Capítulo 30

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Habían pasado cuatro días desde que hablaron, dando paso a una relación no tan cordial. Incluso, Natalia se podía permitir algunos acercamientos que no esperaba tener nunca.

Alba experimentó que pasear por las calles de Ámsterdam, con el brazo de Natalia rodeándole su cintura y acercándola a ella, era una de sus cosas favoritas. Para Natalia, en cambio, los besos que le robaba la más bajita era el elixir a todo.

–¿Sigues en contacto con tus hermanos? –se aventuró a preguntar Alba de la nada, mientras miraba la gran pantalla donde se mostraban los vuelos que estaban por aterrizar.

–No –respondió Natalia, mirando el papel que sujetaba con las dos manos–. Aunque sé, por mi madre, que están bien.

–Siempre has tenido muy buena relación con ellos, ¿por qué ahora no?

–Porque soy una mala influencia.

Natalia no se creía esas palabras: todo era producto del pasado y aunque quería olvidarse de ello, eso seguía carcomiéndole la cabeza.

–Claro que no, Natalia –consoló Alba–. Vaya tontería, ¡mira todo lo que has conseguido!

–Hay hechos que no son suficientes para tapar otros –la morena, aprovechando que Emma dormía, se acercó a Alba–. Dejemos ese tema y hablemos de lo preciosa que te ves hoy.

–Cómo sigas repitiendo eso, acabaré creyéndolo.

–Pues créetelo, porque es verdad –Natalia colocó su mano en la barbilla de Alba, con una sonrisa–. Deseo comerte a besos.

–¡Ya sabía yo que la excusa de iros por el estrés del trabajo era una pantomima! –se escuchó tras ellas– ¡Os habéis largado del país para follar!

Se separaron de inmediato, completamente rojas. Marta y Maria las observaban con una sonrisa burlona.

–Tontas no son –molestó Marta–. Ya podéis explicar las cosas, porque las idas y vueltas, me están dejando to loca.

–Pero si no hay nada que explicar, amor –contribuyó Maria–. Sí son. ¿Cuándo el bodorrio?

Alba se moría de la vergüenza y quería esconderse en cualquier lugar de ese inmenso aeropuerto.

–Parad ya –Natalia abrazó por detrás a Alba, reposando su cabeza sobre su hombro, para transmitirle despreocupación–. Nos desharemos de ellas luego –le susurró–, no te preocupes.

–Me huele a cita...

–Es una cita –confirmó, dejando un pequeño beso en la mejilla de la rubia, para luego encaminarse a sus dos amigas y abrazarlas como se debía.

Antes de volver al hotel, decidieron hacer una parada en un restaurante de comida rápida. Alba se quedó con Marta y Emma, esperando a que Natalia y Maria fueran a pedir la comida.

–Te he echado mucho de menos, Em –dijo Marta, sentándola en su regazo–. ¿Te portaste muy bien?

–¡Muy, muuuuy bien!

–Así me gusta, peque.

–Necesito tu ayuda, Marta –expresó Alba, quién no había dicho nada hasta aquel momento, reclinándose hacia delante.

Volverte a ver - AlbaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora