo presencia cuando vio como dos guardias con sacos en la cabeza traían al pirata encadenado y llevándolo con brusquedad hasta hacerlo tambalear. A pesar de eso, él tenía la más cínicas de las sonrisas.
El rey puso una cara de horror cuando vio que el bandolero estaba en un estado decente, cómo aún podía mantenerse de pie y cómo la ropa no se le caía por la delgadez, esto solo lo puso rojo de furia.

—Oigan, cuidado, hace siglos no veo el sol, estoy medio ciego—se quejó el pirata mirando a los hombres que le subieron al pedestal de madera y le ataron una soga al cuello.

El corazón del príncipe estaba a nada de salir de su pecho y su respiración empezó a cortarse al igual que algún sollozo, miró de reojo a su madre y la mujer parecía disgustada, incluso traía las manos en la boca por la pena. Por otra parte, su padre veía con ojos asesinos al pirata, como si fuese alguien que le hubiese arruinado la vida.

—¡Escuchad!—vociferó el rey al levantarse y llamar la atención de su pueblo—El criminal William Bellamy, culpable de piratería, y muchas cosas más, hoy, frente a vosotros, será ahorcado por todo el mal que ha hecho, y por faltarle el respeto a la realeza al corromper a su príncipe.

Todos gritan exitados por sed de sangre ansiosos por ver la ejecución, y a pesar de que el pirata parecía sereno e indiferente, Jorge tenía destruido el corazón al ver que tantas personas atesoraban la muerte de un ser tan particularmente especial cómo él, su amado, por quien estuvo y estará dispuesto a dejar la realeza.

—¡Oiga, barbón!—llamó la atención del rey el mitad escocés—sé que soy la peor persona que jamás haya conocido, y qué he hecho cosas malas, pero al menos sería justo decir mis últimas palabras—le sonrió el pirata mostrando su diente de oro.
—¿Por qué... cree que merece exponer sus últimas palabras?—respondió con una cara de asco.
—Bueno, todos tenemos algo de bondad, a menos que usted no sea un rey bondadoso—alzó una ceja fingiendo inocencia.

El rey hizo ruido al suspirar de irritación, se dio la vuelta para sentarse nuevamente en su trono y con las manos temblorosas aplaudió.

—Sea breve.
—Muchas gracias su majestad—se inclinó con sarcasmo sintiendo la apretada soga presionar su nuez de Adán—bueno, no soy un hombre de muchas palabras pero lo intentaré.

Sonrío, y cuando aquellos ojos verdes oliva llegaron a los avellanas del príncipe, a Jorge le flaquearon las piernas y empezó a temblar de impotencia. La característica sonrisa del ladrón desapareció.

—En el viaje que me encargó el rey, diré que era un hombre diferente al que soy ahora, tal vez eso nadie lo notó, pero yo sí. Tenía enormes esperanzas de encontrar joyas y largarme para siempre, y traicionar a su aberrante rey—se encogió de hombros ya que tenía las manos atadas a la espalda—pero, un muchacho, que no sé cómo, fue capaz de tolerarme. Bueno, más o menos.

Esto hizo reír al príncipe. A pesar de que era William quien tenía una cuerda al cuello, Jorge parecía que algo le ahorcaba lentamente.

—Él, sin darse cuenta me hizo ver la vida de una manera distinta, que yo era capaz de hacer más que solo robar. Y cuando me di cuenta, había dejado de tener interés en las cosas de valor, porque noté que tenía un tesoro mucho más grande... y ese tesoro es Jorge Frederick IV de Dinamarca.

Todos parecían estupefactos con la declaración, sonidos de ahogada sorpresa de oyeron por todas partes, el príncipe no se había movido, estaba muy atento escuchando las palabras de su querido. Y el rey, parecía que en cualquier momento explotaría.

—Yo era egoísta, un cretino, bastardo... y a pesar de todo lo demás que soy, hizo un espacio en su corazón para mí... Jorge... yo...—miró fijamente al príncipe inglés volviéndole a sonreír pero de nostalgia—yo te amo más que a mi propia vida...

En ese instante aquel joven, se derrumbó, sus mejillas se llenaron de lágrimas saladas y se sentía adolorido por dentro, sus hermanos lo veían incrédulos y los demás solo miraban al pirata con sorpresa, no estaba escrito bien en sus rostros si estaban apenados o asqueados.

—¡Mátenlo!—gritó el rey a lo que los ejecutores jalaron una palanca y el pirata cayó al vacío, seguido por un Crack que se escuchó de su cuello.
—¡No!

Gritó el joven inglés apartándose de sus padres y echando a correr en dirección al pirata que ya no parecía moverse, antes de que pudiera llegar unos hombres le tomaron de los brazos y le riñeron el paso.

Pataleó, gritó hasta quedarse mudo y lloro hasta quedarse sin lagrimas, pero no le dejaron acercarse. Cayó de rodillas al terroso piso ensuciando su traje, visualizó cómo comprobaban que el pirata estaba muerto y que al anochecer tirarían su cuerpo en una fosa, el príncipe se arrastró poco a poco hasta que su cara tocó el piso y comenzó a gritar como si le estuviesen torturando, lo cual, era un hecho. Esos auténticos gritos de dolor hicieron que muchos sintieran pena por él, su madre que fue la que menos soportó su dolor a tal punto que tuvo que irse a su alcoba. Lo habían matado, al matar a su amado, se habían llevado su corazón con él, y lo habían arrancado, pisoteado y escupido.

Mi Tesoro Más GrandeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora