La cena de esa noche fue callada, el rey a pesar de tener un mal sabor de boca se tragó toda su comida, la reina iba de a bocados pequeños a igual que sus otros hijos, a excepción de Jorge, quien apenas y había tocado los cubiertos. Su aspecto era crítico, estaba igual de pálido que la nieve, se notaba más delgado y fruncía todo el rostro.
—Frederick, tienes que comer—le dijo su madre, pero este no contestó, ni siquiera se movió.
—Frederick—le habló su padre, y no hubo diferencia—Frederick, sabes que tenemos que hablar de algo muy serio.Aún sin habla, sin moverse, solo tenía las manos debajo de la mesa muy temblorosas e igual de pálidas.
—Te estoy hablando—insistió el rey.
Esta vez había alzado la vista, pero no hacía él, si no al frente, a la nada.
—¿Acaso pasó algo en el viaje a aquella isla?
—Te odio...—aquella ronca y rasposa voz salió a duras penas, incluso el tono temblaba.
—¿Qué haz dicho?
—¡He dicho que te odio, y ojalá te pudras en el infierno!Gritó levantándose estruendosamente de la silla, su voz parecía distinta, ronca por todo lo que ocurrió hoy. Y sin mirar a nadie más, salió del comedor y salió corriendo a su alcoba donde se encerró, no sin antes pasar por algo altamente importante en la cocina. Y con el gran frasco en sus manos, se deslizó por la puerta cerrada y cayó al piso volviendo a llorar, jamás en la vida pensó que tendría el valor o el corazón suficiente para gritarle eso a su propio padre, y no lloraba porque le había sentado mal decírselo, más bien porque debió de hacerlo mucho antes de que pasara lo de William. Debió de enfrentarlo, intentar volver a escapar, intentar crear una vida lejos de Europa.
Debió intentarlo, debió intentarlo, debió intentarlo...
Ese remordimiento le carcomerá el resto de su existencia, la culpa era insoportable, pero era peor saber que no había podido devolverle aquel "te amo"
Te amo más que a mi propia vida...
Y por eso fue que aceptó quedarse, porque lo amaba.
—Dios, por qué...
No sabía de dónde salían tantas lágrimas, cómo es que aún le quedaban. Con las piernas temblorosas tuvo la fuerza de levantarse y sentarse en su escritorio para buscar un pedazo de papel y tratar de ahorrar la poca tinta que le quedaba, secó sus lágrimas aún cuando estaba llorando y con pulso débil empezó a escribir:
"No puedo aguantarlo, sé que jamás lo haré y prefiero acabar con ese sufrimiento...
Anotó todo lo que se le pasó por la cabeza y dejó su característica firma sobre la esquina de la hoja y la dejó secar, con el aliento cortante secó la tinta y dobló delicadamente la hoja y la dejó sobre el escritorio, analizó el frasco que portaba en la mano y le quitó el corcho para después olfatear su interior, era una botella color negro que apenas se podía ver su contenido y con el rostro sonriente de su difunto amado pegado en su cerebro se bebió toda la botella, a pesar de su sabor tan amargo y de las arcadas que le provocó, su voluntad fue más grande y mantuvo el líquido dentro de él, y se sentó a esperar el alba.
***
El rey se despertó inquieto aquella mañana, le dolió todo lo que le gritó su hijo ayer, pero era su deber como rey hacer algo por la nación y acabar con todo lo que le hace daño. Quizás su hijo lo entienda cuando sea mayor.
Se vistió y desayunó con su reina y sus hijos cómo cada mañana, a excepción de Jorge, que siquiera había salido de su habitación, intuyó que seguía molesto por Dios sabe qué y lo dejó pasar. Realmente no entendía ese sentimiento de apego hacia el pirata y aquel discurso, aquellas palabras no deben de decirse entre hombres y mucho menos entre un príncipe y un plebeyo, eso no era amar, o quizás todo era una sucia jugarreta del bandolero para jugar con la mente de su hijo. Él sólo quería proteger a Frederick, y asesinar al pirata fue la mejor opción que jamás tomó.
Una de las sirvientes se acercó a pasos rápidos a la mesa con una cara de pánico y sudor sobre su frente.
—¡Mi rey, algo le pasó al príncipe Frederick!
El susodicho frunció el ceño y se levantó de su enorme silla de golpe. Con todo lo que ha hecho su hijo, lo hacía capaz de todo, escapar, vandalismo, rabietas, no comprendía de quién había salido su tan fuerte carácter.
—¿Qué hizo?
—Creo... ¡creo que está muerto!—gritó luego tapándose la cara con las manos y la regordeta sirvienta empezó a llorar.
—¿Qué?Se alejó de la mesa y corrió cómo pudo, ya no era un jovenzuelo para tener buena actividad física, sus años de vejez ya estaban contados.
—¡Llamen a alguien! ¡Traigan al mejor curandero de Gran Bretaña!
Gritó a todo aquel que llegase a ver por su rápido recorrido para llegar a la habitación de Frederick, un pánico terrible cruzó por su cerebro y dejó de escuchar al momento que abrió las puertas y vio a su hijo en el piso.
—¿Frederick?
No se había escuchado cuando le llamó, había un molesto pitido y parecía no respirar. El joven inglés estaba recostado de lado como si se hubiese caído de la silla, un charco de sangre, fluidos de un extraño color amarillo y negro estaban esparcidos por las alfombras y rostro, todo aquel líquido espeso parecía que hubiera salido de su boca.
—Frederick...
Se agachó y veía como entre sus encías y nariz salía sangre de un color muy oscuro, tal vez por la oxidación o porque su piel se veía tan blanca que la hacia resaltar. Junto a él había una botella y encima de su escritorio la tinta esparcida por todas partes y un pedazo doblado de papel. Como el rey seguía sin escuchar nada, no reaccionó cuando entró un hombre de larga barba blanca y ropaje andrajoso.
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Mi Tesoro Más Grande
RomanceLa historia de un pirata que estaba casi al borde del exilio, pero que sin embargo el rey le había dado una oportunidad y a parte de eso un trato, "buscar un objeto muy preciado para él" con la ayuda de sus tripulantes y el hijo del rey, que aunque...