35. Pudo ser peor.

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El camino a mi casa parecía de un momento a otro durar para siempre y esta sensación de temor que se avecinaba me inundó cuando la alcanzamos.

Estábamos en la puerta, inmóviles y aún tomados de las manos. Ninguno con el valor suficiente para entrar ahí. Algo nervioso, me volví hacia Diego.

-¿Estás seguro de que estás listo para esto?-le pregunté.

Parecía inseguro pero asintió. -Estoy listo-dijo, aunque su respiración estaba temblorosa.

Envolví mis brazos alrededor de su cuello y lo atraje en un abrazo. Al instante, no dudó en abrazarme de vuelta.

Una vez listos, caminamos lentamente hacia la puerta. Tomé mi réplica de la llave y abrí la puerta. La casa no estaba en total silencio, en realidad había una que risa estridente que rompía con la tranquilidad en aquel sitio. Un aroma a comida recién hecha llegó hasta nosotros.

-Joaquín cariño, ¿eres tú?-escuché la voz de mi mamá llamar desde lejos, amortiguada por la distancia y los muros que separaban exitosamente cada habitación.

-Sí, mami, soy yo- respondí. Sentí como el agarre de Diego en mi mano se apretó un poco cuando comenzó a respirar profundamente, así que le di una sonrisa para intentar calmarlo un poco. Nos dirigimos a donde asumí que todos estarían.

Los dos nos detuvimos en el camino cuando vimos quién estaba allí. Charlando con mi madre amenamente, ella tenía una sonrisa en su rostro como si no pensara estar mejor en otro lugar o con otra compañía. Sus ojos nos encontraron mientras nos sonreía brillantemente.

Se levantó y me abrazó con cariño, separando nuestras manos.

-Emilio, ¿qué estás haciendo aquí?-le susurro, algo confundido y molesto a partes iguales cuando ví la expresión en su rostro: su sonrisa resultaba encantadora, como casi siempre, pero sus ojos declaraban el plan con maña que tenía en mente.

Mirando de Diego a mí y viceversa, Emilio amplió su sonrisa inocentemente.

-¿No lo recuerdas? Me invitaste a cenar contigo y con tu familia-dice. Pero no era así, ni siquiera debería estar hablándome nuevamente. Él había dejado las cosas claras, y era mi momento para iniciar con alguien más, ser feliz con alguien y no por alguien. Me lo merecía, ¿o no?

Para ese momento, Emilio lucía una mirada confusa que Diego y yo sabíamos que era falsa. No puedo creer que esto esté ocurriendo.

-No sabía que traerías a otro amigo, cielo-se dirige mi mamá a mí, inclinando su cabeza hacia un costado en señal de no comprender-: ¿Él también estará aquí para cenar?

Diego se tensó en su sitio, parecía muy nervioso, confundido y casi alterado. Tenía tantas ganas de tomar su mano y decirle que todo estaría bien.

Papá, entrando al comedor con un platillo en brazos, se detuvo de golpe. Él tenía los ojos muy abiertos y no sabía qué hacer. Todo parecía haberse congelado. Parecía conocer la encrucijada en la que me encontraba, así que se dedicó a actuar normal mientras soltaba el contenedor de comida recién hecha sobre la mesa y sonreía amigable.

-¡Diego, hijo!-exclamó, acercándose hasta el para saludarlo con un abrazo que me envolvió a mi también-. Qué bien que veniste, ¿te gusta la comida Árabe? Seguro, te gustará.

IMPOSSIBLE, emiliaco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora