36. Estoy eligiendo ahora.

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-Suena muy bien-elogié. Tragando el bocado de mi sándwich tan rápido como me lo metí a la boca, Diego tocaba el piano a mi lado y llovía como desde el Huracán no llovía.

El frío calaba en los huesos, aún estando lo suficientemente abrigado, por ello no habíamos salido a los jardines a comer y a disfrutar del aire libre como solemos hacer. Ambos nos sentamos en el piso del pasillo común, mirando por los grandes ventanales del Hall de entrada como la lluvia no amainaba y no daba indicios de querer hacerlo en algún momento.

-Estaba pensando en hacerle unos cuantos arreglos, pero... no lo sé. Ojalá supiera cantar-bromea perezosamente, riendo mientras enseña sus grandes dientes blancos, acorralados por frenillos que se aseguran de hacer de su sonrisa aún más encantadora y tierna-. No, ¿Sabes qué?

-¿Qué?

-¡Deberías cantar y yo toco!

-Dios, no. No-hablo rápidamente, riendo nervioso por su petición-. Casi no lo hago.

-Pero si aún estás en Tres Uno Ocho-me dice, confundido.

-Sí, pero, ya sabes. No es como si tuviera mucho más protagonismo del que tuve cuando tú estabas dentro-explico, dando otra mordida a mi comida-. No me malentiendas. No es como que desee tener toda la atención, y tampoco es como que me moleste que no sea así... sólo, no lo sé, me avergüenza.

-¿Por qué?

-No estoy seguro de tener el talento, ¿me entiendes?

Diego abre la boca sorprendido, con sus ojitos totalmente abiertos ante mi.

-¿Cómo puedes decir eso?-se escandaliza mientras coloca su teclado blanco fuera de sus piernas-, he trabajado a tu lado, te he escuchado cantar: el talento te sobra. Sólo no te has dado la oportunidad.

-¿Realmente piensas así?-pregunto, sintiendo el calor subir por mis mejillas desde mi cuello. Mirando directamente hacia él, expectante a cualquier reacción que me dé una pista de lo que piensa en ese momento.

-Por supuesto...-Diego sonrió levemente, mirando hacia abajo mientras se reía silenciosamente a través de su nariz. Con las mejillas inundadas de color rosa que lo hacían más lindo contrastando con lo pálido de su demás piel.

La respiración para ese momento, se atascó en mi garganta, y solo tenía ganas de acercarme a él y besarlo. Pero debía controlarme porque aún no habíamos hablado mucho sobre eso de dejar de ser discretos y el hecho de que mi rostro estuviera tan cerca del suyo no ayudó mucho en el asunto.

Sintiendo que mi corazón gritaba una cosa y mi cerebro daba instrucciones a otra. Mi mente me estaba advirtiendo de que no lo hiciera, diciéndome que terminaría mal y que debía tener esta charla antes con él, la misma charla de la que siempre escapaba.

Repentinamente, me alejé y Diego me miró con una expresión desconcertada en el rostro que sólo había servido para hacerme sentir mal por mi brusquedad.

-Ese programa del clima es basura-gruñí en busca de alivianar la tensión que yo mismo había cortado como si de un cuchillo se tratara, acurrucándome contra su cuerpo distraídamente en busca de calor-, según el pronóstico hoy sería un día despejado.

Rió firmemente.

-No puedes entregarle tu tranquilidad diaria al pronóstico del clima.

-Sí, puedo, y debería ser cierto cuando dicen esas cosas-Diego volvió a reírse cuando me vió fruncir el ceño mientras le ofrecía de mi sándwich de pollo-, hace un mes me ocurrió lo mismo. Voy a morir de pulmonía.

Me dió una repasada con un gesto divertido, iniciando con el cabello y llegando hasta los tenis negros. Vestía un blue jean prerrasgado, una camiseta con estampado y un suéter rojo tan delgado que me daba frío de sólo pensar en usarlo. Temblaba tanto que él no dejaba de ofrecerme su chamarra del equipo de fútbol de la escuela, pero cada una de esas veces me negaba.

IMPOSSIBLE, emiliaco.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora