21. Las cosas parecen diferentes desde las gradas.

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El cielo estaba oscureciendo y las porterías de fútbol destacaban contra el brillante ocaso, sus márgenes plateados parecían arder. La brisa era fuerte y fresca, sin ser fría; me ajusté más la mochila sobre mi espalda cuando me senté en las gradas vacías.

Había tenido que despedirme de Andy y prometido contarle todo cuando volviera a casa, seguidamente volví a entrar acompañado de la novia de Emilio a la preparatoria.

Con María sentada a un lado de mí, jugando con un mechón del cabello que colgaba de su moño, me miraba atenta con sus enormes ojos. Aunque no estaba seguro de que ella supiera en realidad lo que sentía por Aristóteles, o Emilio, María parecía que lo sospechaba desde hace tiempo en la forma en que me veía. Y si ya lo sabía, no tenía la menor idea de cómo reaccionar, que decir o como explicarle que había incluso besado a su novio, como serle sincero de corazón y decir que estaba enamorado hasta la médula. Y por mucho que hubiese preferido lo contrario, simplemente había sucedido, tenía la idea de que sucedió desde que actuamos por primera vez y conocí el papel de Aristóteles, y aunque definitivamente no había sido mi culpa caer redondito por él, esa idea no dejaba de mortificarme de alguna manera. Ahora todo estaba echado a perder, como todo lo que tiene que ver conmigo. Ya no podía hacer nada para remediarlo.

-Las cosas parecen diferentes desde las gradas, ¿no es así?

Arrancado de mi pequeño ensueño, la voz familiar de la chica me volvió en dirección a ella. La observé, en María no había esa rabia malhumorada reflejada en el rostro que esperaba encontrar. El viento atrapó sus cabellos marrones claro, despeinándola más.

No pude evitar sentirme apenado después de recordar los rumores que era seguro llegaron a ella. Estiré las piernas un poco de forma nerviosa mientras María se removía en su asiento. Estuvimos sentados en silencio un rato: un silencio incómodo, no me hacía preguntas, pero extrañamente también me sentía a gusto, porque tampoco me exigía respuestas.

-Sí, parecen diferentes-finalmente, contesté en un susurro.

-Tú y yo también somos diferentes, Joaco.

Para ese momento, la voz de María era firme y llevaba cierta tranquilidad que me sorprendió tanto como su franqueza. Antes de que tuviera la oportunidad de protestar, ella continuó: -El campo es... bueno, tu lugar. No creo que sepas cuántas filas tiene cada grada. Pero yo sí-hizo una pausa, volteando de lado a lado con una sonrisa retorcida-. He pasado mucho tiempo donde estás sentado ahora. Viendolo jugar, reír, revolcarse en el césped. Lo he visto todo este tiempo. A Emilio, quiero decir- la voz le vaciló ligeramente cuando agregó:- ¿Ves las cosas de mi punto de vista, Joaquín?

Algo confundido, fruncí el ceño, tragando saliva con dificultad y durante un momento, tuve que apartar la vista de su rostro. Comenzaba a creer que todo ese asunto era una sola metáfora de los mundos tan distintos en los que vivimos, donde ella lo era todo de él y yo, nada.

-Sí-logré decir pesadamente y deseé que las cosas hubieran sido diferentes-, siento mucho la forma en que me he comportado con él. Es t-tu novio. Y yo... bueno, sólo soy Joaquín. No debí confundir las cosas desde el primer momento.

Hubo un momento de silencio en el que ella solo rió airadamente, negando con la cabeza de lado a lado. Temí lo peor.

--¿Realmente te importa él?-me dice, y como respuesta sólo puedo verla con una mezcla de sorpresa y pena-. Emilio me lo dijo, él se dio cuenta desde hace algún tiempo... te confieso que por una parte me molesta que no seas sincero contigo mismo ni con él, pero por otro lado... sé porque no puedes serlo. No puede abrirte de todo, y lo hieres con eso.

IMPOSSIBLE, emiliaco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora