Epílogo - Parte II

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Natalia se sentó junto a Emma, quien tenía los bracitos cruzados y miraba con devoción la pared blanca del hospital.

—Emma —la llamó, inclinándose en el asiento. La pequeña no se molestó en mirarla—. Emma, estoy hablando contigo.

Natalia suspiró.

—Lo que has hecho no ha estado nada bien —prosiguió—. Pensé que estarías feliz con la llegada de tu hermanita.

—Quiero irme a casa —respondió Emma, ignorando las palabras de su madre—, ¿nos vamos? —La pequeña giró a mirar por primera vez a Natalia, quién curvó una ceja—. ¡Vamos a jugar a casa!

—No podemos, tenemos que estar con mamá —intento explicar Natalia—. Luego volveremos a casa y podremos jugar todo lo que quieras.

—¡No! —gritó Emma— ¡Quiero irme a casa!

Natalia abrió los ojos, sorprendida. No sabía cómo actuar ante el nuevo comportamiento de Emma, puesto que ella nunca se había puesto así antes.

—No muchachita, no —la morena giró la cabeza al escuchar la voz conocida—. A las niñas con ese comportamiento, Papá Noel les trae carbón.

La pamplonica se puso de pie, nerviosa con la presencia de Sara, su madre.

—¿Qué haces aquí? —preguntó.

—¿Así es cómo saludas a tu madre? —la mujer sonrió—. Me esperaba un abrazo, como mínimo.

—Mamá, no es el momento... —la morena suspiró—. Y tampoco creo que te lo merezcas.

—Todas las madres se merecen siempre un abrazo —dijo la mujer, buscando a la pequeña curiosa que estaba escondida tras Natalia—. ¿No es así, muchachita?

—Se llama Emma —aclaró la morena a la defensiva—, y es mi hija.

Sara suspiró y asintió con la cabeza, dándose por vencida mentalmente. Miró de reojo a Emma y le regaló una sonrisa cálida, para evitar que ella también le cogiera miedo.

—¿Así que te llamas Emma? —preguntó la mujer, arrodillándose con un poco de dificultad, para estar a la altura de la pequeña.

Emma dudó un poco, pero salió de su escondite, acercándose a la mujer mayor. Natalia se mantuvo quieta, en modo alarma, por si su madre decía o hacía algo que no debía.

—Sí —contestó—, ¿quién eres tú?

—Soy Sara, la madre de Natalia —Emma abrió los ojos—. ¿Ella ha hecho algo malo?

La pequeña asintió.

—Ella y mi otra mamá —Natalia avanzó medio paso, intentando alejar a Emma de su madre. Sara la miró desde su altura, intentando relajarla con la mirada—. Han llamado a mi hermana como mami Natalia y yo también quería llamarme como mami.

—Pero si tú también tienes un nombre muy bonito, seguro que cuando tu hermana pequeña crezca, querrá llamarse como tú.

—Umm... —Emma no estaba convencida.

—¿Sabes que Natalia también tiene hermanos?

La morena se puso furiosa.

—¿Tú tienes hermanos mami? —la pequeña jaló la manga de su madre, para llamar su atención.

—Se llaman Elena y Santiago, y créeme, cuando Natalia se enteró que su hermano se iba a llamar como su padre, se enfadó mucho, ¡ella también quería llamarse Santiago!

Volverte a ver - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora