La historia del pasado: el primer beso.

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2005, Barcelona.

—Natalia's POV—

Los gritos de mis padres se repartían por toda la casa, mientras yo tarareaba una canción en mi cabeza, intentando acallar los horribles insultos que se dedicaban mis padres.

Bebí rápidamente el zumo de naranja y me tragué las galletas como si mi vida dependiera de ello, batiendo, seguramente, un récord. Colgué mi mochila en un hombro y cogí mi guitarra con la mano derecha, mientras la izquierda pillaba el skate negro que mi padre me había regalado en mi cumpleaños.

El instituto no quedaba muy lejos de casa, así que no tarde mucho en llegar. Sabela, con una sonrisa de oreja a oreja, fue la primera en recibirme. Yo le sonreí de vuelta, levantando la mano, saludándola.

—Hola Sabeliña —saludé cuando estacioné el skate frente a ella—. Parece que no te vi desde... ¿ayer?

Reímos y logramos fundirnos en un abrazo.

—Pensaba que no llegarías, caray —dijo con su acento característico, mientras me estiraba los mofletes—. ¡Si es que eres una tardona!

—¡Si is qui iris ini tirdini! —remedé yo—. Venga, vamos dentro.

Después de las tres primeras apestosas clases escuchando como rayos funciona el ciclo de Krebs, como resolver una ecuación de tercer grado y analizar sintácticamente demasiadas frases, lo cuál podría ser ilegal, salimos al recreo.

—No aguanto al amargado de Guillén, joder —Miki se sentó a mi lado, con el ceño fruncido—. El muy capullo ha llamado a mis padres para avisarle que llevo faltando una semana al insti.

—¿Pero qué esperabas payaso? —Carlos Right, el chico que habíamos conocido este año, rió—. Es que, ¿a quién se le ocurre?

—¡Pues a mi! ¿Es que no me escuchas?

Reí mientras apoyaba la cabeza en el hombro de Miki.

—Pues yo paso de hacer física, paso de verdad —dije—. Voy a esconderme por allí, ¿alguien se apunta?

—A mi ni me mires —contestó Sabela.

—Yo tengo examen, así que no —Carlos fue el segundo en negarse.

—¿Y tu Miki?

—Me encantaría, pero tengo al capullo de Guillén y tengo que estar presente en su clase.

—Pues nada —comenté resignada—. Me iré a mendigar por allí... sola, solita.

Cuando todos se marcharon, me escabullí entre los pasillos, escondiéndome en el baño del instituto, sin tener mucho miedo de que me pillaran. Quise fumar, pero sabía que la liaría mucho. Que me pillaran era una cosa, pero que me pillaran fumando era una gran cosa, así que me limité a sentarme en el suelo, jugando con los acordes de  la guitarra.

Estaba escribiendo cosas randoms en mi pequeña libreta, cuando la puerta se abrió. Levanté la cabeza de inmediato, creyendo que era alguna profesora. Pero ante mi, con un gesto confuso, apareció una rubia, con los ojos de gata.

Sí, efectivamente de una gata.

—Hola —saludé yo con una sonrisa, calmada porque aún no había llegado mi destino final—. Puedes pasar, mi casa es tu casa—, me burlé—. No es muy grande, pero es acogedora.

Ella ignoró por completo mis palabras, dirigiéndose con actitud altanera al lavamanos. Yo erguí una ceja, algo ofendida por su conducta.

—¿En casa no te enseñaron a saludar? —pregunté yo, pero al no recibir una respuesta inmediata, suspiré y continué a lo mío.

Volverte a ver - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora