Capítulo 29

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Natalia estaba sentada sobre la cama, admirando las
vistas gracias al ventanal de su habitación. La copa de vino seguía llena en su mano y tenía una sonrisa boba en el rostro. Era extrañamente dichosa por estos últimos días, completa y plenamente afortunada por estar junto a Alba y su hija, su pollito.

No quería precipitarse con Alba, eso lo tenía claro, pero se le complicaba mucho no poder tener el acercamiento que deseaba con ella. Natalia, en su interior, tenia la suspicacia de que si iba con intensidad, Alba huiría. Y eso le aterraba.

Los suaves golpes de la puerta hicieron que sus pensamientos se desvanecieran, extrañándose de quién vendría a buscarla a tales horas de la noche.

–¿Natalia? ¿Estás despierta?

Se levantó de un salto de la cama cuando la voz de Alba se escuchó tras la puerta. Su mente maquinó miles de problemas mientras recorría el camino hacia ella y dejaba la copa en el tocador, preocupada.

Cuando no hubo un obstáculo entre ellas, sus miradas se conectaron. Y Natalia se sorprendió al ver una tímida Alba frente suyo, rascándose el cuello.

–¿Pasó algo? –preguntó Natalia, buscando alguna señal de advertencia en los ojos de la rubia.

Alba no sabía cómo proseguir, se había dado el valor para tocar la puerta y llamar a Natalia, pero se peleaba internamente por cumplir o no sus pretensiones.

Cachi nada –respondió vagamente, dando un paso hacia delante. Estaba peligrosamente cerca de Natalia.

–¿El qué? –la morena arqueó una ceja, sin entender.

–Tú.

Y fue allí donde Natalia comprendió las intenciones de Alba, sintiendo como las manos de la rubia tomaron su nuca, apretando sus dedos sobre la carne con fuerza.

Para Alba era un ahora o nunca. Y fue valiente.

Sus labios se tocaron durante unos segundos, sin hacer ningún movimiento. Natalia exhaló por la nariz, sorprendiéndose.

–Joder... –dijo Natalia al instante en que la más bajita se alejó.

–Yo... –se llevó la mano a los labios, paralizada por la locura que había hecho.

Natalia esbozó una sonrisa y antes de que hubieran más palabras, se acercó a ella a besarla. El toque fue cálido, como si sus labios se conocieran a la perfección, sintiéndose como en casa. Una de las manos de Natalia fue a la cintura de la más bajita, atrayéndola hacia ella, mientras la otra acariciaba su mejilla.

Irremediablemente las lágrimas empañaron las mejillas de Alba, quién sentía los latidos descontrolados de su corazón y cómo se formaba un nudo en su estómago. Se separó con lentitud de la morena y pudo divisar que ella tenía los ojos cerrados.

–Tengo miedo, Natalia –dijo–. Me cuesta tanto aceptar que te quiero a mi lado, para siempre.

Natalia abrió los ojos, sin borrar la sonrisa de bobalicona. Su mano dejó la cintura de la rubia para deslizarse hasta sus pómulos y limpiar cualquier rastro de lágrimas.

–¿De qué tienes miedo? –preguntó.

–De que volvamos a hacernos daño –Alba agachó la cabeza, sin querer mirar directamente a la más alta–. Me carcomo la cabeza pensando en que si volvemos a estar juntas, todo volverá hacer como hace muchos años.

Y allí estaba nuevamente ese sentimiento de culpabilidad recorriendo el cuerpo de Alba. Ese sentimiento que le apretaba el pecho y la dejaba con un mal sabor de boca.

Volverte a ver - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora