Capítulo 38

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Marina miró su reflejo por primera vez en el espejo circular y se sorprendió de observar su cambiado rostro.

Ya no aparentaba la muchachita pija que amaba las joyas y los regalos extremadamente caros. Ahora tenía el aspecto de una jovenzuela que había sido arrastrada por un huracán y este la había escupido en la miseria.

—¿Marina? —se preguntó a sí misma, tocándose el rostro con las yemas de sus dedos—. ¿Esta soy yo?

Serpenteó su tacto por sus mejillas, hasta llegar a sus ojeras, las cuales tenían abultamientos de tanto llorar y se detuvo allí.

—Joder —una lágrima golpeó su uña, envolviéndolo del salado líquido—. Esta soy yo...

—Claro que eres tú, estúpida —Marina se giró de inmediato, mirando a la persona con un gesto temeroso y colmado de odio—. ¡Te he dicho que dejes de llorar!

El muchacho gritó, dando pasos hacia delante, encorralando a Marina con su despiadada mirada.

—Enric... —le nombró, recubriendo su pavor, para hablar con la firmeza y seguridad que no tenía—. Aléjate, por favor.

—¡Eric! ¡Me llamo Eric! —vociferó. Marina cerró los ojos—. ¡Enric era el loco! ¡Yo soy... yo soy Eric!

Se alejó de Marina con nerviosismo.

—Deja de ver tu asqueroso rostro en ese maldito espejo y ven a cenar —exigió, lanzando una bolsa sobre el escritorio de madera vieja—. He traído Kebab para que cenes, ¡y te lo vas a tragar todo!

Marina asintió con la cabeza, sin querer ocasionar algún otro problema con el chico. Caminó con rapidez hasta la mesa, rebuscando el contenido de la bolsa.

—Voy a volver a irme —anunció—. Y no quiero que juegues conmigo, Marina —guardó algunas cosas en su mochila negra, Marina solo pudo distinguir la punta de un cuchillo—. ¿Vas a jugar conmigo?

—No, cla... claro que no —el muchacho sonrió—. ¿A dónde vas?

Su sonrisa se amplió indudablemente, imaginando como sus manos se mancharían de sangre en unas cuántas horas. Y si tenía suerte, tal vez también todo su cuerpo.

Morirán.

—Voy a ser sincero, ¿quieres verdaderamente saberlo? —La rubia no dudó en asentir—. Voy a recuperar a nuestra hija.


——


Alba se sentó ahorcajadas sobre Natalia, observando la sortija brillar en su delgado dedo anular.

—Estar prometida te sienta de puta madre —soltó Natalia, sin saber dónde esconder esa sonrisa boba de enamorada.

—Estoy muy de acuerdo —sus ojos conectaron durante unos segundos, brindándose ese cálido sentimiento de estar bien—. T'estimo Natalia.

—Yo te amo —replicó Natalia, moviéndose con habilidad para tener a Alba bajo su cuerpo—. Te amo hasta lo más profundo que es amar.

—Bueno, ahora que lo dices, creo que yo también —Alba alzó un poco la cabeza, depositando un beso en los labios de la morena—. No, no lo creo, es de lo único que estoy segura ahora mismo.

Volverte a ver - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora